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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El mundo sigue sin mirarnos

Precipitarse a pedir dimisiones o a romper mayorías parlamentarias de izquierdas es una temeridad

El presidente Pere Aragonès, en un momento de la reunión del Govern el pasado martes en el Palau de la Generalitat,
El presidente Pere Aragonès, en un momento de la reunión del Govern el pasado martes en el Palau de la Generalitat,
Lluís Bassets

Ni nos mira ni nos volverá a mirar. Basta con observar el panorama. Incluso es dudoso que nos haya mirado en alguno de los momentos más espectaculares de la marcha del independentismo hacia ninguna parte.

Algunas imágenes en las primeras páginas de los periódicos y en los informativos, unas crónicas y artículos brillantes en los grandes medios de comunicación, e incluso esas grandes expectativas creadas por los dirigentes independentistas y su formidable aparato de propaganda, y poco más. Puigdemont, el más ruidoso de todos, no ha conseguido ni centralidad ni relevancia en la vida política europea. Es una colorista anécdota en el paisaje de una Europa sacudida por los populismos y la guerra. La internacionalización del conflicto, tanto durante la marcha hacia el momento culminante como después de la fallida independencia, incluyendo la represión, el juicio y los indultos, ha sido un fracaso rotundo.

Se engañan quienes pretenden que el escándalo Pegasus atraerá de nuevo la mirada del mundo. Hay un persistente ombliguismo catalán que conduce a sobrevalorar las propias fuerzas y a olvidarse del ínfimo peso de nuestros conflictos respecto a la dimensión de las tremendas turbulencias que atraviesa nuestro planeta.

Sobre Pegasus no debiera haber dudas. Es una muestra del peligro de la tecnología digital cuando escapa al Estado de derecho, es decir, al control democrático de parlamentos y jueces. Hoy solo se halla bajo control de Israel, el país donde se halla la empresa que lo ha fabricado y comercializa y el mayor vivero de empresas de espionaje del mundo. Su uso no está generalizado solamente para combatir el terrorismo y la gran delincuencia, sino también al servicio de la diplomacia e incluso los crímenes de Estado, como fue el caso del asesinato de Jamal Khashogi, el periodista asesinado por orden del príncipe Mohamed bin Salmán. Según la revista The New Yorker, el gobierno israelí, que debe autorizar cada una de las operaciones de venta del programa, se ha negado a transferirlo a Ucrania para no incomodar a Putin.

Cierto, estamos ante uno de los mayores escándalos de espionaje digital de la historia. Pero no porque haya servido para espiar a los dirigentes de la secesión unilateral catalana, sino porque es un programa fuera de cualquier control, excepto el del Estado de Israel, donde aparentemente tenía tantos amigos el proyecto independentista. El gobierno español tiene ahora la oportunidad de probar que las escuchas fueron legalmente autorizadas y también de desclasificar las peticiones del CNI y los autos de autorización judicial para dar a conocer a la opinión pública los motivos y fundamentos de las escuchas. Precipitarse a pedir dimisiones o a romper mayorías parlamentarias de izquierdas es una temeridad que solo se explica por una incurable proclividad al oportunismo de unos inmaduros gobernantes catalanes.


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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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