Junts pasa página
Lo que ha hecho el partido de Puigdemont ha sido levantar acta de hecho de lo que formalmente niega, el fin del ciclo del procés
La salida de Junts per Catalunya del Gobierno, adornada con una música de confrontación y desconfianza, se interpretó como una pelea por el liderazgo del independentismo: patriotas contra renegados, la dialéctica que acompaña los discursos que tienen su fundamento último en esta versión laica de la creencia que es el nacionalismo. Aunque habría que precisar una diferencia nada menor: el nacionalismo sí es una transferencia de lo religioso —la patria como realidad transcendental— a la política, pero la independencia es simplemente la aspiración de un territorio a un Estado propio, es decir, se mueve directamente en el espacio de lo tangible. En cualquier caso, las dos fuerzas que orquestaron el procés abandonaban su cooperación, por una vía nada usual: los descontentos rompían el Gobierno. Es tan raro que un partido renuncie a mandar que la espantada sigue generando perplejidad.
Pasa el tiempo y cada vez es más evidente que lo que ha hecho Junts ha sido levantar acta de hecho de lo que formalmente niega, el fin del ciclo del procés que tuvo su momento culminante en octubre de 2017. Su giro es un reconocimiento implícito de que no se dan las condiciones para conseguir el gran objetivo: pasar la independencia de potencia a acto. Una realidad que hace unos meses era tabú pero que ahora está ya ampliamente asumida por la sociedad catalana. En consecuencia, entramos en una nueva etapa: del eje soberanistas/unionistas volvemos a la tradicional demarcación entre derecha e izquierda. Y Junts se dispone a poner el énfasis estratégico en la reconstrucción de la derecha nacionalista sobre la base de la retórica independentista y el neoliberalismo económico, que Artur Mas abrazó hasta que el procés lo envolvió todo.
Esquerra ya no es el socio incómodo con el que era necesario trampear sino el rival en cualquier batalla por los espacios de poder en Cataluña, ya sea en las municipales, autonómicas o generales. Y la pelea se extiende al terreno de las alianzas. Donde ciertamente, Esquerra es más polivalente que Junts, que tiene a su derecha a socios ahora mismo imposibles como Vox o el PP, aunque un eventual regreso de los populares al poder pudiera evocar precisamente los inicios del mandato de Artur Mas. Atento a la jugada, el PSC parece dispuesto a asumir el macroniano papel de “a la derecha y a la izquierda a la vez”, y le llaman centro.
¿Cómo reaccionará el sector de Junts que sigue esperando el gran embate a medida que este giro se vaya visualizando? ¿Qué pasará con los que se incorporaron a la coalición proviniendo de la izquierda y que llevan ya unos meses sin voz? ¿Y dónde está el líder capaz de conducir este cambio sin sufrir fugas de desencantados por doquier? En cualquier caso, esta vía requiere que el sector pragmático, según el eufemismo en curso, se haga definitivamente con el liderazgo de la coalición. Y sorprende que para emprender este camino Junts haya renunciado a las ventajas que da estar en el poder. Más de uno sus dirigentes lo está lamentando.
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