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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Las cosas en su sitio

En el balcón histórico de la plaza de Sant Jaume está la pancarta que suscriben la gran mayoría de los catalanes decentes, al igual que el resto de españoles y europeos

Guerra en Ucrania
Una imagen de la pancarta que pende del balcón de la fachada del Palau de la Generalitat en apoyo a Ucrania. / CARLES RIBASCarles Ribas (EL PAÍS)
Lluís Bassets

“Cataluña con Ucrania. Por la paz, la libertad y los derechos humanos”. Eso dice la pancarta que cuelga del balcón del Palau de la Generalitat desde hace unos días. Ha sustituido a otra, que llevaba inscrita una extraña obviedad: “Libertad de expresión y de opinión. Artículo 19 de la declaración de los derechos humanos”. Solo los amigos del canal de televisión Rusia Today y de la agencia Sputnik debieran lamentarlo, por el doble motivo de que se trata de medios de comunicación rusos que apoyan la agresión criminal de Putin contra Ucrania y pretenden presentarse a la vez como víctimas de la democracia constitucional española; aunque a buen seguro encontrarán quien les aplauda, especialmente en las filas de cierta izquierda, donde es de rigor la búsqueda de simetrías para rechazar al alimón la invasión de Ucrania y la ampliación de la OTAN, a la que hacen responsable de la virulenta decisión militar del Kremlin, y como consecuencia oponerse a la entrega de armas al resistente ejército ucraniano.

Todos ellos preferían, sin duda, la anterior pancarta, felizmente descolgada en cumplimiento de una orden judicial. En ella se demandaba la “libertad para los presos y exilados políticos”, una consigna falaz, considerada como una intervención partidista en la campaña electoral, incompatible con la imparcialidad exigible a las instituciones públicas.

Todas las pancartas serían válidas, sin duda, pero no para España sino para Rusia, donde no hay libertad de expresión, los presos políticos se acumulan en las cárceles y comisarías y aumenta el flujo de quienes huyen despavoridos hacia el exilio. No puede ser más severa la dislocación de ideas y valores morales que acompaña a esta parte tan desorientada de la izquierda. ¿A quién se le ocurre proponer el diálogo entre el agresor y el agredido, el violador y la violada, el invasor y el invadido en el momento mismo en que se está cometiendo el crimen?

Por primera vez en años las cosas empiezan a estar en su sitio. En el balcón histórico de la plaza de Sant Jaume está la pancarta que suscriben la gran mayoría de los catalanes decentes, al igual que el resto de españoles y europeos. Las palabras impecables del presidente de la Generalitat, Pere Aragonès, sus discursos y sus artículos, son los que convienen a la trágica circunstancia que atraviesa Ucrania, en sintonía con el consenso recién recuperado en España sobre la política europea e internacional.

Es solo un primer paso, y no basta. Las cosas empezarán a estar de verdad en su sitio, cuando Cataluña, al parecer siempre en vanguardia de los movimiento sociales, se movilice de forma masiva en contra de la guerra de Putin y en favor de ayudar al gobierno legítimo de Kiev en manifestaciones como las que llenaron calles y plazas el 15 de febrero de 2003 entonces contra la guerra de Bush.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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