Josep Carreras reconquista el Festival de Peralada en tono amable con un gusto exquisito
El tenor barcelonés demostró que a sus 75 años tiene todo lo necesario para seguir llenando el escenario
Josep Carreras regresaba a Peralada, una plaza que siempre ha sido muy suya, por tanto la reconquista fue sumamente sencilla: solo tuvo que aparecer para que la platea y las gradas llenas a rebosar se vinieran abajo. Con su habitual elegancia y esa seriedad casi pétrea que le confiere el aire de ser la persona más concentrada en su trabajo del planeta, el tenor barcelonés demostró que a sus 75 años tiene todo lo necesario para seguir llenando el escenario.
Era su noche, La Nit de Josep Carreras se anunciaba, una noche especial sin duda y no solo porque el festival le concediese su medalla de honor, que también, sino porque ya desde mucho antes del inicio se respiraba un aire diferente a pesar del bochorno reinante todavía a aquellas horas de la noche. La semi penumbra que recibía a los recién llegados desde la entrada, atravesando los jardines, hasta el escenario incitaba a mil ensoñaciones (el sueño de una noche de verano, como proclaman con acierto desde el certamen) aunque el coche de lujo (publicitario, claro) aparcado en el centro del lago frente a las almenas del castillo pudiera cortar un poco el rollo. Se paseaba por el jardín a ritmo pausado, una cadencia acorde a la edad de los asistentes entre los que la juventud brillaba por su ausencia.
Las primeras notas de la orquesta, coherentemente deschaquetada para la ocasión, fueron el rítmico preludio a la larguísima ovación que recibió al tenor. En la primera parte Carreras le hizo un guiño a casi todo el mundo, de la Cançó d’amor i de guerra a Erik Satie pasando por Grieg, cantado en catalán, y culminando con el sueño imposible del Hombre de la Mancha. La parcela más operística recayó en la magnífica soprano esloveno-croata Martina Zadro que con tanta carácter cómo picardía bordó a Bizet y Gounod metiéndose al público en el bolsillo.
Lógicamente al tratarse de una actuación al aire libre el concierto fue amplificado. Un hecho que resta algo de cercanía pero al que es necesario acostumbrarse aunque ello implique algún que otro acople a destiempo o un balance no acertado que durante la primera mitad provocó que la orquesta tapase a menudo las voces un; se corrigió para la segunda mitad.
Tras el descanso Carreras comenzó pisando fuerte con aires napolitanos demostrando ese exquisito buen gusto con el que es capaz de moldear todavía su voz hasta provocar un estremecimiento y que realmente alcanzó su máximo en la tanda de bises perfectamente seleccionados. Carreras dejó que fueran solo las canciones las que hablaran por él y solo se dirigió al público en una ocasión para comentar: “Em sembla que m’he refredat”.
El tenor había anunciado una sorpresa y la hubo, pero no especialmente memorable. Nos podíamos haber ahorrado a la ganadora del concurso televisivo Eufòria compartiendo con Carreras sendas canciones de Llach y Serrat. Inmediatamente Martina Zadro arrolló a la joven e inconsistente Mariona levantando al personal con Délibes y poniéndolo a bailar con Lehár.
En una larguísima tanda de bises se fueron alternando las voces y ahí Carreras se llevó el gato al agua primero con una soberbia versión de Claudio Villa redondeada con un pletórico O Sole mio, que el público agradeció alborozado, y un My Way al que solo le faltó un poquito de ritmo para ser perfecto. Y la noche acabó lógicamente en el campo de la ópera más popular y el público de Peralada incluso se atrevió a palmear al ritmo de La Traviata para despedir una velada amable, como Carreras había anunciado previamente, y, al mismo tiempo, altamente energizante. Solo falló la puesta en escena totalmente adinámica al requerir las entradas y salidas de cantantes y director tras cada interpretación rompiendo cualquier posible continuidad y alargando el espectáculo en exceso (dos horas y cuarenta minutos contando el entreacto).
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