Dentro de una reunión neonazi en Madrid: “Somos pocos aquí, pero millones de españoles deberían agitar las calles ”
El acto semiclandestino lo encabeza el sueco Simon Lindberg. Unidas Podemos (UP) pide información al Gobierno sobre su presencia en España
El movimiento nazi que pretende conquistar Europa, imponer el pensamiento hitleriano y devolver el poder a la raza blanca, tiene 300 militantes en todo el continente y 80 seguidores en España, que están sentados en el segundo piso de un hotel de Plaza de Castilla, en Madrid. Este sábado se celebró una de las reuniones anuales del movimiento nazi en España y sus simpatizantes acudieron para escuchar el plato fuerte del nazismo europeo, el sueco Simon Lindberg. Cuando a las siete de la tarde Lindberg comenzó a hablar, las primeras filas estaban ocupadas por señores de la tercera edad que comenzaba a bostezar después de varias horas de conferencias sobre nacionalsocialismo. Detrás de ellos, otras treinta personas vestidas de forma sencilla y con aspecto de profesor de instituto seguían sus palabras sin parpadear. El resto de la sala parecía una convención de porteros de discoteca: treinta jóvenes de cabezas rapadas, ropa negra y New Balance escuchaban atentos las ideas del gurú del nazismo europeo.
En el ambiente, nada de banderas españolas, ni Franco, ni José Antonio. Las elegantes paredes color champán del salón Manzanares del hotel Vía Castellana estaban decoradas con águilas imperiales y, en las mesas del fondo, los libros a la venta eran sobre Wagner, Goebbels, Mussolini, Rudolf Hess o Jorge Mota, uno de los referentes ibéricos del nacionalsocialismo. El feminismo también tenía su espacio con un libro sobre Las mujeres del Führer, de Eva Braun a Hanna Relsch.
Lindberg, el último en intervenir, agitó la sala denunciando la decadencia de la raza blanca, el fin de la cultura europea y el poder de las multinacionales. A todos sus seguidores españoles les dijo que sus “enemigos están desesperados impidiendo que sus ideas se extiendan entre las clases populares” y que la lucha debe ser hasta el final, incluso en la calle, “por lo que hay que apuntarse a un gimnasio y saber boxeo”. También los señores de la tercera edad de la primera fila.
La cita para la celebración del Día de la sangre era este sábado a las 4 de la tarde. El día estaba marcado en rojo entre los seguidores de Devenir Europeo, una organización legal inscrita como asociación cultural, dedicada a promover el nazismo en España y que celebró su reunión anual. El acto consistía en tres charlas consecutivas de dos clásicos del nazismo en España, Ramón Bau y Jesús Lorente, un historiador de Zaragoza que habló de las influencias celtas y vikingas en el nacionalsocialismo.
Por razones de seguridad, el lugar de reunión fue un secreto hasta el último momento, así que asistir al Día de la sangre se convirtió en un juego de rol donde las indicaciones llegaban cada pocas horas. Para acceder al lugar, era imprescindible contar con la invitación de algún miembro, recibir un correo de confirmación y, por último, esperar una llamada tres horas antes del evento con las indicaciones del lugar exacto. Y así fue. Bajo las torres Kio, se juntó una decena de jóvenes guiados por otros jóvenes también vestidos de negro, que condujo al grupo al salón de un hotel cercano. El acto también tenía sus normas: cinco euros para acceder, vestir correctamente y nada de fotografías.
Dentro de la sala, unos 80 simpatizantes, 12 de ellos mujeres, llegados de Zaragoza, Barcelona, Málaga o País Vasco, hablan, sonríen, se dan golpes en el hombro y se preguntan qué tal el curro o el viaje desde Alicante. Viejos amigos cansados de verse en pequeños actos por toda España en bares u hoteles donde la asistencia máxima no supera las 30 personas. Un joven de cabeza rapada y abundante barba, inauguró el evento con un performance contra sus enemigos, que no eran ni la izquierda ni la policía, sino los medios de comunicación. El joven avanzó hasta el pequeño estrado, se puso ante la gente, enseñó dos portadas del diario Público, y leyó la primera frase: “de Estocolmo a Madrid con la maleta cargada de odio...” y dijo: “Nos da igual. El espíritu nacional socialista incluye ser mártir”. Después rompió las portadas frente a la gente.
