Un ensayo cata el vino de Joan Vinyoli
El novelista Miquel Martín recorre el aroma del caldo en la obra del poeta


Como el poeta chino Li Po, que pertenecía al grupo “los sabios del vino” que componían y leían sus poemas en estado de embriaguez, Joan Vinyoli lo probó, quizá, como reza la leyenda oriental, para abrazar la luna reflejada en un río como, ebrio, intentó el bardo del siglo VIII. Pero no le salió bien. “Todo el mundo sabe que bebía, pero era incapaz de escribir ni una sola línea habiendo bebido”, recordaba su hijo Albert Vinyoli. Y es que para el autor de Tot és ara i res el alcohol podía ser un un estímulo, una huida o un vicio, pero nunca un obstáculo que fuera en detrimento de la creación poética. La amaba demasiado.
Así lo sostiene el escritor Miquel Martin, que resigue la huella metafórica (y vital) del mundo del vino en el poeta barcelonés en el opúsculo Vinyoli trasbalsa la bellesa com el vi (ViBop Edicions).
Si el mitológico grifo funcionaba en Vinyoli como metáfora de la tensión entre realidad y deseo, lo terrestre y lo espiritual, o el gallo salvaje era la imagen del Creador, con el vino “celebra la vida mientras escarba en los pliegues más oscuros del alma”, siempre al servicio de asir lo seguro e inmutable que el poeta llamó “lo real poético”, apunta Martín, estudioso de Vinyoli, amén de autor de La drecera, finalista del premio Òmnium a mejor novela de 2020.
Huele Martín el aroma del vino ya en los versos del estreno de Vinyoli (1937), Primer desenllaç (“al coster s’atura el pagès / raja el vi fins el llavi”), donde es paisaje vital (de sus veraneos en Sant Fost de Campsentelles y en Begur), si bien en su obra no fue la única referencia alcohólica: cuenta el estudioso hasta 19 tipos de licores citados en sus versos (ron, absenta, sake...), reconstituyentes o narcóticos para soportar inclemencias de la vida. O como símbolo de sabiduría. Mientras, la bodega es la imagen de un pasado irrecuperable (“que el celler està buit/ —car hom beu molt—”, en Realitats); las tabernas, lugar de recogimiento, y la embriaguez, vía para huir del vacío donde se quiso marginar la obra de un autodidacta alejado de elitistas cenáculos literarios.
Como metáfora, le funcionó hasta su último poemario, Passeig d’aniversari (1984): “Beguem el vi de la collita pròpia,/ que sé com està fet: vagi veremar el vinyet/ de ceps d’amor, d’anhel i de recança...”.
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