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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La estrategia de la confrontación

¿Qué espera el PP de esta pelea? ¿Sobrevivir? ¿Y para eso pone en riesgo la convivencia democrática, después de meter al poder judicial en el papel de actor político? A la desesperada, vale todo

Josep Ramoneda
Mariano Rajoy saliendo de su casa, en una urbanización de Aravaca, en Madrid.
Mariano Rajoy saliendo de su casa, en una urbanización de Aravaca, en Madrid.Andrea Comas (EL PAÍS)

En democracia, la estrategia de la confrontación es casi siempre una expresión de la impotencia. El recurso con el que los perdedores buscan su oportunidad. El PP carece de proyecto desde que lo dejó Aznar. Rajoy, fiel a su estilo —en los tiempos actuales elaborar un proyecto político es muy complicado, lo mejor es estar por ahí—, subió la tensión paulatinamente hasta que la crisis de 2008 le entregó a Zapatero en bandeja. Y se fue eludiendo responsabilidades, subrogando la cuestión catalana a los jueces, y abandonando el parlamento por la puerta de atrás con la moción de censura. Su máxima osadía ha llegado ahora. Raudo y veloz, por una vez, ha publicado una inefable nota a rebufo de la confirmación de la sentencia de la Gürtel por parte del Supremo, que convierte en una reparación moral por la moción que le tumbó. Y ello a pesar de que se condena al PP a devolver el dinero conseguido irregularmente y que los jueces lo que dicen es que “no puede afirmarse la autoría del PP al no solicitarse la condena en este sentido”. Diez dirigentes del partido han sido condenados y la Gürtel se llevó por delante a la plana mayor de los líderes populares. ¿Y Rajoy no se enteraba de nada?

Casado ha optado por el camino fácil: la pelea sin cuartel. Pero donde Casado simplemente pone bronca, Díaz Ayuso se sale. Después de acusar al Gobierno de cerrar Madrid a punta de pistola, afirma que Sánchez y los suyos quieren “acabar con la monarquía, con la independencia judicial, con el abrazo del 1978 y llevarnos a una república bananera”. Poco importa que Casado se niegue reiteradamente a cumplir con la obligación constitucional de renovar el Poder Judicial, por miedo a perder sintonía con la mayoría del máximo orden judicial. Todo vale para quienes, al modo Trump, tienen decidido que el respeto a la verdad es una impertinencia en cualquier discurso político. Y que lo único que cuenta es avivar los miedos de la ciudadanía dividiendo a la sociedad entre buenos y malos, leales y traidores. Y para ello hay que identificar el mal supremo: Pablo Iglesias enemigo público número uno de la derecha, del que se esperaba, sin éxito hasta el momento, que fuera el disolvente del Gobierno.

La confrontación es la ley del mínimo esfuerzo. Simplemente se trata de convertir en escándalo cualquier decisión del adversario. Pero, ¿contribuye realmente al bienestar de la sociedad? En plena crisis sanitaria, económica y social, ¿está justificado rehuir cualquier responsabilidad en la solución de los problemas para desgastar al adversario? ¿Cuál es la prioridad de Ayuso: resolver la crisis sanitaria o proyectarse como ariete de la lucha contra el gobierno de coalición?

Casado empezó con calma. Dando por hecho que el Gobierno quedaría atrapado en sus propias contradicciones y lo demás se daría por añadidura. Pero pasaron los días y el desgaste del Gobierno no adquiría el ritmo soñado por el nuevo presidente del PP, y su propio liderazgo no lograba el impulso esperado. Es más, se ha ido diluyendo en el magma de la derecha. Al mismo tiempo, Díaz Ayuso se disparaba en su exhibicionismo con el coro de la prensa conservadora riéndole las gracias. Y la inquietud del presidente del PP se ha ido haciendo perceptible. Y así ha ido saliendo de la cueva para subirse al carro de la confrontación. El activismo de Díaz Ayuso le está robando espacio y quizás la presidenta empieza a albergar sueños de grandeza.

La confrontación se ha ido adueñando de la escena. No es nada nuevo, es el mismo camino seguido por la extrema derecha europea y por Trump, el gran referente, que ha aumentado la agresividad y el desvarío a medida que veía que las elecciones se le escapaban. Pero bajo el impacto de la pandemia, y más ahora que arrecia de nuevo, ¿es esta una buena estrategia? Los hechos dicen que desde que el virus se posesionó del escenario social, a la extrema derecha no le han ido bien las cosas. Trump es la prueba. Más astuta, Marine Le Pen ha optado por el perfil bajo. Y Boris Johnson ha ido alejándose del jaleo. ¿Qué espera el PP de esta pelea? ¿Simplemente sobrevivir? ¿Y para eso pone en riesgo la convivencia democrática, después de haber roto los equilibrios del sistema metiendo al poder judicial en el papel de actor político? A la desesperada, vale todo. Incluso un ridículo como la nota de Rajoy.


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