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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Silbidos, abucheos y algo de mansplaining de la derecha catalana

Alguien debería explicarle a Ada Colau que vive una ilusión de su relación con los independentistas con los que se afana en hacerse perdonar la vida sin demasiado éxito, como puede verse

Ada Colau, alcaldesa de Barcelona, y Jordi Cuixart, presidente de Òmnium, se abrazan el día del pregón de las fiestas de Gràcia.  EFE/Alejandro García
Ada Colau, alcaldesa de Barcelona, y Jordi Cuixart, presidente de Òmnium, se abrazan el día del pregón de las fiestas de Gràcia. EFE/Alejandro GarcíaAlejandro García (EFE)
Carmen Domingo

A finales del pasado mes, Pedro Sánchez fue recibido en la plaza mayor de Salamanca, cuando se disponía a asistir a la conferencia de presidentes, con abucheos por parte de algunos grupos de derecha. Consecuencia de esos silbidos, un paseíllo que se realiza tradicionalmente al acabar las reuniones fue suprimido. Desde Moncloa no querían que se repitiera el griterío.

El mes anterior, el presidente del gobierno también había sido increpado, en este caso en Barcelona, pues parecía —como así acabó siendo— que en breve se tramitarían los indultos a los políticos catalanes presos y la decisión no acababa de gustar a los independentistas. “No necesitamos tu perdón”, o “Viva la terra”, fueron los eslóganes de entonces frente al “traidor” o “dimisión”, que se le pedía en Salamanca.

Nada nuevo. La derecha es siempre intolerante, la de Salamanca o la de Barcelona.

Vaya por delante, de todos modos, que los políticos, va con el cargo, deberían estar acostumbrados a que parte de la población no esté de acuerdo con su política. Y, aunque si bien es cierto, que para manifestar su descontento la población podría recurrir a métodos digamos menos agresivos, cada cual reacciona como sabe y puede y en general gritar y patalear, como haría un niño pequeño, acaba siendo el método muy socorrido, para evidenciar el desacuerdo.

Jordi Cuixart pidió en Gràcia a los suyos que incluyeran a Colau en “el mismo pueblo”. Acabáramos

Esta semana ha sido Ada Colau la que ha recibido los abucheos y ha sido en el pregón de arranque de una de las fiestas más emblemáticas de la Ciudad Condal, las Fiestas de Gracia.

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El barrio de Gracia, lo dicen todas las encuestas, es aplastantemente independentista. Curiosamente es uno de los más caros de Barcelona, lo que cuadra perfectamente con la derecha nacionalista independentista catalana y, claro está, era evidente que no recibirían a Colau con los brazos abiertos. Ni siquiera para reconocerle el guiño que, día tras día, comuns y la alcaldesa tratan de hacerle al independentismo en este caso facilitando que Jordi Cuixart, presidente de Òmnium fuera el pregonero de las Fiestas de la mano del regidor del distrito Eloi Badia.

Nada más empezar a hablar tuvo que dejarlo por los abucheos y Cuixart se sintió impelido a acudir —los hombres acuden siempre a salvar a las mujeres ya se sabe— para evitar alargar el “bochorno” y, sobre todo, las lágrimas públicas a la “inocente damisela en apuros”. Y, tras quitarle el micrófono, y con un paternalismo bastante machista a mi juicio, se dirigió a “los suyos”, pidiéndoles que la incluyeran en “el mismo pueblo”. “Uno de los nuestros”, como en la película de la mafia de Scorsese.

Acabáramos.

Ahora resulta que hay varios pueblos y que unos —los elegidos— son los que tienen el poder de incluir a “los otros”.

La derecha es siempre intolerante. La de Salamanca, donde Pedro Sánchez fue abucheado, o la de Barcelona

Vamos, cinismo y xenofobia en estado puro, hasta en unas fiestas populares de barrio diferencian entre quiénes son auténticos y quiénes son extraños. Y lo peor, aplaudido por la alcaldesa. Esa misma que colocó la pancarta de “Benvinguts” a los refugiados ahora va y aplaude la diferenciación entre vecinos independentistas y no independentistas.

Sorprende que Colau, que lleva años en el consistorio conviviendo y facilitando el acceso a él a sectores independentistas en un afán de incluirlos en su gabinete no se imaginara lo que iba a suceder. Debería estar —experiencia obliga— acostumbrada a la queja desde los sectores independentistas, no demasiado dados a la tolerancia y al respeto a las ideas no afines.

La situación se repite. No hace tanto, en su nombramiento como alcaldesa, gracias al voto del cabeza de lista de Ciudadanos, Manuel Valls por pactar con el PSOE y no darle la alcaldía al independentismo, recibió no solo insultos sino también lanzamiento de objetos de esos mismos intolerantes independentistas que hace unos días la abucheaban en Gracia. En aquel entonces, al día siguiente fue a la radio y, al tiempo que aguantaba las lágrimas, aclaraba que era la alcaldesa de todos los barceloneses.

Pues parece que no. Que alguien debería explicarle a Ada Colau que vive una ilusión de su relación con los independentistas con los que se afana en hacerse perdonar la vida sin demasiado éxito, como puede verse. Y que quizás, para no reducir más el voto de la izquierda debería asumir cuanto antes que la inmensa mayoría del independentismo no la traga, que la derecha (ya sea en Salamanca o en Barcelona) es, siempre, intransigente y que se equivoca queriendo ir con ellos de la mano. Una mano que le muerden cada vez que se despista.







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