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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Más allá de las academias

Pasan los siglos, pero la pornografía sigue siempre siendo tan vista como mal vista. Hoy, a diferencia de hace un siglo, ya no es inmoral por sexual, sino por explotadora

Pablo Salvador Coderch
Estudio de desnudos masculinos de Josep Maria Sert

En el arte de verdad, un desnudo es siempre magnífico. En la vida real, los más de nosotros, desvestidos, quedamos medio mal a partir de cierta edad. “Contra la desnudez” es el título de un libro logrado que Oscar Tusquets, artista y arquitecto, publicó hace ya algunos años, en 2007: contra la desnudez, pero no contra el desnudo, tal era su tesis central. Amén.

Quienes de entre ustedes sepan dibujar razonablemente bien habrán pasado una y otra vez por el ejercicio esencialmente académico de dibujar el cuerpo humano desnudo. Otros más torpes solo hemos conseguido aprender a admirar los dibujos de los demás: durante estos meses, Barcelona nos ofrece, hasta poco antes de San Juan, una exposición memorable de docenas de dibujos, grabados y fotografías del cuerpo humano tal cual. Véala en el Gabinet d’Arts Gràfiques de Palau Antigüitats, en Gràcia, 1 (“Acadèmies i ultraacadèmies”). Hasta el 25 de junio de 2021.


La exposición es fascinante y vulgar al mismo tiempo, pues, acomuna deliberadamente arte y pornografía, dos quehaceres que, cuando se proyectan sobre el desnudo humano, tienden a solaparse, casi nunca se distinguen nítidamente. Y es que no se puede hacer, sostengo ahora en este vituperado artículo invernal.

Así, aunque un estudio de modelos masculinos de Josep Maria Sert (1874-1945) es probablemente arte, los dibujos y grabados de Eusebi Planas (1833-1897), el marchand d’art pornográfico de la burguesía barcelonesa de la segunda mitad del Siglo XIX, desatarían hoy la censura instantánea, refleja y unánime del feminismo ortodoxo: Helen Longino, respetada filósofa en la Universidad de Stanford, define la pornografía como “material verbal o pictórico que representa conducta sexual de un modo degradante o abusivo para uno de los participantes”. Pasan los siglos, pero, por A o por B, la pornografía sigue siempre siendo tan vista como mal vista. Hoy, a diferencia de hace un siglo, ya no es inmoral por sexual, sino por explotadora. Cambian los motivos, no la calificación.

¿Hay arte erótico distinto de la simple pornografía? ¿Cómo se decide quien es un artista y quien un pornógrafo?

En derecho es clásica la cuestión de distinguir entre pornografía y arte, ninguna misión imposible salvo para quienes niegan que algo pueda ser ambas cosas a la vez. La pornografía, dicen algunos, es una representación de una conducta sexual que carece de cualquier otra dimensión que la búsqueda de la excitación o el disfrute sexual. El arte, se afirma en cambio, es siempre multidimensional: Rembrandt grabó “El lecho francés” y “El monje en el campo de maíz” para representar sendas cópulas, pero lo hizo insuperablemente, tal y como corresponde a uno de los tres o cuatro grabadores europeos más importantes de todos los tiempos. Para muchas personas sensatas de nuestros días, ambos grabados pueden resultarles chocantes, pero nadie ducho en historia del arte dejará de conceder que son obras muy logradas. Lo mismo se puede decir de algunas pinturas de Goya o de Picasso. Aunque temo que no será así en el caso de Eusebi Planas, por mucho que no se pueda negar seriamente su habilidad dominada para capturar el cuerpo humano, en todo o en parte.

Esta manera de distinguir el arte erótico de la pornografía apela a la susceptibilidad de apreciación artística de un desnudo, o de varios en acción: los críticos de corte marxiano tienden a decir que la pornografía solo se consume, pero que el arte, además, se puede apreciar por sus cualidades adicionales puramente estéticas. No convence del todo: las obras de arte también se compran y se venden. La idea de fondo, con todo, quizás no es desechable: si usted es un artista de verdad, entonces se puede permitir más libertades que el resto de nosotros, ya he dicho que uno ha aprendido a admirar la mano del artista de verdad, dibuje lo que dibuje, sin envidia ninguna. Además, como los grandes artistas tampoco suelen ser muchos, resulta expeditivo dejarles hacer lo que quieran a aquellos que son reconocidos como tales, son solo unos pocos. Quizás ocurre que Eusebi Planas era un artista menor que su casi contemporáneo, el gran Ramón Martí Alsina (1826-1894), un buen pintor realista, pero juzguen ustedes mismos: en la exposición hay obras del uno y del otro. La tesis, sin duda, es cínica y contesta a una pregunta (¿hay arte erótico distinto de la simple pornografía) con otra (¿cómo se decide sobre quién es un artista y quién un puro pornógrafo?).

Al final, todas estas son cuestiones de talante: si la sociedad es más liberal que menos, se escandalizará poco o nada ante los excesos de cuatro artistas frente a la aburrida y vestida normalidad.

Pablo Salvador Coderch es catedrático emérito de derecho civil de la Universitat Pompeu Fabra

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