Más de 200 años con las puertas abiertas
Una cerería, una fonda, un restaurante, un horno y una tienda de tejidos que han visto pasar siglos
Cumplir 100 años no es fácil, pero llegar a los 200 años es un reto de mayor alcance, del que pueden presumir muy pocos. Negocios tan longevos son la Cereria Subirà, en Barcelona, que ha celebrado 260 años, y la Fonda Europa de Granollers, que ya ha festejado los 250. Además, Can Culleretes, el restaurante más antiguo de Cataluña lleva 235 años sirviendo comidas, la tienda de tejidos Matas de Figueres (Girona) ya suma 209 y la panadería Lluisara, en Valls de Torruella (Barcelona) tiene un horno de al menos dos siglos.
Debajo de una majestuosa escalera premodernista, dos señoras se acercan al mostrador y piden un cirio de bautizo. Es tiempo de celebraciones religiosas y parece ser que esta primavera sí habrá. No han acudido a una cerería cualquiera, sino a la más antigua de Barcelona, la cerería Subirà, abierta en 1761, en el barrio Gótico, por Francesc Galí. Ha pasado por tres familias en 260 años despachando velas y sus derivados. Antiguamente tenían un obrador detrás de la tienda y las hacían allí mismo, pero después de un incendio en 1969 la producción se trasladó a Sentmenat (Vallès Occidental), donde hacen igualmente de modo artesanal los cirios y candelas. La variedad de velas en esta tienda no tiene parangón. Quizá solo en las otras dos cererías que quedan en la ciudad, que llegó a tener un centenar. Pilar Subirà, actual propietaria, cuenta que el uso de velas para ceremonias religiosas ha bajado, pero ha llegado un nuevo cliente que quiere dar confort al hogar. Es una tendencia de los países del norte de Europa, que con el confinamiento que ha traído la pandemia ha aumentado, incluso los que quieren hacerse sus propias velas. De decoración para interiores y exteriores, perfumadas, con mil y una formas o decorativas para pasteles llenan las estanterías de esta tienda, que fue diseñada para un comercio de ropa, La Argentina. En 1850 pasó a albergar la cerería Subirà, y aquí sigue, en la Baixada de la Llibreteria, convertida en un símbolo de la Barcelona antigua, atrayendo a locales y turistas, que no pasan de largo ante un interiorismo que transporta a otra época.En Barcelona se encuentra otra reliquia que ha visto dos siglos pasar. Can Culleretes es el restaurante más antiguo de Cataluña y el segundo de España, después de Casa Botín (Madrid). Desde 1786, varias famílias han regentado este comedor histórico que cuenta con 235 años y guarda su éxito en haberse mantenido fiel a la cocina tradicional catalana mientras era testigos del cambio del Gótico, con comercios globalizados, porque han mantenido el cliente de barrio y también han atraído al turista que quiere probar la gastronomía local. Aunque parezca que la mayoría busquen macdonalds, Montse cuenta que antes de la pandemia, los clientes de cenas eran prácticamente todos turistas.
Actualmente lo lleva la tercera generación de la familia Agut Manubens, cuenta Montse Agut, ya jubilada pero presente cada día en el restaurante, igual que su hermana Alicia. Son sus hijos y sus sobrinos quienes llevan ahora las riendas, los nietos de Sisco y Sussi, los que le devolvieron el resplandor en los años sesenta. Aunque de entrada no parece muy grande, a derecha e izquierda se suceden puertas que llevan a comedores. Hasta 7 que en los buenos tiempos (sin restricciones de aforo por la pandemia) podían acoger a 290 comensales. Justo ahora empiezan a remontar la crisis que ha provocado en la hostelería el coronavirus. Montse cuenta que de no ser porque el local es de propiedad no habrían sobrevivido, y aún así lo hacen con deudas. En la vecina calle Ferran, asegura que han bajado la persiana 32 comercios. El miércoles de la visita, las mesas estaban prácticamente llenas y no se oía ninguna habla foránea. Seguramente sus canelones y sus guisos, además de la clásica crema catalana, tienen mucho que ver en haber conservado a los vecinos de la zona. Aun así, Montse no puede dejar de pedir a los barceloneses que regresen al Gótico porque encontrarán esta y otras joyas.
De comidas también saben un rato en la Fonda Europa de Granollers. No es la más antigua de Cataluña, pero sí la que ha perdurado fiel a sus orígenes con la misma familia al mando. Desde 1771 la lleva la saga Parellada. Actualmente la octava generación, que este año celebra los 250 años. Cocina de respeto, que para ellos significa honesta, con buen producto y a fuego lento, y trato cercano y personal en un ambiente familiar, con parte del personal que lleva muchos años en la casa, son los pilares que han mantenido esta fonda con el mismo espíritu hospitalario durante tanto tiempo en Granollers (Barcelona). En sus inicios, la ciudad era un punto estratégico de de camino a Francia, donde los viajeros hacían “parada y fonda”, como dice la expresión popular. La historia de la Fonda Europa, que se llamó Fonda España, empezó con un enlace, el del hijo de Cecilia, viuda de Parellada, con la pubilla del hostal Can Fidel. En estos años, sus guisos, picadas y arroces, un compendio de tradición culinaria con una mirada contemporánea, se han convertido en un altavoz de la gastronomía de corte clásico y en un símbolo de la cultura del hospedaje.
En el ámbito gastronómico seguimos para dar con la panadería Lluisara de Valls de Torruella, una antigua colonia en Sant Mateu de Bages (Bages). Se sabe que su horno tiene más de 200 años, pero no exactamente la fecha en que empezó a quemar leña para hornear. Antes de que Valls de Torruella fuera una colonia textil, el horno de la panadería Lluisara ya cocía el pan de igual manera que lo hace ahora. Las masas reposan en los mismos cajones de madera y el horno arde con leña de pino. Era un sitio de paso, un camino de carruajes que iban de Manresa a la Seu d’Urgell y a Andorra, y los viajeros se detenían a reponer viandas. Aún hoy, los clientes siguen llegando de lejos, cuenta Anna Rosas, hija de los propietarios, Lluís y Sara, que despacha tras el mostrador. La colonia tiene solo 400 habitantes, así que los de fuera son muy bienvenidos. Valoran la forma tradicional de hacer el pan y las cocas, con largas fermentaciones y el horno de leña que les da identidad, conocido como moruno porque tiene el techo elevado y está forrado de piedra refractaria. Pero la tienda se reformó hace unos veinte años. Allí atienden Anna, su hermana y sus padres, los que dan nombre a la panadería. Son la cuarta generación del mismo linaje de panaderos.
Además de llevar más de dos siglos de dedicación al textil, Matas ha estado siempre en manos de la misma familia desde 1812, en Figueres, centro comercial de l’Empordà (Girona). Marta Bonaterra es la séptima generación al frente del negocio, y quien hace casi veinte años la convirtió exclusivamente en una casa de textiles para el hogar: alfombras, cortinas, cojines, sábanas… En el padrón municipal hay documentos de 1812, donde salen como como corderos Joan Matas y Narcisa Giralt, en la misma calle Besalú. Con la segunda generación, empezaron a vender manteletes y gorros. Fue la quinta generación, la de Joan Bonaterra, abuelo de la actual propietaria, la que, además de vender tejidos, se abrió a confeccionar vestidos a medida. Un modelo que se mantuvo con la sexta generación, que amplió el negocio con ropa para el hogar. La tienda se ha ido remodelando, pero conserva los mostradores de madera de 1875 y el artesonado de yeso del techo de 1900, como testigos de su largo pasado.
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