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Un policía en la cama de los movimientos libertarios

Cinco mujeres se querellan contra un agente infiltrado con el que mantuvieron relaciones sexuales y afectivas. Tras desvelarse su identidad, ha sido destinado a un puesto en el extranjero

Manifestación contra el policía infiltrado en movimientos sociales de Barcelona.Foto: CARLES RIBAS | Vídeo: Europapress
Rebeca Carranco

Dani, un chaval en la treintena, llegó al centro social libertario La Cinètika en junio de 2020 en busca de un gimnasio barato donde entrenar. De profesión instalador de aires acondicionados, iba corto de pasta en un lugar carísimo como Barcelona. En poco más de dos años, se convirtió en uno más en la esfera anarquista e interconectada de la ciudad. La liana que usó para saltar de un colectivo a otros fueron las mujeres. El semanario La Directa destapó el lunes que Dani Hernández Pons, el guaperas, simpático y desenfadado mallorquín de cresta, camisetas con mensaje político y tatuaje ácrata, era en realidad el policía nacional Daniel H. Cinco mujeres se han querellado contra él por el uso despiadado que consideran que hizo de sus relaciones sexuales y afectivas, algunas de casi un año, para obtener información.

Las mujeres han explicado a La Directa que conocieron a Dani de diferentes formas: en La Cinètika, en las fiestas del barrio, en un concierto en el mítico centro okupa la Kasa de la Muntanya o incluso en redes como OkCupid, que incluyen la afinidad política. “Algunas están muy afectadas”, constatan fuentes cercanas a lo ocurrido. Ninguna de ellas ha vuelto a hablar con los medios de comunicación sobre el hombre que iba y venía en sus vidas, que un día no paraba de escribir, al siguiente desaparecía y poco después regresaba con una excusa cualquiera y un ímpetu renovado. El agente, sobre el que el Ministerio del Interior guarda silencio, mantuvo relaciones sexuales puntuales y otras más estables en el tiempo, de hasta un año.

Daniel H., el policía, fue seleccionado por los servicios de información ya en la academia de formación en Ávila, según fuentes policiales. Allí ingresó a finales de 2017, procedente de Mallorca. “Es un perfil perfecto: joven, habla catalán, sin ataduras, y sin un pasado policial que pueda complicarle luego las cosas”, añaden. En junio de 2019 se licenció como policía, y desde la Comisaría General de Información —que investigan delitos de origen ideológico— se coordinó la infiltración. “Es un trabajo en equipo, muy complicado, sacrificado y duro. Se trata de tener una doble vida”, subrayan fuentes conocedoras del mundo del espionaje. Se ideó una identidad nueva y, unos meses después, aterrizó en Barcelona. La Directa ubica sus primeros movimientos en la ciudad en mayo de 2020, donde alquiló un sobreático al lado del barrio de Sant Andreu de Palomar.

A partir de ese momento, Daniel H. sería Dani Hernández Pons, el risueño instalador de aires acondicionados autónomo, mallorquín, con familia en Granada, que sobrevivía en la inestabilidad laboral de cualquier joven, pero que tenía todo el tiempo del mundo para integrarse en el ecosistema libertario. Lo habitual es que se le designase “controlador” policial, la persona que lo “tutela”, y que estuviese pendiente de él ante cualquier problema que pudiese surgir, explican fuentes policiales. Además de La Cinètika, participó en la coordinadora antirrepresiva de Sant Andreu, que engloba movimientos independentistas como el de Meridiana Resisteix, que organizaba el corte diario de la arteria de entrada a la capital catalana, la avenida de Meridiana, o el ateneo Harmonia. También se acercó al sindicato CGT.

Las abogadas Mireia Salazar, Sònia Olivella y Laia Serra, el 31 de enero en la Ciutat de la Justícia de Barcelona, el martes.
Las abogadas Mireia Salazar, Sònia Olivella y Laia Serra, el 31 de enero en la Ciutat de la Justícia de Barcelona, el martes.Irídia / ACN
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Las cinco mujeres que ahora se han querellado contra él por viciar el consentimiento de las relaciones sexuales (jamás se habrían acostado con un policía), usarlas, deshumanizándolas, para obtener información personal e ideológica, forman parte de un grupo mayor, indican fuentes conocedoras del caso. Lo acusan de agresión sexual y de un delito contra la integridad moral, entre otros. Algunas de ellas subieron a su piso, que describen como un lugar con pocas cosas, apenas unas fotografías políticas. Y aseguran que ni siquiera en contextos de intimidad se explayaba sobre su pasado, al que se refería de manera superficial, mencionando como mucho a una exnovia y episodios de infancia.

