El invento del PowerPoint
El desafío es conseguir que el contenido sea auténtico, que el fondo le gane a la forma y el ingenio se imponga a la mediocridad, un plan que me lleva aún a recelar del PowerPoint
”¿Tienes algo que decir o vas a poner un PowerPoint?”.
Nunca me había encontrado con un interlocutor tan franco en el momento de concretar los términos de una charla sobre periodismo a la que fui invitado por una universidad de Barcelona. Aquel mensaje de un veterano administrativo que sabía mucho sobre conferencias y conferenciantes me animó a perseverar en el debate abierto con algunos alumnos sobre el creciente uso de la tecnología y la paulatina desaparición de las clases magistrales en la mayoría de las aulas y presentaciones, incluso sobre contenidos que exigen imaginación, no necesariamente sobre Comunicación.
Los entendidos apuestan por jugar con la imagen y la palabra, mezclar la teoría con la práctica, un ejercicio más completo que el de dar la chapa o poner un video, alternativa que por otra parte no supone precisamente los mismo: el orador corre el riesgo de aburrir o ser descubierto como un bocazas mientras que un montaje audiovisual ayuda a cobijar al impostor o por contra da a conocer al portavoz de un equipo que conjuga el esfuerzo y el conocimiento para satisfacción del auditorio, cada día más familiarizado con el mundo digital y el PowerPoint.
Nunca conocí a un profesor que comentara mejor las portadas de la prensa que Carlos Pérez de Rozas. Los gestos grandilocuentes y los tonos de voz de aquel director de arte daban vida a las diapositivas seleccionadas para relatar las gestas deportivas de figuras como Mohammad Ali. A nadie se le ocurrió grabar sus intervenciones porque eran personales e intransferibles, cambiaban cada día en función de su humor y del interés de los oyentes, convencido de que no había una receta o documento que sirviera igual para los matriculados de la Pompeu que de Blanquerna.
A mí me gusta tanto hablar que acostumbro a disgregar, de manera que necesito que me corrijan y ayuden a encontrar soluciones que a ser posible no pasen por el PowerPoint. Aprendí mucho en el festival literario de Morella, organizado por Elena Moya después de escuchar a Eduardo Mendoza y a Amparo Hurtado. Moya me ilustró sobre las reflexiones cortas y directas de los ingleses frente a las disertaciones de los que nos llenamos la boca con el Barça. No hay mesa redonda en la que salga el relato del Barça.
Intento practicar y siempre que puedo acudo a actos que considero idóneos para aprender como por ejemplo el último que organizó la Associació Catalana de la Premsa Comarcal (ACPC). La jornada culminó con una lección de la lingüista Maria Carme Junyent. El título de la ponencia era El futur del català: què hi pot fer la premsa comarcal?, un asunto que me ocupa mucho porque mi lengua materna es el catalán y procuro no olvidar que antes de recalar en EL PAÍS me inicié en El 9 Nou y el AVUI y colaboro en Catalunya Ràdio y Ràdio Barcelona.
La sorpresa llegó cuando Junyent pidió el correo que había enviado para la presentación y no hubo respuesta ni acuse de recibo en la sala de aquel hotel de Barcelona. La réplica de la conferenciante resultó tan educada como admirable porque se arrancó tranquila y firme en su exposición sin buscar culpables, esperanzada todavía en que en algún momento aparecería el soporte que debía ilustrar su disertación sobre la necesidad de que no se interrumpa la transmisión intergeneracional del catalán y menos en Cataluña.
La conferencia acabó sin que llegara el dichoso PowerPoint para suerte de los presentes porque Junyent estuvo magistral, por pedagógica y convincente, siempre creíble sin necesidad de contemplar los mapas y los datos cuya misión era autentificar su discurso y dar vuelo a la dedicatoria ”als meus nets, que no sé si existiran ni si parlaran català, pero la iaia els estima” que figura en su libro El futur del català depèn de tu (La Campana). Junyent tenía tan sabido e interiorizado cuanto iba a decir que no precisó de ayuda para interesar al público de la ACPC.
Y los asistentes se mostraron igualmente tan atentos y concentrados que corrigieron a coro y de inmediato a Junyent cuando dijo “twitter” y se refería a “Netflix”. No hubo distracciones ni nadie se preocupó por si el correo había sido enviado o no se había recibido porque el mensaje de la lingüista fue muy bien recibido, después de que la doctora Cristina Pulido presentara el trabajo ganador del 11º Premi de Recerca Universitària Premsa Comarcal: “El periodisme de proximidad enfront del repte de la Intel·ligència artificial (IA)” un título que evocaba al PowerPoint.
Pulido se explicó muy bien y tranquilizó al auditorio más inquieto cuando insistió en que la inteligencia artificial servirá sobre todo para agilizar y simplificar los procesos de producción de noticias para que “la capacidad humana se pueda centrar en mejorar los contenidos”, argumento que abunda en la tesis de la ingeniera Elisenda Nou-Balust, premio Princesa de Girona, entrevistada en La Vanguardia. “La inteligencia artificial liberará tu inteligencia natural de tareas secundarias y automatizables (…) Escapara de toda tentativa de dominio”, argumentó en La Contra.
No paro de contrastar opiniones desde que escuché a Pulido y tiendo a asociar sin que siempre venga a cuento el PowerPoint con la IA. La penúltima es una del laureado publicista Toni Segarra. “El lado creativo no morirá. Y tengo la sensación de que en algún momento alguien volverá a descubrir que utilizar talento es más eficiente y ahorra dinero”, afirmó a El Mundo. Y la última corresponde a un artículo de Tomàs Delclós con fecha de 2010 que se pregunta si “el PowerPoint nos hace estúpidos” a partir de un libro de Franck Frommer.
El desafío es conseguir que el contenido sea auténtico, que el fondo le gane a la forma y el ingenio se imponga a la mediocridad, un plan que me lleva aún a recelar del PowerPoint. Así que respondo a mi interlocutor académico que no necesitaré apoyo tecnológico para mi charla en la universidad: “Tengo algo que decir”, le cuento satisfecho hasta que me interpela de nuevo: “Supongo que no vas a leer diez folios y sabrás articular un discurso improvisado y sin apuntes”. Y es entonces cuando me quedo sin palabras, sin papeles y sin PowerPoint.
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