Devenir Europeo se define en su página web como una asociación nacionalista creada “ante la decadencia generalizada de los valores de la sociedad actual y la necesidad de intervenir para mostrar los valores éticos y espirituales positivos que es necesario conservar”. Uno de sus objetivos es penetrar en barrios y fábricas y organizar charlas y cursos de formación política. Este año se apuntaron dos personas, confirmó apesadumbrado el fundador de un movimiento que aspira a convencer a Europa.
La conexión con los más jóvenes llega, sin embargo, de la mano de Simon Lindberg, un agitador de 39 años nacido en la región de Kristiana, en Suecia, líder del Movimiento de Resistencia Nórdico (MRN), un colectivo con 300 militantes en Suecia, Finlandia, Noruega, Islandia o Dinamarca, de donde llega el nuevo manual neonazi. Sus discursos incendiarios, sus vínculos con ataques a judíos o musulmanes o los provocadores desfiles de cientos de skinheads que suele encabezar lo han convertido en el referente nazi en Europa. En 2018, Finlandia declaró ilegal su movimiento, pero en el resto de países opera con normalidad.
Cuando toma la palabra, Lindberg agradece estar en un país como España, ”que expulsó a los judíos y ganó la Guerra Civil”. Frente al auditorio, Lindberg sube la voz y agita el puño para explicar el tamaño de sus enemigos o los métodos de propaganda que utiliza, desde el reparto de pegatinas a la creación de medios de comunicación. Lindberg propone a los asistentes, llegados de Parla, Usera o Vallecas, cultivar sus verduras y criar sus propios animales “hasta lograr el autoconsumo” o que “los camaradas nazis dueños de empresas solo den trabajo a otros nazis”. Cuando explica la clave de su éxito, apunta “al fanatismo de sus miembros que ponen nerviosos” a sus “enemigos”, y que hace diferente su movimiento. “Es necesario que el fanatismo florezca en vuestro interior”, les pidió a simpatizantes españoles. “Somos pocos aquí mientras nuestra raza se muere”, dijo señalando el abarrotado salón del hotel, “pero muchos millones de españoles deberían estar fuera agitando las calles y causando otra guerra civil, exigiendo cambios, pero somos pocos comparados con el tamaño de nuestros enemigos”.
El ideólogo del nazismo en Europa no duda en pedir a los suyos que se apunten a boxeo, aprendan a pelear para “fortalecer el espíritu” y “recuperar las calles” y dice que los gordos terminarán desmotivando al resto. El hombre que mantiene en silencio al salón fue condenado por sus discursos nazis y el “desprecio a grupos basado en su raza, color de piel y origen étnico”, aunque no dijo nada de los gordos. En su intervención de este sábado, intercaló reflexiones y aspavientos sobre la necesidad de reclutar nuevos miembros, de seguir las enseñanzas de Hitler o la importancia de los labios sangrando y los ojos morados como camino al fortalecimiento personal. La exposición incluyó diapositivas y un video sobre algunas manifestaciones y palizas en Suecia.
Antes del evento, Unidas Podemos (UP) pidió por escrito al Gobierno central información sobre la presencia de Lindberg en Madrid. Los diputados Enrique Santiago e Ismael Cortés advirtieron de que, según la organización Counter Extremism Project, el hombre de perilla, cabeza afeitada y camisa de cuadros que embelesa a los asistentes, es uno de los 20 radicales más peligrosos del mundo y, según UP, el acto incumple la ley de Memoria Democrática.
Los teloneros del evento fueron Ramón Bau y Jesús Lorente. Bau, de 59 años, es uno de los fundadores de Devenir Europeo y la última vez que apareció en un artículo EL PAÍS fue en 2009 por un juicio por asociación ilícita y la difusión de ideas genocidas del que fue absuelto. Durante el mismo, insistió en su admiración por Hitler. “Solo cometió un error, que fue perder la guerra”, dijo ante los magistrados que lo absolvieron. El siguiente orador fue el historiador aragonés Lorente, que habló 70 minutos sobre la influencia de vikingos y celtas. Cinco horas después del comienzo del acto, que incluyó tres intensas conferencias sobre nacionalsocialismo, clandestinidad y llamamientos al levantamiento, cuando Lindberg terminó de hablar con el brazo en alto, no se sabía si las primeras filas correspondían el saludo fascista o necesitaban urgentemente ir al baño.
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