Dani no vivió los años más convulsos de Barcelona, con los graves altercados después de la sentencia contra los líderes del procés. Él llegó ya en pandemia —La Directa relata un encontronazo con la Guardia Urbana, que quiso identificarlo en la calle durante el confinamiento—, las protestas por el encarcelamiento del rapero Pablo Hasél, los cortes de la avenida de Meridiana por grupos independentistas, o lo más que habituales desahucios y desalojos de centros okupados. Además de participar en las protestas, salía de fiesta y, según las mujeres, bebía y se drogaba. “Se comporta como uno más del grupo. No puedes estar metido en un grupo antisistema y luego ir de casto. Si estás metido, estás metido”, aseveran fuentes policiales.

En su periplo como libertario en Barcelona pudo conocer las casas okupadas más emblemáticas de la ciudad, como Can Masdeu, Can Batlló o la Kasa de la Muntanya, ateneos o centros sociales. También viajó de la mano de La Cinètika a otros puntos de España, como Madrid o el País Vasco, en encuentros de colectivos afines ideológicamente. Con ausencias periódicas, que justificaba como viajes a Mallorca, Dani permaneció infiltrado más de dos años. “Hasta que en octubre lo mordieron”, indican fuentes policiales, en referencia a como se conoce en el argot la detección de un policía que trabaja camuflado. A partir de ese momento, empezó el repliegue. Contó que se iba a Granada, donde tenía familia, a la recogida de la oliva, luego explicó que le había salido un trabajo en Palma, y ya no apareció de nuevo por la ciudad…

“Está claro que se produce un fallo de seguridad”, analizan fuentes policiales, que no dudan en atribuirlo a las redes sociales, sin facilitar más detalles. La Directa explica que recibió las primeras pistas de que Dani en realidad era policía en el mes de junio de 2022. Justo acababan de destapar el caso de otro agente, Juan Ignacio E., camuflado en el movimiento político de la izquierda independentista catalana. Un elemento clave fue la coincidencia entre los apellidos de la identidad falsa de este agente, Marc Hernández Pon, pero que en sus pagos de Bizum constaba como Marc Hernández Pons, con los apellidos de Dani. Salvo una casualidad casi imposible, se trataba de un policía al que habían cometido la torpeza de darle los mismos apellidos que a otro agente. El semanario no detalla qué otros errores les permitieron llegar al nombre real de Daniel H., que además fue compañero de promoción del menorquín Juan Ignacio E. Los dos catalanoparlantes, jóvenes, a los que los servicios de información echaron el ojo ya en la escuela.

Fachada de La Cinètika, el viernes en Barcelona.
Fachada de La Cinètika, el viernes en Barcelona.Kike rincón

“Es un caso extremo que realmente pone de manifiesto una actuación estatal sin límites. Se utiliza la violencia institucional, pero también sexualizada: usar a las mujeres para consolidarse o infiltrarse en determinados movimientos sociales”, denuncia la abogada Anaïs Franquesa, del Centro de defensa de derechos humanos Iridia, uno de los que representa a las jóvenes que se han querellado. Considera que la policía necesita una autorización judicial, solo justificada en casos de terrorismo o crimen organizado, para actuar así. “Es una operación de Estado muy avalada y pensada por la superioridad, dirigida a engañar”, añade. Se trata de “obtener inteligencia”, contradicen fuentes policiales, que hacen una diferenciación entre la figura del “agente encubierto”, que otorga un juez en una investigación concreta, y la infiltración, que carece de una regulación clara y que “forma parte del trabajo de un policía de información”. “Es captación de inteligencia en bruto, de la que al final te servirá un 1%. Una forma como otra de captar fuentes”, defienden. Y subrayan la dificultad de hacerlo: “Se pasan momentos muy malos. Lo de los espías está muy bien, pero en las películas”.

Fuentes de CGT Catalunya cuestionan qué buscaba realmente el policía, y qué tipo de amenaza suponen los movimientos libertarios del barrio de Sant Andreu de Palomar de Barcelona. “Son espacios abiertos, se debe haber aburrido mucho”, dicen, sobre el tipo de actividades que lleva a cabo La Cinètika, colgadas en su página web, y el resto de organizaciones en las que participó. “No tenemos nada que esconder”, añaden. A su juicio, la única finalidad de la infiltración policial es el “control político del enemigo interno”, ya que “no existe una amenaza real de seguridad”.

