Trapero, los obispos y el nos mayestático
Amparados por el nosotros que eclipsa el yo, se destituye al jefe de los mossos y el episcopado elude investigar los casos de abusos de menores en la Iglesia católica española
No ha venido ni la Guardia Nobile, ni el Corpo delle Lance Spezzate, ni siquiera los frugales Caballeros Ligeros. Ni tan solo la Guardia Suiza. El Vaticano de momento no ha enviado a ninguna de sus históricas unidades para investigar los casos de pederastia en la Iglesia católica española, tal como esperaba quizás con divina impaciencia la jerarquía eclesiástica. A pesar de la documentación entregada por este diario tanto a la Santa Sede como a la Conferencia Episcopal, los obispos no se han movido. Los prelados españoles han preferido la paciente y pasiva espera, sin tomar la iniciativa. Confiaban en que el nos mayestático, acreditado a lo largo de tantos años y de tantos pontificados, lograra enterrar como por ensalmo los casos de pederastia.
Y es que la Iglesia jerárquica española vive todavía en el Concilio Vaticano I y por eso desconfía del vínculo colegial que emanó del Vaticano II y que les hubiera supuesto impulsar una investigación independiente. Lo contrario de lo que hacen los mitrados en esos países de perversa influencia protestante –ya sea Alemania luterana o la Francia hugonote– , donde sí han aclarado lo sucedido en casos de pederastia y abusos. Pero en la católica España manda el Roma locuta, causa finita. Y la mayoría de los obispos piensan que la autoridad última es inapelable y a ella acuden, parapetándose tras el anacronismo cuando se trata de defenderse de la impía, laicista y blasfema justicia humana.
El episcopado español se encuentra a gusto tapándose hasta las orejas con el manto del nos mayestático, ese plural de prudencia que ennoblece y empequeñece, esa capa de modestia tras la que se emboza un yo arbitrario que no tiene ganas de remover los 251 casos acreditados por este diario de abusos de menores y que los prelados, a vista de ángel y sin entrar en menudencias laicas, consideran que no merece perturbar su paz de espíritu.
Y quizás inspirados por ese espíritu colectivo, el triunfo del nosotros que encubre el yo, el Departamento de Interior de la Generalitat ha decidido desposeer a Josep Lluís Trapero de su cargo de jefe de los Mossos d’Esquadra. El mayor siempre ha sido un hombre polémico. Ha buscado la profesionalidad en tiempos de tribulaciones políticas, ha tratado de dar a la policía catalana una pátina de independencia en época de trincheras y banderías. Trapero ha tocado la guitarra con Puigdemont en el transcurso de una paella veraniega, pero ha sido capaz de declarar ante la Audiencia Nacional que durante el 1-O tenía un plan para detener al mismísimo president y a su entonces vicepresidente Oriol Junqueras si así se lo pedía la justicia.
Ha pasado de ser icono de la Cataluña procesista por su gestión de la crisis tras los atentados terroristas de agosto de 2017 a erigirse en paradigma de traidor. Y Trapero solo es un policía, decapitado por la aplicación del artículo 155, juzgado y absuelto por los delitos de sedición y desobediencia y luego capaz de cultivar relaciones profesionales con el poder judicial y policial en Madrid. Al mayor de los Mossos no le gusta que los políticos se enteren de que están siendo investigados por corrupción gracias a filtraciones de sus compañeros de partido, como presuntamente sucedió con la presidenta del Parlament, Laura Borràs. O que la CUP pacte con el Govern que los antidisturbios de los mossos no deben intervenir en los desahucios cuando los activistas cierren el paso a la comitiva judicial.
Le molestan las hipotecas de la política que siempre están ahí y son inevitables. Por eso ha sido destituido, no por el argumento blandido por su sucesor, Josep Maria Estela, de que “hay que desterrar la primera persona del singular en el Cuerpo para pasar a la primera del plural”. Tampoco ha sido cesado por la razón esgrimida por el conseller Elena: “Ahora se considera que es mejor poner el acento en una toma de decisiones más coral”. Quizás algunos piensan que la policía es un servicio auxiliar del gobierno de turno, un virus muy español cuyos síntomas son que el enfermo suele confundir los intereses propios con los de la patria. Quizás eso explica la destitución de Toni Rodríguez, jefe de investigación de los Mossos, que pugnaba por mostrar que la profesionalidad de la policía catalana le permitía investigar los casos de corrupción del independentismo gubernamental.
Así que para ocultar como imponen arbitrariamente su voluntad, a los políticos les son caros los estilos indirectos, terceras personas o nos mayestáticos. Y, claro, carecen de la tradición para emplear con soltura la gramática, algo que los pontífices romanos han venido ensayando desde el siglo XII, sabedores de que donde esté un buen nos mayestático debe apartarse la prosaica realidad.
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