Flash Flash: 50 años de tortillas y mucho más
El insoslayable restaurante barcelonés referente de la modernidad perenne celebra medio siglo innovando lo justo
El destino ha querido que en poco tiempo se junten aniversarios de Bocaccio, Montesa y Flash Flash, en un triángulo de nostalgia irresistible. La discoteca, las motos -especialmente las impalas y las cotas- y el restaurante forman parte de una constelación de símbolos y emociones, con protagonistas comunes, que han marcado el imaginario de toda una cierta Barcelona burguesa, pero también progresista. Bocaccio se inauguró en el 67, Montesa cumple 75 años (la Cota 247, nacida en el 68, ya ha hecho los 50) y ahora es el turno del Flash Flash, nacido el 3 de julio de 1970, hace hoy exactamente medio siglo.
El local de la calle de La Granada, junto a la calle de Tuset (otro icono de la ciudad) es el resultado de la idea de cuatro amigos de montar el restaurante que les hubiera gustado a ellos descubrir: Alfonso Milá (hermano precisamente de Leopoldo Milá, el diseñador de la Impala y la Cota 247), Leopoldo Pomés y las esposas de ambos, Cecilia Santo Domingo y Karin Leiz, respectivamente. Flash Flash, que es mucho más que tortillas, por supuesto, y va ligado a conceptos más inmateriales como la amistad, la vida social, el encontrarte gente y el dejarte ver (además de que hay que mencionar las incombustibles hamburguesas Monty y Cadillac), llega a su aniversario milagrosamente sin pasar de moda, manteniendo la imagen vanguardista y hoy ya clásica de sus orígenes, realizando pequeños ajustes (la iluminación) e innovando lo justo (la quinoa o la hamburguesa Cecilia). Una versión en restaurante del viejo príncipe de Salina de El Gatopardo, capaz de bailar con una jovencita sin perder el aplomo, la dignidad y la clase.
Esta mañana la nutrida segunda generación de Pomés y Milás, el “sanedrín” que controla el Flash Flash, representados especialmente por Iván Pomés y, para la ocasión, Mercedes Milá (acompañados por el gerente Javier Hoyos), han presentado entre tortillas y recuerdos, como no podía ser de otra manera, el 50 aniversario. Lo han hecho, tras una animada foto de grupo al grito (de Mercedes) “¡aquí todos los Milá y Pomés!”, bajo la elegante égida de la única superviviente del cuarteto original, Karin Leiz, que, a la manera de Lisa Gherardini, la esposa de Francesco del Giocondo, se ha hecho inmortal como la famosa fotógrafa que adorna las paredes del restaurante, una verdadera Mona Lisa de la modernidad de los setentas. Leiz miraba hoy con más curiosidad que nostalgia su imagen multiplicada, tan popera, armada con la cámara cuyo flash (de ahí Flash Flash, claro) es el aplique de las luces originales del local y tocada con la gorra de cuadros que -como reveló Poldo Pomés- era propiedad de otro Leopoldo, Leopoldo Rodés. Ha rememorado que la bolsa de la batería pesaba mucho y que ella posó tras no funcionar, hay que ver, las modelos profesionales que probaron antes y eran más jóvenes (Leiz tenía entonces 31 años y 3 hijos). “Fue muy divertido, la primera sesión vestí una minifalda y botas pero no quedaba bien y sugerí el atuendo que llevo en las fotos. Hice muchas posturas, pero fue un ¡pim-pam fuego! Algo muy eléctrico”. La idea de relacionar así el restaurante con la fotografía y la profesión de Pomés padre fue, ha dicho, de Federico Correa, el arquitecto que con Alfonso Milá se encargó del interiorismo.
