Luis Claramunt, un gran pintor bajo el personaje maldito y oscuro
Los Espais Volart dedican una exposición a uno de los artistas catalanes más personales, intensos y desconocidos de la segunda mitad del siglo XX
El pintor Luis Claramunt (Barcelona, 1951 - Zarautz, 2000) podría ser el protagonista de una novela o de una película por su apasionante, intensa (y breve) vida. Tras abandonar el seno familiar a los 18 años a finales de los sesenta, en un proceso de desclasamiento, acabó absorbiendo la vida libre y apátrida de la cultura gitana, adoptando su forma de hablar, de vestirse y comportarse. Incluso acabó ganándose la vida trapicheando, haciendo trabajos temporales y vendiendo en mercadillos en los alrededores de Barcelona. Vinculado, eso sí, con los ambientes culturales de la época, Claramunt inspiró, al parecer, a Juan Marsé para crear al personaje de Joan Marés, protagonista de El amante bilingüe; que, tras ser abandonado por su mujer atraída por personajes de baja condición social, decidió adoptar la personalidad de un murciano tuerto que sobrevive con empleos callejeros.
Esta manera de ser y de vivir al margen que Claramunt no abandonó nunca, acabaron marcando y ocultando el valor, la personalidad y la intensidad de la obra pictórica que realizó a lo largo de 30 años. Para ponerla en valor y reivindicarla, en los Espais Volart de la Fundación Vila Casas abre sus puertas la exposición Luis Claramunt. Naufragis i tempestes que podrá verse hasta el 1 de mayo, tras reunir 180 pinturas de este outsider social voluntario.
“Fuimos magníficos amigos y compartíamos la pasión por su pintura. Era un gran apasionado de su obra; que era lo que más le importaba en el mundo. Pintando era feliz y se sentía pleno. Lo apoyé mucho y costó trabajo que creyeran en él, porque se empeñó en representar un personaje demasiado asequible. Pero era un intelectual; una persona educada y sensible, que asumió la costumbre de presentarse como una persona muy próxima”, ha explicado este jueves Juana de Aizpuru, que fue su galerista desde que lo descubrió en Sevilla en 1985 y lo acompañó el resto de su vida hasta que falleció de un cáncer a los 49 años. Y acabó siendo una gran coleccionista de suya, como demuestra que es, junto con la familia del pintor, la que más pinturas presta de las 50 entidades y coleccionistas presentes; entre ellos Jordi Pujol Ferrusola, que aporta cuatro pinturas.
Los comisarios Sílvia Martínez Palou y Àlex Susanna han insistido en que la obra de Claramunt se ha visto eclipsada por el personaje oscuro que creó. “No hay que conocer ni tratar al artista, no hay que saber nada de él, para poder valorar su obra; nada fácil de clasificar, ni amiga de modas, insobornable y personal como pocas”, explica Susanna; pero reconocen que las diferentes etapas que vivió le exigían una forma diferente de expresarla y que él quería que su obra no fuera una impostura, sino el reflejo de su propia vida. Y lo consiguió. Es por eso por lo que han dividido la exposición en las ciudades y territorios en los que vivió y marcaron su itinerario vital, mostrando 14 series que creó, “como si fueran 14 exposiciones en una”, según los comisarios.
En Barcelona (1970-1985) se vivieron sus inicios tras su salida de la familia, con una pintura barroca, oscura y dramática en retratos, terrazas, peleas de gallos, jugadores de dados y cartas, además de ilustrar, como gran lector que fue, novelas de aventuras, como La isla del Tesoro en 1971. En Sevilla (1985-1990) comienza a hacer grandes obras (de tres por dos metros), depuró sus motivos y redujo al máximo los elementos, pero siguió pintando con la misma luz de Barcelona, sin dejarse atrapar por los cielos de esta ciudad, al pintarla de noche, con azules, grises y ocres.
Tras un apartado especial a sus veraneos en Horta de Sant Joan, Tarragona, en la que nadie podrá ver la luminosidad de las obras que realizó allí Picasso, años antes, puede verse el resultado de sus siete viajes a Marraquech (entre 1985 y 1988) “que supusieron un cambio radical en su trayectoria y su etapa creativa más pletórica, en la que pasa de los paisajes, superpone planos y da todo el protagonismo a la figura”, destaca Martínez Palou. Como se ve en sus vendedores, ciegos músicos y mendigos callejeros. “En el fondo es tan orientalista como Matisse, Delacroix y Fortuny”, apunta Susanna junto a estas obras vitalistas y luminosas, en las que se ve su forma de trabajar: colocando varios lienzos en la pared del estudio y pasando de uno a otro, creando una especie de relato pictórico.
Y al final, Madrid (1990-2000), de la mano siempre de Aizpuru que buscaba lanzarlo internacionalmente. Aquí expone Shadow Line, homenaje a Josep Conrad “en la que vuelve a los motivos marineros, pero acercándose al expresionismo abstracto”, según Susanna.
La muestra se cierra con la serie Naufragis y tempestes (Naufragios y tormentas), título de su última exposición que se vio en Madrid, Barcelona y Sevilla, entre 1999 y 2000 y en la que el mar y las tormentas no son tan literarias como hasta ahora, sino más abstractos y pinta líneas de color sobre un fondo blanco y en las que aparece, casi siempre, un velero, como el que recogió de un contenedor y que tuneó con cepillos de dientes y pajitas para hacer los mástiles, que puede verse en la muestra. Vida y obra juntas.
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