Por una Federación de Izquierdas Ibéricas
No debe ser una organización de ámbito estatal la que busque alianzas con las organizaciones de implantación territorial, sino al revés, que de la suma de estas surja un mecanismo compartido
Las sociedades se mueven y, a menudo, la política llega tarde. Por eso las elecciones tienen siempre un carácter sintomático para la salud de los partidos. Del voto del pasado 4-M en Madrid salen varios ejemplos.
En el caso del PSOE se han evidenciado errores de bulto en la gestión de estas elecciones (desde la innecesaria y frustrada moción de censura de Murcia, que desencadenó la convocatoria electoral, hasta la ingenuidad de Sánchez de entrar al trapo que le tendió Ayuso, pasando por no osar el cambio de candidato), pero sobre todo se ha hecho manifiesto el agotamiento del tacticismo con el que Sánchez viene tratando de esquivar su falta de proyecto.
Los electores de Ciudadanos, fugándose masivamente al PP, han levantado su acta de defunción. Lo ve todo el mundo, pero la presidenta y su grupo de amigos se niegan a reconocerlo en nombre de este mito llamado centro que siempre acaba siendo arrastrado por quien hace el pleno de los suyos (en este caso, Ayuso).
Las revueltas surgidas del 15-M animaron un período de la vida pública y consiguieron una cierta aura mediáticaLas revueltas surgidas del 15-M animaron un período de la vida pública y consiguieron una cierta aura mediática
En Podemos, ha sido distinto: Pablo Iglesias no solo había anticipado el desenlace sino que lo había preparado. La salida del Gobierno para presentarse en Madrid era la antesala de una decisión tomada: el abandono de la política. Un último servicio: salvar la presencia de sus diputados en la Comunidad, antes de irse a casa. Se cierra así el ciclo que empezó en las elecciones europeas de 2014.
Ciñéndome a este último caso, ¿ahora qué? La Federación de Izquierdas Ibéricas. Las revueltas surgidas del 15-M animaron un período de la vida pública española y consiguieron una cierta aura mediática. Lo que no estaba previsto fue que un movimiento surgido desde las afueras del sistema desafiara a los partidos tradicionales y les disputara el poder en unas elecciones. Los poderes del país no quisieron entender que era un triunfo del sistema: había integrado plenamente a quienes habían surgido de sus márgenes. Y les declararon la guerra. Y, sin embargo, han entrado en un Gobierno plenamente constitucional, sin sobrepasar un solo límite.
La aventura se ha personalizado mucho en la figura de Pablo Iglesias, excelente en el espacio comunicacional, pero demasiado expuesto. Y ha acabado quemándose, convertido en pim, pam, pum de unos poderes que no perdonan la osadía. El tono doctrinal, muy ideológico y un punto elitista —no olvidemos que el origen fue un pequeño grupo de profesores universitarios— ha acabado alejando a Iglesias y a Podemos de la ciudadanía. Ahora toca vertebrar toda esta izquierda que, como se ha mostrado en Madrid, tiene su fuerza: basta hacer la suma entre Más Madrid y Podemos para testificarlo.
Las bases ya existen, lo que hay que hacer es integrarlas en una flexible estructura común. La tarea no es fácilLas bases ya existen, lo que hay que hacer es integrarlas en una flexible estructura común. La tarea no es fácil
¿Cuál es la salida? La historia de Podemos nos da la pista. Hay en España una serie de grupos de izquierdas con fuerte implantación territorial. Algunos hijos directos de Podemos (como Más Madrid); otros, aliados (desde las Mareas gallegas a los Comunes catalanes, pasando por el Compromís valenciano). Y ha sido en estos territorios en los que Podemos ha conseguido sus mejores resultados, siempre con candidatas o candidatos de sus socios, lo cual indica el camino a seguir. Si miramos a Europa, la historia reciente de los grupos a la izquierda de la socialdemocracia tiene un común denominador: la fragmentación les ha impedido aprovechar el declive de esta. Ha sobrado doctrina y ha faltado empatía. Y, de hecho, donde mejor les están yendo las cosas es donde han sabido encontrar el espacio federador, como es el caso de los Verdes alemanes.
En España, hay que partir de una realidad fragmentada. Por tanto, desde abajo. Y hacer un proceso, en cierto sentido, contrario al que hizo Podemos. No debe ser una organización de ámbito estatal la que busque alianzas con las organizaciones de implantación territorial, sino al revés, que de la suma de estas surja un mecanismo compartido para estar presente en el parlamento y en las instituciones españolas.
Las bases ya existen, lo que hay que hacer es integrarlas en una flexible estructura común. La tarea no es fácil. Son organizaciones de raíz muy asamblearia con dificultades para encontrar dispositivos eficientes en la toma de decisiones. Y puede haber intereses territoriales contradictorios. Pero si esta izquierda quiere tener peso e influencia en la política española y no quedar limitada a los espacios autonómicos, debe saber encontrar la fórmula. Para ello se requiere un programa compartido, construido sobre los problemas reales del futuro próximo y alejado de las tentaciones doctrinarias, que es por donde se rompe casi siempre la izquierda.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.