Icetismo contra carrizosería
Dos estilos parlamentarios y dos reacciones en el debate del supuesto tráfico de influencias de Madí y Vendrell
El Parlament ha alternado este miércoles entre lo importante y lo jugoso, entre la lucha contra la sindemia y la mezcla de alarma, indignación y fascinación que despiertan las revelaciones del sumario contra el convergente David Madí, el republicano Xavier Vendrell y otros miembros del que se llamó “estado mayor del procés” por hipotéticos tráfico de influencias y malversación de fondos públicos.
Y ha sido en el debate sobre lo jugoso cuando hemos asistido a dos muestras de catálogo de dos estilos parlamentarios, y cómo cada uno obtiene una reacción ad hoc. Me refiero al icetismo –claro, de Miquel Iceta– y la carrizosería –de Carlos Carrizosa. Veamos.
El primero ha tratado de evitar el habitual recurso a escudarse en la presunción de inocencia o el respeto a las actuaciones judiciales, preguntando por lo que el Govern puede decir ya: si son ciertos los indicios de amaño de concursos públicos en sanidad o educación.
El tono suave y el contenido concreto han logrado un efecto directo. Pere Aragonès ha asegurado sin rodeos que había hecho pesquisas y que no había nada irregular. Y entonces, Iceta ha hecho algo que, en mis no pocos años de información parlamentaria, no recuerdo haber oído: “Con su respuesta me doy por satisfecho”. Tal vez era solo cortesía parlamentaria, pero estamos tan poco habituados a ello… Un dato no menos relevante es que ese intercambio cortés ha sido entre el líder de facto de ERC y un dirigente al que los republicanos acusan de alegrarse de la prisión de Junqueras y los demás (es un eslogan que suele tambalearse cuando alguien pide a cualquier dirigente de ERC que concrete dónde ve esa alegría, el más pintado se va por los cerros de Úbeda saltándose el confinamiento perimetral. Pero lo cierto es que ERC basa en ese eslogan el veto a un pacto con el PSC).
Y luego ha venido la carrizosería. El portavoz de Ciudadanos ha apuntado al mismo asunto, las conversaciones pinchadas a Xavier Vendrell, pero dando por veraces todas las filtraciones y volcando sobre Pere Aragonès un carro de improperios y acusaciones de corrupción. La carrizosería es una variante del trumpismo (no es la única en Catalunya, por supuesto): no por ideología, sino en ese intento de hablar más alto y más agresivo que el contrincante y mezclar asuntos para llegar a los mantras deseados.
En su respuesta, Aragonès ha vuelto a blindar la actuación de la Generalitat, pero la intervención ha sido consecuente con ese tono, más crispada que con Iceta, y llegando al extremo, inusual en el jefe momentáneo de la Generalitat (simplifico el cargo, ya me perdonarán), de acusar al líder de Ciudadanos de “hacer el payaso”. Ha detallado más la defensa de la actuación de la Generalitat, sí, pero la respuesta ya estaba enmarañada y emponzoñada por el contagio de la agresividad verbal. Tal vez lo que Carrizosa busca es, precisamente, arrastrar a Aragonès al barro. Aunque lo cierto es que, en términos parlamentarios, a veces se agradecen las formas. Y al final, cuando baja el tono se puede escuchar más contenido real. Más, por supuesto, que con rasgados de vestiduras como el del portavoz de ERC, Sergi Sabrià, o enumeraciones de agravios como los de la consejera Ester Capella.
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