Guerra y fiesta
Afrontamos la peor Cuaresma en años, con la convergencia de las fiestas del Carnaval con el trasfondo de la guerra en Ucrania
Hemos tenido días de Carnestoltes en Cataluña. Aunque nunca fui un asiduo de las rúas y los saraos, es verdad que de pequeño me impresionaba el Rey de las Carnestolendas que acababa ardiendo en la plaza, o cuando el Miércoles de Ceniza los niños íbamos con la sardinilla a cavar un boquete. Conozco el calendario tradicional porque nací en un pueblo pequeño del norte y porque ahora, con hijos, no hay manera de ignorarlo.
Se da el caso, además, que la tarde del Jueves Lardero estuve dando una charla con Bernat Reher (del Teatre Lliure) y Joan Font (fundador de Els Comediants) en el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona (CCCB). Hablamos sobre espacios y momentos en que la impugnación del poder tiene lugar, nos preguntamos sobre la función de la fiesta, concluimos que lo subversivo ya no se da durante el Carnaval —ni casi nunca. La prueba es que durante el Jueves Graso estábamos hablando de desobediencia en el CCCB.
Esta semana he vivido el Carnaval por narices. Los niños reciben consignas en los colegios y los padres estamos para ayudar. Un día han ido en pijama, otro con el pelo alocado, un calcetín de cada color, y finalmente con el disfraz. Se trata de una subversión del orden muy pautada, infantilizada, es decir pedagógica, previsible e inocua. No entiendo cómo no se les ocurre a los maestros ceder la gestión entera del colegio a los niños, por solo poner un ejemplo de lo que en realidad sería una impugnación temporal de las jerarquías. Este año han triunfado los disfraces de Cazafantasmas (igual que cuando yo era pequeño) y de entrenadores de Pokemons, curiosa tendencia a representar el triunfo de la humanidad sobre los otros seres.
Cuando los niños tienen un plus de actividades, los contactos entre padres se acentúan. Esta semana hemos hablado más que de costumbre. Entre caras pintarrajeadas y niños inusualmente deformes, el tema estrella ha sido la guerra en Ucrania y las tendencias, dos. En primer lugar, los padres analógicos, analógicos en el sentido de buscar paralelismos entre Cataluña y Ucrania, por un lado, y entre Rusia y España por el otro. Padres independentistas o no independentistas usando la guerra ajena para seguir discutiendo, hay que decir que con mucha cintura, sobre un tema candente. En segundo lugar, padres extranjeros sin derecho a voto o recién nacionalizados hablando cada uno de la guerra según sus avatares personales, tenemos padres rusos, argentinos, portorriqueños, chinos, marroquíes.
Pocas madres se han sumado a las charlas informales. La tónica general de los padres ha sido la siguiente: los que nunca o casi nunca han empuñado un arma se abandonaban a soñar con hazañas bélicas en defensa de invasores, héroes, dignidad, patria, justicia, como los Cazafantasmas o los entrenadores de Pokemons. Quienes, en cambio, vienen de zonas en conflicto o fueron movilizados durante su juventud tendían al pesimismo. Unos y otros nos veremos el Miércoles de Ceniza, antes de la peor Cuaresma en años.
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