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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Autoritarismo, prudencia y regreso al futuro

Hay que acabar con la excepcionalidad lo más pronto posible y devolver la plenitud de derechos a los ciudadanos. El juego de abrir y cerrar destruye la confianza con los que gobiernan

Josep Ramoneda
Un control del confinamiento comarcal este viernes en la Gran Via de Barcelona.
Un control del confinamiento comarcal este viernes en la Gran Via de Barcelona.Albert Garcia Gallego

Vamos a un ritmo que no podremos sostener”. Me chocó el inusual tono agresivo del doctor Argimon, al regreso de las vacaciones de Semana Santa, como si trasladara a los ciudadanos la responsabilidad de las consecuencias negativas de la improvisación del Govern. El recurso al autoritarismo teatral ha sido demasiado usual en esta crisis. Y creo que toca ya enfocar una fase nueva que nos sitúe en la línea de desconfinar el futuro, desde la complicidad, y asumiendo que el riesgo estará siempre en el camino.

Dos datos me parecen reveladores antes de repasar el trayecto recorrido: en un año, en España, la esperanza de vida ha caído de 84 años a 82,4, lo cual da la dimensión del impacto. Y, en Cataluña, el número de embarazos ha disminuido un 25%, un indicativo del estado de ánimo de la ciudadanía, en un país que tiene ya de por sí una de las tasas más bajas de natalidad del mundo, con los primeros embarazos por encima de los 30 años. La ausencia de futuro es abrumadora.

Parece que haya pasado un mundo desde que en marzo de 2020 nos encerraron en casa. Un impacto profundo: de la noche a la mañana el Estado, por decreto ley, nos quitaba un derecho tan fundamental como entrar y salir del domicilio cuando a uno le dé la gana sin pedir permiso a nadie. Observándolo en perspectiva es casi conmovedor: en pleno siglo XXI, el desconcierto provocado por el virus fue tal que los estados reaccionaron como nuestros antepasados ante las pestes del siglo XV. Apenas nadie rechistó: el miedo a perder la vida es el principal motor de la servidumbre voluntaria. Pero es ilustrativo que una exhibición de autoritarismo teatral fuera la primera decisión política ante la emergencia.

Por mucho que se diga que las epidemias afectan a todos por igual, es completamente falso. El virus ha hecho discriminación de edad y de clase. Los mayores han cargado con el grueso del impacto y las consecuencias han sido muy diferentes según los sectores laborales más perjudicados por el cierre y la condición económica y social de cada ciudadano. Y, sin embargo, una vez más se ha puesto en evidencia la capacidad de adaptación de los humanos. Y en medio de los vaivenes actuales incluso hay quien expresa melancolía del gran cierre. Por su parte, la ciencia ha exhibido poder con la producción en un tiempo récord de las vacunas, sin que haya sido fácil la sincronización entre medicina, política y ciudadanía.

El virus ha discriminado por edad y clase. Los mayores han cargado con el grueso del impacto
El virus ha discriminado por edad y clase. Los mayores han cargado con el grueso del impacto

La segunda fase ha sido la de la imprevisibilidad permanente: hoy abro, mañana cierro, en el que se instalaron los gobiernos en un autoritarismo de la impotencia, para demostrar que existen. De pronto, abrían la mano porque eran conscientes de que la ciudadanía necesitaba respirar, pero el alivio acababa en frustración, en un abrumador juego de secuencias en el que ha resultado difícil entender el porqué de cada decisión. Último episodio, esta semana: en Cataluña, los que abrieron pista para las vacaciones de abril, vuelven a cerrar ahora.

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En medio, el estreno de las vacunas: por fin se avistaba el final del túnel. Pero los gobernantes, ansiosos como nosotros, se entregaron al carrusel de promesas, una nueva fuente de frustración. Entraron en juego la geopolítica y el negocio de las empresas farmacéuticas, y Europa fue pillada con el lirio en la mano. Y, sin embargo, va Sánchez y sigue prometiendo millones de vacunas y calendarios de salvación.

Lo que nadie puede permitirse es otra frivolidad, porque la escalada del desasosiego sería imparable
Lo que nadie puede permitirse es otra frivolidad, porque la escalada del desasosiego sería imparable

El presidente anuncia el fin del estado de alarma para el 9 de mayo: ¿Una estrategia solvente —apoyada en criterios científicos— para acabar paulatinamente con la situación de excepción y entrar en una nueva fase de convivencia entre la vida social y un virus a la baja; una promesa más para aliviar momentáneamente al personal (preludio de una nueva frustración); o, simplemente, un miserable movimiento táctico pensando en las elecciones de Madrid? Creo que hay que acabar con la excepcionalidad lo más pronto posible y devolver la plenitud de derechos a los ciudadanos, asumiendo que la prudencia es la virtud del que sabe llevar el riesgo al punto óptimo. El juego de abrir y cerrar destruye la confianza con los que gobiernan porque es una incomprensible expresión de falta de criterio. Lo que nadie puede permitirse es una nueva frivolidad, porque la escalada de la frustración y del desasosiego sería imparable. Sánchez, como el presidente Macron, pone fecha al principio del final de este episodio. Realmente, ¿están creadas las condiciones para que sea sin retorno?

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