Ocaña se vistió de Sol para despedirse
Joan Vázquez cierra el festival En Veu Alta en Sant Jaume dels Domenys evocando al pintor de la Barcelona canalla en ‘Ocaña, reina de las Ramblas’
Joan Vázquez está ya apoyao en el quicio de la mancebía cuando se encienden las luces del escenario montado en la plaza del Botànic de Sant Jaume dels Domenys (Baix Penedès). Y se arranca con la copla: Oooojoooos veeeerdes... A su lado, el guitarrista Jordi Costa pone el acento a sus palabras y la melodía a sus cantos. El actor se va metiendo en la piel de José Pérez Ocaña, pintor, alborotador, alma libre y performer de la Barcelona canalla a la que llegó en 1971 de Cantillana, su pueblo natal, en Sevilla. Esta función de Ocaña, reina de las Ramblas (que veremos en la sala Trono de Tarragona la primera semana de septiembre), escrita por Marc Rosich y con música de Marc Sambola, cerró el pasado sábado el festival En Veu Alta (Eva), que desde el 4 de junio ha ofrecido “narración y tradición oral” en pueblos del Penedès. “A esto lo llamamos hacer territorio y hacer cultura”, dice la presidenta de Eva, Jordina Biosca. “Expresarnos en libertad”, apostilla el actor.
De otra manera, sería imposible dar la palabra a Ocaña. El monólogo (cantado, recitado e interpretado por Vázquez) es tan crítico como lo fue Ocaña. “Él era todo color, queer mucho antes de que se acuñase el término”, suelta, mientras no deja de sonar la guitarra. El espectáculo transcurre a ritmo de las coplas, ahora, El día que nací yo, interrumpidas por el propio Ocaña (ejem, por Vázquez) para contar sabrosos y crudos detalles: “Media Barcelona underground pasó por mi apartamento, con siete balcones a la plaza Real, y la otra media… pasó por mi cama”. Ríen las cerca de 150 personas que llenan la plaza (convenientemente separadas y enmascarilladas), gente madura, algún adolescente, jóvenes. Alguna veterana del lugar: “Marcel·lina, ¿por qué la llaman la plaza roja a esta plaza?” “Por las baldosas”. No, no es por Ocaña. Él no era rojo: “No me hace falta carné de ningún partido”, dice. “Yo soy más que libertaria, ¡libertataria!”. Y suena Yo soy esa… “Ay que ver, con las cosas de la identidad...”.
La plaza es el lugar más fiel a la historia de Ocaña: “Mi escenario fue la calle, sin los límites de un escenario”, proclama. “Y mi vestuario, ropa de los Encantes”, dice, sacando de una cajonera un chal ribeteado que, con un gesto malabarista, se coloca sobre los hombros. Y por la plaza hace desfilar a artistas, cantautores, comediantes, dibujantes... y marineros, que suben por las Ramblas. La canción, claro, Tatuaje, convertida en la autobiográfica y triste historia de un amor perdido: ”Si te lo encuentras, marinero, dile que yo muero por él”. Nadie lo encontró y Ocaña se quedó huérfano del marinero que lo enamoró.
No faltan aventuras que, tras pasear por las Ramblas hasta el Café de la Ópera (“Nazario vestido de Salomé; yo vestido sin bragas”), pasaron a ser carcelarias: “¡Qué tres días pasamos en la Modelo!”, recuerda el pintor. “Había un motín, cuando nos metieron... y yo, saludando como una reina”. Esa Barcelona que —y ahora habla Ocaña después de muerto— “quedó domesticada para el ‘92, maquillada bajo mil capas de cemento”.
Versos de Lorca (con música de Sambola) sirven para narrar una vivencia trágica y real: “Una canción se ha muerto antes de nacer”, nos cuenta Ocaña, triste, sobre un amor en Cantillana, donde “todos estaban borrachos de religión”: “Los mismos que mataron a Lorca ayudaron a mi Manolo a clavarse la pistola en la sien”, denuncia.
Es paradójico que uno de los momentos más bonitos de su vida fuera el de su muerte, en 1983, probablemente enfermo de sida (“¡con todo lo que me llegué a follar!”), pero disparatadamente trágica, al prendérsele con una bengala el traje en una procesión, en su pueblo: “El día que morí yo...”, se arranca a cantar desde el más allá, “fue precioso”. Carlos Cano entra en el repertorio con la canción que le dedicó: “Se fue vestida de día, se fue vestida de Sol... un ángel malo le estará cantando a Dios Ojos verdes o María de la O”.
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