Del urinario de Duchamp a los platos de Tàpies
La fundación del pintor expone obras creadas entre 1960 y 1980, en las que incorporó objetos, y las vincula con la icónica obra del artista francés a través de una instalación de Saâdan Afif
El arte siempre ha avanzado a golpe de genios y genialidades. Nada fue igual después de que en 1917 Marcel Duchamp (1887-1968) expusiera en Nueva York un urinario público de hombre invertido, convirtiendo este objeto común y seriado (y poco valorado hasta ese momento) en una obra de arte que llamó Fuente y que acabó entrando en la Historia del Arte por la puerta grande. Años después, Duchamp y el creador de la materia, Antoni Tàpies (1923-2012), se conocieron y coincidieron en varias ocasiones. No es de extrañar que la fundación barcelonesa del artista los haya reunido en las dos muestras que presenta estos días y que se verán hasta finales de enero de 2022 para evidenciar cómo el artista catalán, pese a los años transcurridos, tenía presente cuando creó obras como Pila de platos (1970) en las que apiló 37 platos de loza blanca; Cojín y botella, del mismo año, o Cabezal de cama con ropa, de 1973, la obra del artista conceptual franco-norteamericano y la influencia del dadaísmo que reivindicaba dentro del arte “el objeto encontrado”.
“Es un periodo en el que Tàpies consolida el lenguaje de las pinturas matéricas que inició a mediados de los años cincuenta, como la apuesta decidida de incorporar objetos en las obras”, explica Núria Homs, comisaria de la muestra Tàpies. La realidad en primer plano en la que se pueden ver 43 impresionantes obras de Tàpies en las que, como en su pila de platos, la realidad política y social que vivía tiene su reflejo en las obras que producía. En este caso tienen que ver con las comidas que se repartían a los encerrados en el convento durante la Caputxinada de 1966, en la que participó y acabó, como el resto de estudiantes e intelectuales, detenido y multado.
La exposición incorpora obras anteriores, para mostrar que Tàpies siempre había usado objetos en sus obras. Como la obra efímera que realizó en 1956 para el escaparte de la sastrería Gales del paseo de Gràcia con una vieja persiana de metal y un violín (una pieza que como el urinario de Duchamp desapareció, pero que el propio Tàpies volvió a hacer en 1973, demostrando que su lenguaje continuaba estando vigente).
“A diferencia de los surrealistas que vinculaban sus obras con el subconsciente, Tàpies simplemente utilizaba los objetos en desuso de su entorno para ponerlos en valor, nada más”, continua Homs delante de la mencionada Cojín y botella y muy cerca de Paja y madera, de 1969, en la que convierte en esencial un material tan pobre como la paja, pero que la mayoría de personas que lo ven, surrealistas o no, acaban viendo un enorme vello púbico. La diferencia con el arte Povera es, remarca la comisaria y jefa de colecciones de la fundación, “que Tàpies siempre interviene la obra, la marca, la firma, le pone color; no solo pone del revés un cuadro para mostrar un bastidor, sino que siempre lo interviene, de forma contundente o más sutil”.
En obras como Inscripciones y cuatro barras sobre arpillera, de 1971, Tàpies usa la tela de saco como el soporte en el que incluye el nombre de intelectuales catalanes que luego cuelga, como si fuera una pancarta, literalmente al lienzo. Este lenguaje tan directo impidió que la obra no se pudiera mostrar hasta 1976. Otras, como Gran tela blanca cosida, de 1969, es mucho más sutil, pero no menos impactante, al ver como unió dos lienzos de dos metros cada uno con una cuerda de un centímetro de grosor y luego lo pintó todo de blanco. La obra, que proviene de la Colección Jules Maeght de París, como otras de la muestra, no se había visto nunca en Barcelona.
En otras de las obras se pueden ver somieres con sábanas, armarios con ropa, lienzos en los que cuelga unos pantalones, incluso servilletas anudadas de forma diferente debajo de las iniciales de los cinco miembros de la familia: sus hijos Antoni, Clara y Miquel; su mujer Teresa y él. Que Tàpies no abandonó nunca esta práctica, apunta Homs, lo demuestra que hay obras de los noventa que siguen esta estela y que hacen que la exposición continúe fuera de los muros de la fundación: en el paseo Picasso se puede ver Homenaje a Picasso, de 1983, en la que empleó Tàpies muebles del despacho de su padre y en un lugar destacado del Macba se puede ver Rizen, de 1993; una enorme cama blanca de hospital colocada en vertical, que fue premiada en la Bienal de Venecia con el León de Oro de (sorprendentemente) Pintura de ese certamen.
Obsesionado con la Fountain
Para resaltar la relación entre Tàpies y Duchamp en el piso de arriba de la fundación se puede ver Los archivos de la Fuente y más allá, una enorme instalación del artista francés Saâdan Afif creada a base de las publicaciones en las que aparece la famosa fuente del conceptualista. Son las páginas arrancadas y enmarcadas de las publicaciones, que también se muestran en una librería todas ordenadas por orden de adquisición. “Son como los moldes”, explica el artista. Al lado, Afif expone también, como una cacofonía, las páginas de diarios y revistas en las que se habla de su intervención que está en continua creación desde 2008. “En ese año, tuve un sueño una noche en el que entraba en un urinario público y al lado se colocó Duchamp”. Desde entonces no ha parado de recolectar y generar documentación sobre la famosa e iconoclasta fuente, demostrando, de forma apabullante, que ese objeto es una obra de arte.
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