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La escuela rural que se salvó del cierre renovando la pedagogía

El colegio de Copons ha pasado en siete años de 10 a 63 alumnos con una apuesta innovadora que ha atraído a muchas familias

Una maestra con sus alumnos de 3º a 6º mezclados, en la escuela rural de Copons.
Una maestra con sus alumnos de 3º a 6º mezclados, en la escuela rural de Copons.Albert Garcia

Renovarse o morir. La escuela rural de Copons (Anoia) optó por lo primero. Hace unos años, el descenso de la natalidad se conjuró con un mal entendimiento entre familias y escuela para ir vaciando las aulas de alumnos, hasta el punto de estar al filo del cierre. Hasta que hace siete años, dos maestras (una de ellas nueva) decidieron dar la vuelta al proyecto educativo y pasar a poner el foco en el trabajo por proyectos y el aprendizaje manipulativo. Lo presentaron a familias del pueblo, y gustó. En ese momento, apenas tenían una decena de alumnos. Iniciaron la nueva etapa, y el boca-oreja hizo el resto. Actualmente ya son 63 niños. “No ha habido intención de captar alumnos, hacemos lo que consideramos que necesitan, no pensamos que hagamos nada extraordinario”, asevera la directora, Núria Monclús.

El solemne edificio de tres plantas de la antigua rectoría acoge desde el curso pasado la escuela Quatre Vents. La intención es que los alumnos se sientan cómodos y predispuestos a aprender. Así, que el primer detalle para sentirse como en casa es cambiar las zapatillas de la calle por unos calcetines de andar. Aquí, los espacios son clave. “Condicionan el aprendizaje. Huimos del individualismo, el decir ‘esta es mi mesa’. Preferimos mesas redondas que fomenten el debate y el trabajo en grupo”, incide Monclús.

Como en otras escuelas rurales, aquí se mezclan alumnos de diferentes edades. “La escuela es el único sitio donde te separan según el año de nacimiento. Pero si permites que se relacionen con otros niños, pueden encontrar más afinidades porque cada uno tiene un tipo de juego diferente. Además, la mezcla enriquece y aprenden unos de otros”, asevera la directora. Uno de los momentos en que se ven los beneficios es en la adaptación de los alumnos de Infantil3. “Están con los mayores, que ya no lloran y tienen los hábitos adquiridos, así que aprenden por imitación y más rápido”.

Este viernes, mientras los alumnos de los cursos superiores se peleaban con la tecnología para acceder, por primera vez, al Classroom, pequeños y medianos circulaban libres por los diferentes espacios de la primera planta. Cada uno elegía la actividad para practicar la lectoescritura o las matemáticas. Gina, Cora y otras compañeras compartían una mesa redonda para jugar al Cazapalabras, una especie de Paraulògic en papel donde tenían que ir apuntando las palabras que lograban formar con la decena de letras que había en una ficha. “Pero lo que más nos gusta es cuando nos ponen un vídeo y hay que responder preguntas”, coincidían varias de ellas. Más allá, Lluc y Ter habían optado por acomodarse sobre los cojines del suelo, y por un cuento. “Va de un niño que viaja al país de los trols”, decían escuetamente para seguir concentrados en leer resiguiendo las palabras de cada viñeta.

“Son tareas que ellos eligen, muy visuales, aprenden jugando”, apunta Lucía, maestra de infantil, mientras supervisa los diferentes grupos, y que se estrena en un centro con una pedagogía innovadora. “En las escuelas que trabajan con fichas no ves los alumnos tan motivados; aquí muestran mucho interés y aprenden muy rápido”, añade.

Alumnos de infantil y primaria se mueven por los diferentes ambientes de la escuela rural de Copons.
Alumnos de infantil y primaria se mueven por los diferentes ambientes de la escuela rural de Copons.Albert Garcia

La directora explica que los pilares básicos de su metodología son el trabajo por proyectos, el respeto al ritmo de aprendizaje de cada alumno, y unas actividades más manipulativas. “El aprendizaje tiene que entrar por los sentidos y los alumnos tienen que ver que lo que les estás enseñando es útil y que les servirá en el futuro”, defiende. Un modelo que empiezan a introducir muchos centros —básicamente porque es el camino que marca la nueva ley educativa, la Lomloe—, pero que en los ámbitos rurales cuentan con cierta ventaja. “Tenemos menos alumnos, así que puedes individualizar más el aprendizaje”, apostilla la directora.

Al mediodía, unos pocos alumnos se marchan a comer a casa. Enric, con tres hijos en la escuela (4, 7 y 9 años), admite estar encantado con el colegio. “Buscábamos una escuela no convencional, que trabajara por proyectos, y no con libros. Vivíamos en Carme, pero al final nos hemos trasladado a Copons, en parte por la escuela”, cuenta. Eli y Albert viven en Rubió (que no tiene colegio), y valoran que “es una escuela pequeña y muy vivencial. Es como una familia”.

Educación sexual 

En la escuela han empezado a introducir la educación sexual, ya desde Infantil3. Con diferente complejidad según la edad. Así, con los más pequeños trabajan el conocimiento del propio cuerpo y el consentimiento. “Queremos acabar con el tabú de que no se pueden tocar. Y también enseñarles a decirles que no cuando alguien los quiera tocar. Hay muchos casos de abusos y demasiado tabú sobre el tema. Tienen que aprender a decir que no si un adulto se lo pide”, defiende Monclús. En los más grandes, también se busca alertar sobre la pornografía. “Muchos de ellos ya se han topado con imágenes mientras navegan por internet, y no puede ser que esta sea la primera información que tienen del sexo y se piensen que esto es lo normal. La pregunta es si esto lo tiene que enseñar la escuela. Pues no lo sé, pero hay unas carencias a nivel social y familiar sobre esto, y a veces la escuela está para cubrir estas carencias. Es un tema delicado, pero hay que empezar a normalizarlo, como la muerte”, remata la directora.

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