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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Preguntas y sospechas

El independentismo se ha visto obligado a compartir afrenta con aquellos a los que acusaba de espiar porque también han sido espiados

El presidente de la Generalitat, Pere Aragonès, en un momento de la jornada inaugural de la Reunió Cercle d’Economia. / David Zorrakino (Europa Press)
El presidente de la Generalitat, Pere Aragonès, en un momento de la jornada inaugural de la Reunió Cercle d’Economia. / David Zorrakino (Europa Press)David Zorrakino (Europa Press)
Josep Cuní

¿Por qué nos alarmarnos por aquello que no nos sorprende? Una pregunta que puede responderse cada uno a partir de su propio comportamiento ante la deriva tomada por el caso Pegasus. La evolución de lo que se inició como CatalanGate ahora rebautizado con el nombre del software que consigue saberlo todo del poseedor del móvil infectado. Sea el diputado abertzale que conocía su persecución desde hacía un año o el presidente del Gobierno que acabará explicándose en el Congreso a cambio de que éste no investigue la trama. Un titular de la Generalitat que sitúa en las pasadas Navidades el soplo de la intromisión sufrida o un abogado defensor con causa propia abierta que se querella por 19 posibles ataques padecidos que alteran la confidencialidad letrado-cliente. Un avispado ingeniero informático con pasado en Silicon Valley que consta tanto en la lista de los expertos investigadores de Citizen Lab como en la de espiados o la ministra de Defensa de inoportuna respuesta parlamentaria pero clara advertencia de que se irían conociendo más detalles que los trascendidos al estallar el escándalo gracias a la información recibida sobre su propia situación justo antes de entrar en el hemiciclo. Y así ha sido. De manera que el independentismo se ha visto obligado a compartir afrenta con aquellos a los que acusaba de espiar porque también han sido espiados.

Probablemente esto pasa porque la hipocresía es el homenaje que el vicio tributa a la virtud, según lo definió John le Carré en Una verdad delicada. Así, y siguiendo la capacidad narrativa de quien sabía tejer complejas tramas, cada paso que se da, cada noticia que amplía la anterior, provoca una multiplicación de preguntas sin que lleguen necesariamente las contestaciones a ninguna de ellas. Razón por la que las respuestas pueden ir variando según el contexto. Le Carré de nuevo.

Siguiendo sólo las explicaciones dadas, múltiples y confusas, verídicas o de distracción, podríamos advertir los múltiples contrasentidos que se desprenden de una situación grave pero que puede acabar como una gran cortina de humo diluida en el principio lampedusiano del cambio o las conclusiones aparentes. Es como suelen cerrarse las llamadas razones de estado cuando trasciende aquello que se hizo para permanecer oculto. O como se advierte en El espía que surgió del frío: “El trabajo del espionaje tiene una sola ley moral: se justifica por los resultados”. Más Le Carré. Y, a la vista de lo trascendido hasta ahora, no parece que estos obedezcan a un trabajo rigurosamente profesional.

Que sea obvio que los estados vigilan, controlan y espían no lo es que ello se convierta en la comidilla general y que se haya podido haber hecho sin el amparo de la ley porque es evidente que aquella solicitud legal para evitar un ataque o la ruptura del mismo Estado no se corresponde con el criterio de vigilar al máximo garante de su integridad. Excepto que a la pregunta “¿qué es la supervivencia?” los sospechosos habituales contesten: “Una infinita capacidad de sospecha”. Remata Le Carré.

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