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Con la excusa de las ideas

Las ideas no están para legitimar ni las mayores atrocidades ni los pequeños incumplimientos de las leyes

Entrevista a Pablo Iglesias, en Salvados
Manuel Cruz

Publicaba el pasado miércoles Joan Coscubiela en elDiario.es un estimulante artículo (Elecciones, pandemia y democracia) en el que abordaba las polémicas declaraciones de Pablo Iglesias en televisión considerando a Carles Puigdemont un exiliado. En el texto, interpretaba tales declaraciones como expresivas de una gran subalternidad ideológica de Iglesias respecto al independentismo. El reproche era de calado porque, además, los planteamientos de este último, más allá de sus abundantes inconsistencias y contradicciones, muestran el notable deterioro de la cultura democrática en Cataluña. Aquí reside la clave del asunto, y no en la equiparación entre el exilio republicano y el presunto exilio de Puigdemont.

Es, pues, desde el ángulo de la contaminación ideológica desde el que se debe interpretar la afirmación a mi juicio más importante de Pablo Iglesias en el programa Salvados, la de que “Puigdemont está en Bruselas por sus ideas políticas”. No lo destaco por el hecho de que con estas palabras se sumara al argumento —de una falsedad que no tiene nada que envidiar a las mentiras de Trump— de que en Cataluña son perseguidos y condenados quienes defienden las posiciones secesionistas, sino porque abundan en el viejo tópico de que algunos comportamientos, por reprobables que puedan resultar en sí mismos, si responden a motivaciones ideológicas revisten menor gravedad que los que responden a otras motivaciones como podrían ser, por ejemplo, las de índole económica.

No sé qué produce mayor estupor, si que semejantes afirmaciones las pueda haber vertido un vicepresidente del gobierno de España o un profesor de ciencia política. Porque si se puede valorar como alguna modalidad de eximente el hecho de que, pongamos por caso, el violento se comporte como lo hace porque no encuentra otra forma de materializar sus ideales, la lista de atrocidades que podrían intentar beneficiarse de dicho eximente sería interminable. Aunque se impone añadir que tales planteamientos no nos deberían venir de nuevas. A fin de cuentas, en este país durante largo tiempo no faltaron quienes se resistían a hablar de terrorismo y en su lugar lo hacían sistemáticamente de violencia política.

También en la sombra de lo no explicitado por Iglesias, a modo de argumento de refuerzo de lo anterior, parece operar un segundo convencimiento, igualmente presente en sus efectos de discurso. Es el de que no todas las ideas políticas deben ser juzgadas con el mismo rasero. Unas constituyen un eximente y otras, un agravante. Unas alivian la carga de la responsabilidad mientras que las otras la hacen más gravosa. Unas permiten tratar al rival electoral como un adversario, en tanto que las otras autorizan a convertirlo en enemigo. Obviamente, las primeras coinciden con las que le parecen bien al vicepresidente y las otras, con las de aquellos que disienten de él. Sin embargo, habrá que recordar que las ideas, por más nobles que las pueda considerar quien las posee (¿y quién no considera así las suyas?), no están ni para legitimar las mayores atrocidades ni los más pequeños incumplimientos de las leyes. Esto es de primero de democracia.

Manuel Cruz es filósofo y expresidente del Senado. Autor del libro Transeúnte de la política (Taurus).

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