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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La vida con retraso

Ahora mismo la pandemia nos ha puesto frente a nuestra precariedad. ¿Sabremos aprender de la experiencia? No nos llamemos a engaño. Las tendencias que marcaran el futuro vienen de antes

Transeúntes pasean por La Rambla de Barcelona.
Transeúntes pasean por La Rambla de Barcelona.JOAN SÁNCHEZ
Josep Ramoneda

“Siento que la vida me va con retraso”. Esta frase es de Noelia, una enfermera auxiliar de 33 años, en un reportaje de EL PAÍS sobre la crisis de los jóvenes. Los datos le dan la razón: la edad media de emancipación de los españoles (es decir, de sentirse en condiciones para montarse una vida autónoma) está en los 30 años, la edad media en que las mujeres tienen el primer hijo está en los 32,3 (un récord mundial) y el número de hijos por mujer (1,1) compite con Corea del Sur y con Japón para el título de más bajo del mundo. No es extraño, con estas cifras, que el número de nacimientos venga cayendo en picado desde 2015. ¿Qué hacer para que estas vidas no se retrasen?

Hay unas fracturas sociales y de género que, como dicen las encuestas, discriminan las opciones de cada uno
Hay unas fracturas sociales y de género que, como dicen las encuestas, discriminan las opciones de cada uno

La frase de Noelia viene hermanada con otra noticia de estos días: los divorcios de mayores de 60 años se disparan (un 125% en diez años). Ambos fenómenos tienen que ver en el aumento de la esperanza de vida en la que España también está en la vanguardia: 83,5 años en 2019, (con una caída por la pandemia de la covid en 2020 (82,4 años) que no tardará en recuperarse) De estos datos, podríamos deducir, que los jóvenes tienen prisa para llegar y los mayores para relanzarse porque han descubierto que tienen margen para seguir. Sin duda, una sociedad no puede moverse con los mismos criterios cuando la esperanza de vida al nacer es de 68 años (como era aquí en los años sesenta) que cuando es casi de 84. Precisamente una de las sorpresas de los años sesenta —simbolizada por las revueltas del 68— fue la irrupción de la juventud como sujeto político. El tránsito de la infancia a la emancipación empezaba a alargarse, respecto a tiempos en que a los 20 años muchos ya estaban aparejados y en cría, como ocurre en países con la esperanza de vida muy baja.

En aquellos años sesenta hubo una coincidencia de factores que hizo posible que algunas generaciones nacieran marcadas por cierta fe en el progreso. La ilusión se apagó pronto. Pero la llegada de John Kennedy a la presidencia de Estados Unidos, de Kruschev al poder en Moscú, la entrada de Fidel Castro en la Habana, la descolonización, y la elección de Juan XXIII en el Vaticano hicieron en pensar, en un momento de bonanza económica en Occidente, que el happy end era posible. Y aunque la fantasía duró poco dio gasolina a unas generaciones para poner en cuestión los modelos culturales, morales y políticos dominantes en la guerra fría. Astucias de la historia, por las vías que se abrieron entonces acabó colándose más tarde la revolución neoliberal. Y se retomó la peor de las ficciones, la que más desastres ha creado: la creencia de que no hay límites y de que todo es posible, que nos condujo al socavón de la crisis del 2008.

Ahora mismo la pandemia nos ha puesto frente a nuestra precariedad. ¿Sabremos aprender de la experiencia? No nos llamemos a engaño. Las tendencias que marcaran el futuro vienen de antes. Y es sintomático el entusiasmo con el que, desde hace unos pocos días, sectores económicos y empresariales proclaman el inicio de una gran recuperación. ¿Para quién? Puede que el crecimiento se dispare después del parón generalizado de este año. ¿Para llevarnos a dónde? ¿Una nueva aceleración para acabar estrellándose otra vez en las oscuridades de una crisis? ¿Qué va hacerse para sacar a los jóvenes de la falta de perspectivas actual? ¿Y para amueblar el futuro ganado por la gente mayor?

Un proyecto de futuro no puede ignorar que la vida es mucha más larga y que todas las franjas se amplían
Un proyecto de futuro no puede ignorar que la vida es mucha más larga y que todas las franjas se amplían

La caída sostenida de la tasa de natalidad anuncia una reducción de los componentes de la franja joven. Pero ¿qué se les ofrece? La realidad es que hay unas fracturas sociales —antes llamadas de clase— y de género que, como dicen las encuestas, discriminan enormemente las opciones de cada uno. Y todo joven sabe que, en la meritocracia, el eufemismo ideológico de nuestro tiempo, el acceso al trabajo y a la emancipación va muy dopado por el principio family&friends, como dicen los americanos.

Del mismo modo que en la parte alta de la pirámide de edad (los mayores de 60 años ya son el 26% de la población española) la posibilidad de gozar de esta nueva vejez está muy condicionada por la salud y la situación personal. No todos pueden permitirse siquiera divorciarse. Un proyecto de futuro no puede ignorar que la vida es mucha más larga y que todas las franjas se amplían. Lo cual obliga cambiar muchas cosas. Empezando por dar reconocimiento a los jóvenes y a los viejos, a los que a veces se les trata como si fueran prescindibles.


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