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Esquerra Republicana
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El holograma de la CUP

Esquerra ha decidido borrarse como socio del Gobierno, de la misma forma que los anticapitalistas del Govern

ERC
El portavoz de ERC, Gabriel Rufián (d) conversa con su compañero de partido Joan Margall Sastre (i) en el Congreso.J.J. Guillén (EFE)
Manel Lucas Giralt

EH Bildu ha pactado la ley de Memoria Democrática con el Gobierno de Pedro Sánchez, con algunos avances sobre el texto inicial y, de pronto, todas las exigencias de Esquerra Republicana sobre esa ley han quedado en segundo plano (entre ellas, la modificación del artículo 2 de la ley de Amnistía de 1977, el que impide juzgar a los torturadores franquistas). No es la primera vez en los últimos meses que los republicanos se caen de la lista de socios preferentes del Gobierno central, ya ocurrió con el paquete de medidas anticrisis; en ambos casos, su plaza la ha ocupado Bildu, cada vez más cómodo en su papel de partido con “sentido de Estado” (¡quién lo iba a decir!). En cambio, el grupo de Gabriel Rufián vive sin vivir en él, debatiéndose entre apoyar al Gobierno, marcar territorio con exigencias o quedarse agitando una bandera en el desierto.

¿Por qué les hablo del Congreso de los Diputados en una crónica sobre el Parlament? Pues por una suerte de vidas paralelas. El triángulo Gobierno-ERC-Bildu se repite en Barcelona, pero con los papeles cambiados. Los republicanos ocupan la posición central en Cataluña, con la CUP y los Comunes como socios sucesivos. Los autodenominados anticapitalistas votaron la investidura de Pere Aragonès, pero se han desengañado y actúan cada vez más como oposición. Y el president ha echado mano de los Comunes para salvar las votaciones, y mandar a los cupaires a una casi total irrelevancia. La ubicación de la CUP en el hemiciclo, en la parte superior, se ha convertido en una metáfora de su posición periférica, de manera similar a la de las derechas españolistas: no parecen contar para nadie, cuando los diputados de En Comú Podem -e incluso los del PSC- están muy dispuestos a la transacción. El tono amable que gasta Aragonès con Jessica Albiach (ECP) se convierte en amargo cuando responde a Dolors Sabater (CUP). Este miércoles, Sabater ha lanzado una andanada que parecía salida del mismo fajo de fotocopias de las cuatro o cinco anteriores –”¿no cree que es un menosprecio intolerable el trato que recibimos la gente de Cataluña del Gobierno del Estado español (…) con la colaboración de su Govern, que se muestra débil y sumiso?”-. La respuesta de Aragonès -”vuelvan a subir al carro del que bajaron, apuesten por construir puentes de gobernabilidad (…) Es su decisión. No necesitan más”- era una invitación, pero también un reto y, por el tono, una dura reprimenda.

Cuando un partido se debate entre el papel de socio exigente pero flexible, o el de oposición absoluta, ha de saber que lo primero te puede quitar la pureza, pero lo segundo te convierte en un holograma.

Este miércoles, cuando precisamente se ha revitalizado en el Parlament la apuesta por el diálogo a diversas bandas, con el PSC a favor e incluso Junts per Catalunya renunciando a su intransigencia habitual, la desabrida queja de la CUP, retórica y repetitiva, ha sonado tan pura como holográfica.

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