Un actor imperturbable
La dimensión real del Senado se sigue resintiendo del papel secundario otorgado y de la incapacidad de los partidos de resolverlo. Es una incompetencia trabajada que justifica el bajo interés popular que suscita
En enero de 1992, Pasqual Maragall le puso voz al deseo: “El Senado como Cámara territorial podría estar en Barcelona”. Eran tiempos preolímpicos de muchas ilusiones y grandes esperanzas. Todo parecía posible. La España felipista vivía una explosión sin límites y la capital catalana compartía pódium con Sevilla, exposición universal, y Madrid, capitalidad cultural. Triángulo que el pujolismo interpretó como la voluntad de descafeinar la Cataluña que pretendía única recelando del alcalde Maragall porque estaba convirtiendo Barcelona en un contrapoder potenciado desde el área metropolitana que albergaba la mitad de la población. Un gran feudo urbano de voto eminentemente progresista en contraste con el control geográfico que Convergencia ostentaba sobre la amplísima zona rural a la que pasó a denominar “el territori”.
Cada escaño se convierte en un espacio donde guardar los personajes que, cuales objetos añejos, han dejado de ser útilesCada escaño se convierte en un espacio donde guardar los personajes que, cuales objetos añejos, han dejado de ser útiles
A partir de entonces, aquella propuesta que Maragall entendía como el resultado de un gran pacto institucional y no como un planteamiento reivindicativo, ha jugado una suerte de Guadiana. Y el PSC, que la asimiló, la hace aparecer periódicamente con la misma oportunidad electoral que el tiempo diluye. Una apuesta que Pedro Sánchez hizo suya en las elecciones generales de 2015 y que se recuperó cuatro años después con la presidencia efímera de la Cámara alta de Manuel Cruz. Ha habido otros escarceos que han tenido que ver con la fantasía irrisoria en el resto del Estado de optar por una descentralización que se visualizó fugazmente en el traslado a Barcelona de la sede de la Comisión del Mercado de las Telecomunicaciones. Quedó en un amago por los recelos crecientes de los centralistas que en aquel caso contaron con el apoyo apasionado de los sindicatos de funcionarios.
Todo esto tenía por muleta la idea de la “bi” o “co” capitalidad que hubiera podido equiparar a las dos mayores ciudades españolas, rebajar sus agravios comparativos y acabar con unas pugnas que se nutrían de los descompensados vasos comunicantes que pretendían ser. Una base para la descentralización que adquirió nuevo eco con el nombramiento de Miquel Iceta como ministro de Política Territorial. Pero los cinco meses que ha durado en el cargo no le han dado para tanto.
Mientras, la dimensión real del Senado se sigue resintiendo del papel secundario otorgado y de la incapacidad de los partidos de resolverlo. Lamentarse de que no ejerza de hecho de la Cámara territorial que lo define pero no hacer nada para conseguirlo va más allá de la hipocresía y el cinismo atribuidos a la política. Es una incompetencia trabajada con denuedo que justifica el bajo interés popular que suscita. Y mandando a calentar sus escaños a hombres y mujeres relegados o en retirada, las mismas formaciones restan trascendencia al hemiciclo que podría resolver anécdotas antes que el tiempo los convierta en categoría de gran calado. Desde el contencioso catalán al de la España vaciada.
Como en otros aspectos de nuestro sistema, hay en este un cierto tono despreciativo a la democracia realComo en otros aspectos de nuestro sistema, hay en este un cierto tono despreciativo a la democracia real
En estas estamos cuando la que fue “dama del sur” ha decidido aceptar la oferta de quien le ha ganado las primarias en Andalucía. Susana Díaz será senadora por designación parlamentaria. Juan Espadas, rival vencedor, ha querido compensarla con una patada hacia arriba mientras la empujaba hacia abajo también de la cúpula del partido. Un hecho que evidencia el concepto que los mismos políticos tienen de un organismo que, a diferencia de sus semejantes en otros países, aquí ostenta unas limitaciones que de tan poco atractivas lo simulan decorativo. Y así, cada escaño se convierte en un espacio donde guardar los “pongo” en los que se han convertido aquellos personajes que, cuales objetos añejos, han dejado de ser útiles y estéticos para quienes regentan las formaciones.
No es la primera vez que se le ofrece semejante oportunidad a la impenitente rival de Pedro Sánchez. Para paliar la derrota electoral que sufrió en 2018 y que la obligó a abandonar la presidencia de la Junta se le sugirió hacerlo en el Senado. Convertirla en número tres del protocolo oficial español añadía madera a la pira de los despropósitos orgánicos.
Como en otros aspectos de nuestro sistema, hay en este un cierto tono despreciativo a la democracia real por parte de sus actores destacados. De los 265 senadores actuales, 208 lo son por sufragio universal. Nunca un voto directo tuvo tanto valor como el que reciben las candidaturas senatoriales abiertas. Al marcarles con la cruz, son los únicos parlamentarios que pueden alardear de haber sido, ellos sí, elegidos directamente por el pueblo. Las listas cerradas para el Congreso, parlamentos autonómicos y ayuntamientos relativizan el valor. Pero si los mismos representantes avalados por los ciudadanos acaban conviviendo con quienes no acumulan otro mérito que haber sido designados por sus formaciones en un intercambio de cromos y por disciplina partidista ni siquiera defienden sonoramente los intereses de su comunidad, lo que queda es un demérito colectivo donde la confusión se impone al escrutinio. Y así van pasando los lustros.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.