El acto de hoy, con mascarillas y distancias, ha sido una mezcla de datos y memoria. Entre los primeros, que el Flash sirve al año 37.000 tortillas (llevan 5 millones, pronto, se ha señalado, habrán servido una por catalán), y que la top, la más vendida, es la panadera, seguida por la de trufa y queso, la de alcachofa y la de berenjena. Pasan cien mil personas al año, 270 personas al día. Entre los grandes recuerdos, el de Karin Leiz de Arthur Rubenstein degustando una tortilla de chorizo tras cada concierto en la ciudad, o el de Mercedes Milá de las cenas de Gabo y Mario Vargas Llosa (separados). Otros solo podemos aportar la experiencia de cenar con Bertín Osborne en la mesa de al lado, rozando las rodillas (es muy alto) para envidia de varias damas que suspiraban entre bocado y bocado de tortilla.
Milá ha recordado a los muchos arquitectos y profesionales liberales habituales del restaurante y ha sentenciado con quizá un exceso de devoción que “un periodista que no sea cliente del Flash no es periodista”. Ivan Pomés ha enumerado los cambios en el Flash aprovechando el parón (inédito en su historia) que han vivido por el coronavirus. Todos los sofás son nuevos, se ha creado un servicio a domicilio y se ha preparado el aniversario. No podrá haber una “superfiesta” en el párking y la calle como en cumpleaños anteriores dado que habría que restringir mucho el aforo y “querríamos que estuviera todo el mundo, porque el Flash es muy democrático”. Así que sobre todo va a ser una celebración virtual, muy dinámica en la web del restaurante, con vídeos, entrevistas (con Correa, entre muchos otros), anécdotas y una película que va a realizar Poldo Pomés. Y otras sorpresas como una animación de la icónica fotógrafa, a la que veremos por primera vez moviéndose, y una investigación sobre las tortillas que se hacen en la ciudad.
“En la Barcelona gris de los setenta, el Flash fue algo muy bestia”, ha considerado Iván, que ha destacado la fidelidad de los clientes (algunos vienen todos los días) y cómo las generaciones se van pasando el testigo dentro de las mismas familias: no es raro ver a abuelos, padres e hijos juntos a la mesa (“ir al Flash es un acontecimiento familiar”). Ha señalado entre los secretos del restaurante, aparte de sus características de diseño -banco contínuo, “ninguna mesa mala”, espacio aterrazado que se va elevando suavemente hasta el rojo “pabellón del pipí” (Iván Pomés dixit), los lavabos, en los que reinó la señora Charo-, el dar todas las facilidades al cliente. No hace falta reserva, ha recordado, se cena hasta muy tarde (lo que ha hecho que muchos actores de teatro sean habituales), se sirve “una comida de calidad sin engaños”, se procura la comodidad; te reconoce y te trata bien -con respeto y aprecio- un personal con mucho oficio (i. e. el legendario maître Simeon Soria, retirado en Esplugues; el actual, Jordi Paesa Fons) y sin familiaridades excesivas. Desde el principio se ha procurado que haya muchos camareros, siempre con chaqueta y corbata. Son características la rigurosa limpieza, cierta cuidada informalidad (la proximidad, la ausencia de manteles), y la comprensión con las peculiaridades y manías de los clientes. Ni siquiera se alza una ceja cuando alguien se hace explicar por milésima vez la diferencia entre la Cadillac y la Monty (las alcaparras) o pide a lo largo de treinta años indefectiblemente siempre el mismo arroz esquirol. La discreción ha sido otra constante en el Flash, así como una sutil elegancia que ha hecho que, por ejemplo, al incorporar la hamburguesa Cecilia con pan para las nuevas generaciones solo se ponga rebanada debajo para que la gente no la coma con las manos.
Iván Pomés ha destacado que Flash fue un avanzado de la cocina healthy con su bufé de ensaladas. Las hamburguesas se incorporaron a instancias de la malograda Cecilia Santo Domingo (fallecida a los 36 años por un accidente cardiovascular), que consideró que la gente no podía comer solo tortillas. Se fueron todos a Nueva York a buscar la fórmula de las tan famosas hamburguesas de PJ Clarke’s. La leyenda (y Mercedes Milá) afirma que las mejoraron. Se trajeron también el pastel de queso. Ah, lo de la hamburguesa Monty no es por el mariscal Montgomery, como queríamos algunos, sino por un perro que tenía Alfonso Milá...
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