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La democracia en peligro: una advertencia americana

Las democracias bipartidistas clásicas no vieron o no quisieron percibir el cambio y fue la extrema derecha la que se anticipó y ofreció el camino del autoritarismo postdemocrático

Donald Trump.
Donald Trump.SAUL LOEB (AFP)
Josep Ramoneda

La llaman “cancel culture” y es una variante de la “corrección política”. Muy tensas deben estar las cosas en Estados Unidos como para que gente tan dispar cómo Noam Chomsky, Margaret Atwood, Salman Rushdie, Francis Fukuyama y Steven Pinker compartan una declaración pública. Y no sólo contra Trump al que, obviamente, consideran como “una amenaza para la democracia”. Ciento cincuenta personalidades del mundo cultural han firmado un manifiesto contra la intolerancia y el sectarismo en la batalla contra el trumpismo. Lo cual confirma que las derivas autoritarias generan respuestas autoritarias al llevar a la política a la lucha simple entre el amigo y el enemigo. Y que la derecha radicalizada funda su éxito en la confrontación y su capacidad para capitalizarla, en sociedades en que el miedo está a flor de piel. Y la izquierda cae en la trampa. Así ganó Trump.

Es probable que tengan razón algunos críticos que ven en el manifiesto un ejercicio de melancolía de la vieja figura del intelectual comprometido, en evidente declive de autoridad, por parte de veteranos autores consolidados. Pero sí fuera así aún es más evidente el valor sintomático del texto. “La batalla contra Trump no puede caer en los dogmas y en la coerción ideológica”, escriben. Y añaden: “La censura se extiende y hay intolerancia a los distintos puntos de vista”. Frases que sin duda tienen todo el sentido entre nosotros, dónde hemos visto como la dialéctica de buenos y traidores operaba tanto dentro de los dos bandos de la querella entre unionismo e independentismo como en los intentos de la derecha radicalizada de convertir al llamado populismo de izquierdas en enemigo mortal. Sí, también aquí hay que razones para reclamar “la libertad de experimentación, de riesgos e incluso de errores”, exigible en una cultura democrática, cuando se impone la idea de que en n

Ciento cincuenta personalidades del mundo cultural han firmado un manifiesto contra la intolerancia y el sectarismo en la batalla contra el trumpismo

ombre de un valor supremo hay que cerrar filas y los discrepantes son renegados.

Ni lo que ocurre en Estados Unidos ni lo que ocurre en España es excepcional. Es consecuencia de una evolución de las democracias liberales hacia el autoritarismo que hay que tomarse muy en serio, y sin dogmatismos, sino se quiere que se acabe imponiendo por la fuerza de las dinámicas en curso. Dos realidades están afectando directamente al espacio de representación: El paso de la economía de la escala nacional a la escala global, que ha debilitado la eficacia del Estado en el control de los mercados y ha empequeñecido al Estado del bienestar, provocando la pérdida de confianza de la ciudadanía en los gobernantes. Y la mutación del espacio comunicacional de la prensa clásica (escrita, radiada o televisiva) al universo digital, dónde cualquier criterio de exigencia de rigor, de verdad o de respeto al otro brilla por su ausencia, y la dinámica de turba funciona a pleno rendimiento.

La cuestión de fondo es tan es sencilla como esta: ¿tiene futuro la democracia o se impondrán las pasarelas hacia el autoritarismo?
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La suma de estos factores alimenta un mal estar de fondo que las democracias bipartidistas clásicas no han sabido integrar. No vieron o no quisieron percibir el cambio y fue la extrema derecha la que se anticipó y ofreció el camino del autoritarismo postdemocrático. Cuando la crisis de los partidos tradicionales abrió paso a nuevas organizaciones, en vez de ampliar el campo de juego e integrar a los nuevos actores se les etiquetó indiscriminadamente como populistas como forma de descalificarles. Es verdad, pretendían dar voz al pueblo que no se sentía escuchado, que percibía que los que mandaban ya no le representaban. Pero no todos eran iguales ni en objetivos ni en métodos.

La dinámica de polarización creció cuando se buscó refugió en las utopías disponibles (Marina Subirats) como en el caso del nacionalismo catalán. Y la confrontación se adueñó de la situación. Derecha radicalizada contra izquierda populista, patria contra patria. Campo de batalla abonado a las exigencias de la corrección política de cada bando. Incluso el feminismo y el ecologismo, las propuestas más renovadoras, caen a menudo en estas formas de autocomplacencia. Y ocurren cosas como las que el manifiesto americano denuncia. La cuestión de fondo es tan sencilla como ésta: ¿tiene futuro la democracia o se impondrán las pasarelas hacia el autoritarismo? Después del caso Trump ya no hay excusa para mirar a otra parte. Y si queremos salvar la democracia hay que combatir la intolerancia, dentro y fuera de cada casa. Con ideas, es decir, con libertad y respeto para explicarlas.

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