Mirando hacia atrás
Habría que motivar las concreciones con datos y bagajes: pretender que el aire acondicionado no baje de 27º grados en verano ni suba de 19ª en invierno, sin más, equivale a anularlo
La comunicación no es el plato fuerte de nuestros gobiernos. Van pasando los unos y los otros, van alternándose en sus responsabilidades municipales, autonómicas o centrales y van acumulando los mismos errores. Años, lustros, decenios. Primero negados, después matizados y, al final, admitidos cuando ya no hay solución porque han perdido el poder. No supieron transmitir a la ciudadanía buena parte de sus decisiones, susurran. A buenas horas mangas verdes.
Este detalle nunca baladí sería tan anecdótico como el tropiezo con la primera piedra si no fueran los mismos partidos que se pegaron el batacazo los que vuelven a darse de bruces. Si además utilizan los decretos para imponer criterios sólo justificados por grandes y graves problemas, excusados en el marco europeo y después, ante la cruda realidad, modulados por la relativización obligada por la complejidad tanto de la situación como de la sociedad, lo que se consigue es crear una duda razonable entre una ciudadanía por otra parte mayoritariamente obediente, cumplidora y ejemplar. Pasó con la pandemia, pasará con el plan de ahorro energético. Solo que ambos planos ni son coincidentes ni pueden yuxtaponerse.
Más allá de la reincidente batalla partidista nada ejemplarizante, lejos de las advertencias de las comunidades autónomas obligadas a dar cumplimiento de una norma de rango superior y al margen de las críticas de los sospechosos habituales, habría que ser muy pedagógico con todo aquello que incide en la vida cotidiana de una población con mucho más sentido común que algunos de sus representantes. Especialmente con aquellos técnicos que han elevado los criterios con base científica a la categoría de religión. Y ya se sabe que cuando la política se confunde con la teológica, solemos acabar mal.
Por supuesto que hay que poner límites pero, también por supuesto, habría que motivar las concreciones con datos y bagajes. Pretender que el aire acondicionado no baje de 27º grados en verano ni suba de 19ª en invierno, sin más, equivale a anularlo. Pocos se habrán hecho con esta instalación para mantener un nivel de temperatura semejante a la vida anterior al invento. Cuando los ventiladores daban sensación de frescor y las estufas de calor en las cámaras donde habitaban. Y que la iluminación pública se reduzca supone regresar a aquellos tiempos que también se quisieron superados por razones de inseguridad ciudadana y tristeza. Que lo diga Díaz Ayuso pervierte la denuncia pero no la anula porque somos hijos de la cultura del consumo, la mejora del nivel y la calidad de vida y el alza de estándares de confort. Y nadie quiere ir hacia atrás por mucho que el futuro cada día se nos dibuje como el tiempo de ayer. Cuando los abuelos austeros y ahorradores perseguían a sus pupilos como si de un ladrón se tratara al detectar luces encendidas innecesariamente. O abrían y cerraban balcones, ventanas y persianas de manera estacional adecuada a la temperatura interior que necesitaban. Que nadie tenga valor de decirnos que vamos entrando en el túnel del tiempo, no lo evitará.
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