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LA CRÓNICA
Crónica
Texto informativo con interpretación

Messi vale 50 euros

El furor por los cromos del mundial de Qatar abarrota de gente los alrededores del Mercat de Sant Antoni de Barcelona

Juan I. Irigoyen
Messi
Cromos de la colección de cromos de Panini del mundial de Qatar.Carles Ribas

Era el peor caso de embotellamiento humano: el que no avanzaba. Como si fuera una tarde cualquiera en el Portal de l’Àngel, los alrededores del Mercat de Sant Antoni de Barcelona estaban poblados de gente el pasado domingo por la mañana. De pie, anclados a su pedazo de suelo, cada uno buscaba la mejor y feliz oferta para cambiar figuritas. En definitiva, todos andaban tras los pasos de las que les faltaban. “Nunca había visto un furor en España por los cromos como este año”, me explica Lluís Torrent, director general de Panini en España. Regateé a personas con más paciencia que nervio hasta que choqué con un acento familiar.

-¿Sos argentino?

-Sí.

-¿De qué cuadro (equipo) sos?

- De Racing.

No necesité saber nada más. Me metí la mano en el bolsillo, cogí el taco de repetidas (unas 50, entre las que se encontraban las codiciadas de Neymar y de Ansu Fati) y se lo entregué a ese niño, del que desconozco su nombre y su edad. Solo sabía tres cosas. Dos muy importantes (nacionalidad y equipo); la tercera, meramente circunstancial, coincidimos en espacio y tiempo. Su cara, con el taco en la mano, pasó de la incredulidad a la alegría. Y yo estaba contento, no solo porque acababa de completar mi álbum, sino porque encontré en la felicidad compartida una buena forma de celebrarlo. A veces, hay que aferrarse a los tópicos, sobre todo cuando tienes más de 40 tacos y estás cambiando cromos.

Crecí con mi madre repitiéndome: “Te vas a arrepentir de querer ser grande”. La frase me generaba lo mismo que los 10 mandamientos de la Iglesia católica (menos matar, evidentemente, el resto me los zampé a todos). La ignoraba, pero con culpa. La peor de las culpas: la que ni siquiera terminas de entender. Nadie es consciente del valor de la niñez mientras la vive. La infancia nace pasado. Por eso, con un poco de suerte (como en general fue mi caso), la infancia es un bonito recuerdo. Yo no encontré, entonces, mejor gasolina para mi memoria que un viaje al patio del colegio durante tres domingos consecutivos en el Mercat de Sant Antoni.

El álbum del mundial había llegado a mis manos de casualidad: aparecieron un par en mi mesa de la redacción. No lo entendí como una señal del destino porque ya había visto que por la Cadena Ser también habían pasado los muchachos de marketing de Panini para adelantar la Navidad. Me llevé a casa uno sin demasiada convicción, hasta que Martita (mi mujer), sin decirme nada, se presentó una mañana con 10 paquetes de cromos. Un regalo vestido de Delorean que me mandó a 1990. Con el mundial de Italia como excusa y la ayuda de mis hermanos (soy el menor y, probablemente, de aquí nace esa tara en modo Tom Hanks en Big) completé mi primer álbum de figuritas. El de este año tiene 670 cromos. El sobre, que trae cinco, vale un euro. Pura matemática: 20 céntimos la pieza.

Mi problema de entrada, o al menos eso creía, era que me faltarían mis compañeritos de colegio. Mi primera llamada fue a mi amigo Thiago Arantes, fetichista en general, amante de los cromos en particular. “Las figurinhas son una manera de retener la historia. Veo uno de Romario del 94 y conecto con mi yo del mundial de Estados Unidos”, me contaba mientras me ensañaba una caja llena de cromos viejos de mundiales, eurocopas y ligas brasileñas. La segunda persona a la que contacté fue al inmenso Lu Martín. Siempre es bueno llamarlo, útil como pocos cuando es necesario recurrir a cuestiones de picardía, indispensable cuando preciso el olfato de la calle. Pocos conocen Barcelona como él. “Nin, tú hazme caso. Primero entra al Mercado. Ahí están los que venden los cromos. Quédate con los precios en la cabeza y después ve a cambiar a la calle. No cambies uno caro por uno barato”, me aconsejó.

Yo, mientras tanto, aprendía a gestionar el paso del tiempo. Como ya no podía retener el nombre de todos los jugadores, me hice una planilla de Excel, con sus fórmulas y colores. No estaba para Silicon Valley, pero era lo suficientemente llamativa para que mi amiga y colega de la sección de cultura Noelia Ramírez me pescara un sábado apuntando mis cromos. “Tío, ¿qué haces? Tienes que contar esto”. La ilusión del Excel, sin embargo, me la mató mi sobrino. “Sos un boomer, hay una aplicación que se llama Figuritas”. Seguía los nuevos consejos como me aferraba a los viejos, compraba cromos siempre en diferentes Quiscos. “Esos son mitos, leyendas. Imagínese el costo de logística que puede tener repartir los cromos según los barrios. Y también se fabrican exactamente todos los cromos por igual. No hay menos de Messi”, me asegura Torrent.

El cromo de Messi, sin embargo, se me hizo desear. Ni siquiera lo encontraba en los puestos de venta de cromos. “Los más conocidos, como Cristiano, Neymar, o Lewandowski no los tenemos en las carpetas. Están aparte. Todos valen cinco euros, menos Messi que vale 10. Pero ahora no lo tenemos”, explicaba un vendedor del Mercado. Otro comerciante (este más aficionado, de los que se plantan en la calle) me explicaba los valores de las figuritas. “Los cromos de los que ganaron el Balón de Oro valen más, también los que tienen un futuro prometedor como Pedri o Ansu Fati”, me decía. ¿Y Messi? “Leo ya vale 50″, me soltó. No había ni cruzado la calle y el valor de Messi se había multiplicado por cinco. Suerte que ya anda en París, si no Laporta transformaría la figurita del argentino en otra palanca para palear las deudas del Barça.

A la espera de Messi, me tiraba horas cambiando figuritas, por momentos en el suelo, pocas veces con niños, casi siempre con adultos, pero todos con la misma ilusión. No era ninguna sorpresa, entonces, que se escuchara poco los famosos “tengui” y “falti” y mucho los “FCW10″, “ARG7″, “ESP18″ (nombres de los cromos). “Mi marido, al menos, viene con nuestra hija. Tú estás solo”, me desafió, entre risas, una mujer que intentaba ser simpática. Qué la juzgue Dios. Pero lo cierto es que tenía razón: las calles del mercado se habían convertido en el patio del colegio de los adultos. ¿Un placebo al paso del tiempo? Seguramente. Son curiosos los tiempos modernos, parafraseando a mi amigo Ramiro Martín, parece como si Disney hubiera colonizado a todas las edades.

Por cierto, me tocó Messi. Y, por las dudas, dejé que lo pegara mi hija Greta. No fue culpa, solo intentaba ser un buen padre.

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Sobre la firma

Juan I. Irigoyen
Redactor especializado en el FC Barcelona y fútbol sudamericano. Ha desarrollado su carrera en EL PAÍS. Ha cubierto Mundial de fútbol, Copa América y Champions Femenina. Es licenciado en ADE, MBA en la Universidad Católica Argentina y Máster de Periodismo BCN-NY en la Universitat de Barcelona, en la que es profesor de Periodismo Deportivo.

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