Un Rusiñol tan olvidado como actual
Ricard Farré y Arnau Puig recuperan en el Maldà ‘El bon policia’, una comedia que fracasó en su estreno en el Romea en 1905
Ricard Farré y Arnau Puig iban en busca de una comedia clásica catalana. Buscaron y rebuscaron. Revisaron entre los tesoros acumulados de Puig, que reconoce tener un cierto síndrome de Diógenes con los libros antiguos que ha adquirido en tantos años de visitas al Mercat de Sant Antoni. Leyeron muchas obras, algunas, fantásticas, otras, un rollo. Pensaron en montar una dramaturgia que enlazara monólogos y obras breves de varios autores del siglo pasado (idea que queda en el tintero)… Hasta que Xavier Albertí, por entonces todavía director artístico del TNC, les desempolvó El bon policia, una obra satírica, crítica y desternillante de Santiago Rusiñol que, sin embargo, fracasó en su estreno en el Romea, en 1905. Y quedó prácticamente olvidada. Todo un reto para la pareja de actores y directores.
“La obra nos encantó”, coinciden. Desborda actualidad al poner sobre la mesa cuestiones delicadas: cuenta la historia de una pareja (de hombres), uno soltero, el otro, viudo con dos hijos. En plena crisis (“somos ‘vegetalistas’ no por convencimiento, sino por pobres”) este último encuentra trabajo de policía. 14 reales de paga. ¡Mucho mejor que nada! El otro educa a los niños. La vecina los persigue: eso de que vivan juntos, sin casarse ninguno de los dos, con dos criaturas…no puede estar bien. Y les brinda sus gracias. Pero Josep, el poli, es un trozo de pan y atrapar a delincuentes, conspiradores o ladrones no se le da bien. No captura a ninguno, al contrario, lo embelesan y él los deja huir. Una estratagema absurda que involucrará a los dos permitirá a Josep encerrar a un peligroso bandido y, por tanto, mantener su empleo. Está llenando la pequeña (y reducida a la mitad...) sala del Maldà, hasta el 7 de enero.
Farré y Puig, compañeros y amigos (si no, difícilmente sale una obra como esta) desde los tiempos en que coincidieron en la Jove Companyia del TNC, en 2014, y antes, en el Institut del Teatre, han vaciado las hemerotecas para informarse sobre la época (“sí, la mayoría de guardias de entonces hablaban en castellano, como refleja Rusiñol”): “La obra fue, efectivamente, un fracaso”, explica Farré. “Pero sobre todo para la crítica, porque en las crónicas leemos que el público se reía y los expertos escribían que ‘no saben de qué se ríen’”. Puig busca explicaciones: “Nos tememos que reírse de un anarquista, por ejemplo, cuando en Barcelona estaban poniendo bombas, no era lo más adecuado”, sostiene. También han averiguado, leyendo la correspondencia de Rusiñol, que él ni siquiera llegó a ver la representación porque estaba en Sóller (Mallorca)”, dice Puig. “Le informaron de cómo iba la cosa y se limitó a cambiar el último acto”.
Los dos directores han sido fieles al lenguaje de Rusiñol. “El texto es el suyo”, explican. “Hemos quitado algún ‘vos’, porque nos parecía excesivo, pero poco más”. Incluso las castellanadas que se dicen (“empleu”,” sujetu”, “dumiciliu”, “atracu”…) salieron de la pluma del dramaturgo. Lo que ya son aportaciones de ellos, en algunos casos, improvisadas, son los guiños a la actualidad: un saludo con el codo, un lamento por no haber encarcelado ni siquiera “a un rapero o a un alcalde”, alusión a gente que está en prisión “por lo que dice que haría”… Después de todo, la obra critica, en tono de humor, cuestiones como la arbitrariedad de la justicia, la represión policial, los prejuicios sociales… “La realidad nos aporta argumentos cada día, y más durante la semana pasada, en la que hasta tuvimos sonido de fondo de helicópteros”, dice Farré, en referencia a las manifestaciones por la libertad de Pablo Hasél. Pero se trata de detalles que en nada influyen en el texto, ni siquiera el baile en el que cantan una canción (letra y música originales): “Rusiñol reconocería este texto totalmente”.
También se puede leer como una crítica social la relación entre los protagonistas. Por mucho que Josep sea viudo con dos hijos (tres, en el original de Rusiñol), la homosexualidad de ambos parece (solo lo parece) evidente.
Un ejercicio de fregolismo
Un conspirador anarquista y su discípulo, un comisario intransigente, un carterista orgulloso, un jugador de póquer, la vecina invasiva, un carcelero atontado, Josep y Anton no dejan de entrar y salir de detrás de un biombo con mil escondrijos que se convierte en piso de la pareja, en nido de anarquistas, en la celda del calabozo, en una comisaría… Es el formato que ya utilizó Ricard Farré en la exitosa Les dones sàvies (entonces, con Enric Cambray de compañero), en que interpretaban a mil y un personajes sacados de la comedia de Molière: “Es un ejercicio de fregolismo en el que representamos a 10 personajes”, explica Farré. “Hemos reducido los 20 personajes originales de la obra de Rusiñol a la mitad, 10, redistribuyendo lo que le ocurre a cada uno en nuestros personajes. Más de 10 habría sido ya demasiado”.
De hecho, los dos actores no paran durante la hora y diez minutos que dura la obra, porque el que no está en escena está detrás del biombo echándose una capa de policía encima, colocándose una falda y un pañuelo en la cabeza o pegándose un bigote postizo. Movimientos coreografiadaos, a veces, y siempre milimetrados. En esta puesta en escena la complicidad con el público es básica porque los cambios de personajes son una parte casi abierta de la representación. “Incorporamos comentarios en los que hacemos referencia, por ejemplo, a que Paula hace tiempo que no ve a Josep, diciendo que es ‘por razones obvias’, o sea, porque a los dos personajes los interpreta Ricard”, remarca Puig. “Todo, vestuario, atrezo y escenario nos cabe en una furgoneta”, dice Farré. “Es otra manera de reivindicar el oficio de los cómicos, de pueblo en pueblo, con todo a cuestas”. No será de extrañar que El bon policia utilice la misma camioneta con la que recorrieron Cataluña (y el resto de España en la versión en castellano) con la premiada Les dones sàvies.
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