Los catacumbistas de Waterloo
En Cataluña el 70% de la población tiene a una madre o a un padre o a unos abuelos nacidos fuera de la comunidad autónoma. Y con esta base, el país ha sido un ejemplo de integración social y de cohesión
Durante el debate de investidura, el presidente Pere Aragonès hizo varias referencias a la unidad del pueblo catalán y a su cohesión y convivencia desde el respeto a la pluralidad de pensamientos. Me alegré del enfoque que salía de la boca de un presidente independentista. Este planteamiento contrasta con la teoría de la “minoría nacional” que vienen diseminando el expresidente Carles Puigdemont y su abogado Gonzalo Boye. En motivo del recuerdo de los tres años del 1 de octubre de 2017, Puigdemont hizo un “mensaje institucional” en el que afirmaba que “la independencia es la única alternativa que comporta la protección de la minoría nacional catalana” y vinculaba la pertenencia a esta minoría nacional a aquellas personas “que tomen la decisión libre de devenir catalanes”. No era una afirmación aislada, sino que se ha venido repitiendo en varias entrevistas y en sus pronunciamientos en las redes sociales.
Quien primero desarrolló la teoría de los catalanes como miembros de una minoría nacional oprimida fue el abogado Gonzalo Boye, que viene reiterando este concepto como piedra de toque de la defensa de sus clientes independentistas ante los tribunales. Boye escribió un artículo el 27 de noviembre de 2020 en el semanario La República donde afirmaba: “En Cataluña los catalanes no se han sentido nunca una minoría por una razón tan sencilla como que no lo son dentro de Cataluña. (…) A los catalanes les pasa como a cualquier minoría: se los trata como tales pero no asumen esta condición hasta el momento en que asumen la conciencia grupal, en este caso nacional, que hace que se reivindiquen unos derechos que la mayoría no quiere reconocer”.
Resulta peligroso reducir el ser catalán solo a los que se sienten una minoría nacional oprimida
La reivindicación que el presidente Pere Aragonès hace de la idea Catalunya, un sol poble (Cataluña, un solo pueblo) que formuló el historiador Josep Benet y que legó a los líderes de la transición política catalana, contrasta con esta peligrosa reducción de la condición de catalán únicamente a los que se adscriban a la condición de minoría nacional oprimida. Boye deposita todas sus esperanzas de defensa en el artículo 2 del Tratado de la Unión que invoca el respeto a los derechos humanos y concretamente en la frase: “Incluso los derechos de las personas que pertenecen a minorías”.
Alguien le tiene que explicar al abogado Boye que va por mal camino y hace un pésimo servicio a la cohesión social que ha sido elemento esencial de la tradición política catalana. Alarmante es leer a Boye que en Cataluña hay mayorías y minorías y donde los catalanes son “mayoría”. Esto quiere decir que Boye —y Puigdemont, que le sigue en su planteamiento— considera que en Cataluña hay ciudadanos que tienen vecindad civil catalana pero que no son catalanes porque no tienen “conciencia grupal” de minoría nacional oprimida. Desoladora degradación de una tradición del catalanismo político que había prestado grandes servicios y que hoy se deja guiar por las ideas etnicistas de un abogado que nos viene a decir que los catalanes sin conciencia grupal de minoría nacional oprimida son unos pobres desgraciados. Hay catalanes, todos ellos catalanes, con distintas percepciones de adscripción de su identidad. Para entrar a discutir sobre derechos, primero se tiene que ser profundamente demócrata y respetuoso con la libre determinación de cada persona en lo tocante a su identidad.
Jordi Cuixart es un independentista que se abraza al ministro socialista Miquel Iceta
En Cataluña el 70% de la población tiene a un padre o a una madre o a unos abuelos nacidos fuera de Cataluña. Y con esta base, el país ha sido un ejemplo de integración social y cohesión. Porque la oferta de la “catalanidad” ha sido inclusiva y abierta, dinámica y enriquecida con aportaciones constantes. Una opción de éxito porque no ha tenido nada de etnicista. Y me niego a aceptar que algunos manoseen la catalanidad de esta manera. ¿Al final serán catalanes los que han vivido la revelación de la “conciencia grupal” según los parámetros catacumbistas del Consell per la República?
Ya se ve que esto no tiene éxito ni recorrido. Pero el carlismo atravesó varias generaciones a la defensiva y cómodo en sus castillos “grupales” y el presidente Joaquim Torra siempre dijo que le gustaba más la Cataluña de los años treinta del siglo XX que la que le tocó presidir.
No todos son así. Jordi Cuixart es un independentista que se abraza al ministro Miquel Iceta y afirma: “No quiero que la semilla del odio y el rencor germinen. Cuando veo a Iceta lo abrazo para construir un solo pueblo y evitar la confrontación entre demócratas”. Estas dos vías se dirimen dentro del independentismo. Qué duda cabe de con cuál de ellas se puede dialogar.
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