La última señal de vida de Dani, el motivado antisistema, es de pocos días antes de la publicación de La Directa. El semanario cuenta que envió un audio a uno de sus supuestos amigos, donde le decía que estaba haciendo una ruta en moto, y adjuntaba una fotografía, que el medio ubica en un pueblo de Valencia. Fuentes policiales aseguran que se lo ha destinado al extranjero, sin especificar dónde, informa Óscar López-Fonseca. “Lo que se ha hecho habitualmente con personas detectadas es buscarles un destino en una embajada, normalmente hispanohablante. Se pasa allí un tiempo, hasta que el suflé baja y pueden volver y trata de recuperar su vida poco a poco”, añaden otras fuentes conocedoras de cómo se procede cuando un policía infiltrado es descubierto.

Dani nunca tuvo un discurso político sólido ni parecía tomarse demasiado en serio el activismo, indican fuentes próximas al entorno libertario, dividido en grupos, unos más abiertos que otros. Eso le impidió asentarse en el anarquismo más cerrado del barrio. Su punto fuerte era el interés humano, conocer a personas siempre que tenía la ocasión. Y para ello, la intimidad y las confidencias que las mujeres compartieron con un policía, sin saberlo, fueron esenciales, permitiéndole la entrada a nuevos espacios. Los jueces deberán decidir ahora si admiten a trámite la querella, que plantea los límites de la infiltración, la libertad sexual y los derechos humanos.

Kate Wilson, la activista medioambiental que ganó a su espía

¿Dónde está el límite del trabajo de un policía infiltrado? ¿Hasta dónde puede llegar la intrusión en la vida privada de las personas a las que espía? ¿Cuánto le cuesta eso al Estado?... El caso del policía infiltrado en los movimientos libertarios de Barcelona suscita las mismas preguntas —los partidos políticos independentistas han pedido la comparecencia de Marlaska en el Congreso— que en su día planteó la denuncia de Kate Wilson, una activista medioambiental del Reino Unido que mantuvo sin saberlo una relación sentimental con un policía, Mark Kennedy, que se infiltró en los movimientos sociales de izquierda entre 2002 y 2009 bajo el nombre falso de Mark Stone.  

Kate Wilson recurrió al tribunal que fiscaliza los servicios secretos del Reino Unido (IPT), que en septiembre de 2021 concluyó que se habían violado los derechos humanos, entre ellos por el trato degradante que le infligió el policía con el que mantuvo una relación durante un año. Los jueces consideraron que los jefes que tutelaban el trabajo de Kennedy “sabían de la relación, optaron por no saber de su existencia, o fueron incompetentes y negligentes al no seguir” las señales claras y obvias del tipo de infiltración que estaba llevando a cabo. Lo que a su juicio muestra una "falta de interés" en la protección de los derechos humanos de las mujeres a las que utilizó para obtener información. Wilson, que mantuvo una relación con el policía entre noviembre de 2003 y febrero de 2005, no fue la única. El agente, según los medios británicos, estableció relaciones con una decena de mujeres, una de ellas duró seis años. 

Kennedy fue descubierto por los propios activistas en 2010, después de ser detenido cuando pretendían llevar a cabo una acción contra una planta eléctrica. Kennedy también fue arrestado, pero fue el único al que la policía retiró los cargos. Eso hizo sospechar al grupo. En una reunión que duró cuatro horas, y con pistas ya de su pasado, los activistas sometieron a un interrogatorio a Kennedy, que acabó confesando, según contó él mismo en una entrevista en The Guardian. Kennedy tenía otra vida real, en la que estaba casado, con dos hijos. 

Los superiores de Kennedy alegaron que los policías encubiertos no estaban autorizados a establecer relaciones sexuales con las mujeres a las que estaban espiando. Pero el tribunal consideró que su alegato era poco consistente, teniendo en cuenta la cantidad de veces y la frecuencia con la que Kennedy, y otros agentes, habían actuado así sin que nadie o les cuestionase o tomase medidas contra ello. "O sus responsables era extremadamente ingenuos, sin preguntarse nada, o eligieron hacer la vista gorda ante una conducta que en el caso de Kennedy fue útil para la operación", sostienen. Además de la sentencia, Kate Wilson logró una indemnización de más de 250.000 euros y una disculpa oficial de la policía.

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Sobre la firma

Rebeca Carranco
Reportera especializada en temas de seguridad y sucesos. Ha trabajado en las redacciones de Madrid, Málaga y Girona, y actualmente desempeña su trabajo en Barcelona. Como colaboradora, ha contado con secciones en la SER, TV3 y en Catalunya Ràdio. Ha sido premiada por la Asociación de Dones Periodistes por su tratamiento de la violencia machista.

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