El ‘Sant Jordi’ del 23 de julio tendrá sólo un tercio de las paradas
Los organizadores estudian limitar las colas de firmas a 30 personas a la vez, en zonas acotadas y con cita previa, pero habrá el popular 10% de descuento
Darwin y Sant Jordi se han unido para que el 23 de julio se pueda celebrar la parte callejera de tenderetes y firmas de libros que no pudo realizarse el 23 de abril por el coronavirus: las paradas en las calles serán, apenas, un tercio de las que durante la diada abarrotan las ciudades catalanas, especialmente el centro de Barcelona, garantizando así el esponjamiento y la distancia de seguridad sanitaria. La cifra es fruto de la selección natural que comporta la fecha: al no tratarse de la festividad del que es el patrón de Cataluña desde 1456, el 23 de julio será “un día del libro y de la rosa exclusivamente profesional, por lo que en las calles no habrá las mesas de partidos políticos, entidades o de estudiantes de fin de curso”, constatan los organizadores. Según sus cálculos, eso podría significar, por ejemplo, la presencia de sólo 250 puestos de libros en toda Barcelona, muy lejos del más de un millar de un Sant Jordi tradicional, muy por debajo, pues, del 30%.
Las cifras y medidas satisfacen por ahora al Procicat (Protección Civil para emergencias) y también al Ayuntamiento de Barcelona y a la Generalitat, instituciones que inicialmente aceptaron a regañadientes la exclusión de las entidades cívicas, por el coste popular de la medida. Pero el argumentario de la Cambra del Llibre de Catalunya y del Gremi de Floristes es fuerte y doble: es de las pocas fórmulas para evitar aglomeraciones y garantizar las medidas sanitarias y, por otro, asegura unos ingresos mínimos muy necesarios para unos sectores que estuvieron privados de su día de ventas más importante. Según baraja el sector editorial, el pasado 23 de abril, con librerías físicas cerradas y venta mayormente por ecommerce, se habría facturado, a lo sumo, “entre un 15 y un 20% de años anteriores”: unos 4,5 millones de euros si se toman de referencia los 22,16 millones de 2019.
La reducción a un tercio afectará a todo el proceso natural de Sant Jordi. Así, si bien cada librería podrá poner su tenderete, acompañado de un puesto oficial de flores, las firmas de libros se encogerán en la misma proporción. “No podrán firmar todos los escritores que quieran: las editoriales tendrán que seleccionar mucho”, avanzan los organizadores. Los libreros trabajan con la idea de tener a los autores solos y no en grupos, en mesas más anchas y en periodos de más de una hora para que puedan firmar los libros de unos lectores fieles que, casi con seguridad, deberán haber solicitado cita previa. Ese numerus clausus (se barajan una treintena a la vez, a lo sumo) será especialmente estricto en la zona de mayor concentración habitual, que en Barcelona afecta a las calles de Rambla de Catalunya, paseo de Gràcia y La Rambla (1,2 millones de personas pasan por ellas durante la jornada, según la Guardia Urbana). Allí se baraja que en los paseos centrales se concentre la oferta de las librerías próximas, en áreas delimitadas con vallas, controles de entrada, gel hidroalcohólico y guantes. “La autorregulación será clave: va a caber lo que va a caber”, asegura un portavoz de los organizadores. Los cálculos apuntan a que sólo en el Eixample barcelonés se concentrarán unas 150 peticiones de paradas.
El comprador tendrá la recompensa a estas incomodidades con la aplicación del popular y tradicional 10% de descuento a sus compras, que también ha generado fuerte controversia en el sector, en especial entre los libreros, reacios a ofrecerlo este año de vaca flaca, razón por la que ya no se llevó a cabo el 23 de abril. Finalmente, se ha optado ahora por ello al considerarse “una promoción asociada históricamente”; una razón no menos poderosa es que tanto Amazon como las grandes cadenas y superficies con plataformas de ecommerce van a aplicarlo, tras el pacto que se alcanzó con ellas en abril.
La preparación del 23 de julio está siendo tan meticulosa que, en el caso de Barcelona, se estudia la ubicación de tenderetes “calle por calle” en tanto a las medidas sanitarias (distancias, control de flujos de transeúntes…) se unen las que impone el estado de alerta por alarma terrorista, que sigue en nivel 4 sobre 5 desde el atentado en La Rambla de agosto de 2017 en toda Catalunya. Ello obliga, por ejemplo, a despejar en determinadas zonas de la capital catalana hasta un 30% de su potencial capacidad o a dejar esquinas sin puesto alguno.
Si la pandemia comportara algún rebrote, la Cambra del Llibre tiene un plan B que pasaría por la creación de 10 ó 15 áreas muy acotadas por toda la capital catalana, modelo más dificultoso y caro de aplicar tanto para las instituciones como para el sector. En el peor de los escenarios, un tercer plan prevé sólo la instalación de pequeñas mesas ante las tiendas y sin firmas presenciales. Sí queda descartado el traslado de la convocatoria a principios de octubre, como se barajó, evocando la celebración de Sant Jordi a principios de ese mes como se hacía a finales de los años 20 del siglo pasado. No hay alternativa ya al 23 de julio. En cualquier caso, la intención es “poder hacer algo” para intentar mitigar las pérdidas por el coronavirus. Los organizadores confían en que el 23 de julio se puedan alcanzar de nuevo unas ventas de entre un 15% y un 20% de la facturación de un Sant Jordi de la ya vieja normalidad.
Cautela ante la Setmana del Llibre
La pandemia ha zarandeado duro al sector del libro (a finales de abril, el cálculo para toda España era de un descenso de la facturación cercano al 80%), pero en el mundo de la edición se teme que lo peor venga en diferido, reproduciéndose lo ocurrido en la crisis de 2008, que no llegó a las librerías hasta 2011, iniciándose entonces una caída continuada de la facturación que no se frenó hasta hace apenas cinco años. “Si la gente tiene problemas económicos, el libro no es un artículo de primera necesidad”, coinciden desde diversos estamentos.
Reforzaría esas tesis una encuesta realizada por la consultoría Open Evidence, vinculada a la Universitat Oberta de Catalunya, que constata que el 92% de los españoles teme una inminente depresión económica, el 63% espera que el 2021 sea un año peor que el 2020 y el 41% admite que ya ha disminuido su consumo de productos culturales.
En esa misma línea de cauteloso pesimismo se mueve también una parte del sector ante la convocatoria de la 38ª Setmana del Llibre en Català, que la pandemia ha obligado a trasladar excepcionalmente de su tradicional ubicación en la avenida de la Catedral de Barcelona al Moll de la Fusta. La reducción de sus clásicos 10 días de duración a sólo cinco (del 9 a 13 de septiembre), una 'Diada' del 11 de septiembre que se prevé menos masiva (lo que facilitaría el éxodo de un puente en tanto la jornada reivindicativa cae en viernes) y las incomodidades de las medidas sanitarias (que pueden impedir entrar en las casetas de formato abierto y tocar libros en un evento que tiene parte de su atractivo en los libros de fondo) crean dudas sobre la rentabilidad del esfuerzo. El calor de las fechas y la humedad por la proximidad del mar, amén de la existencia este año de un solo escenario para actos, incrementan las inquietudes de algunos de los habituales participantes.
Los organizadores, por su parte, confían en que, para esas fechas, el proceso de desconfinamiento permita ya una notable flexibilidad y que igual no sea necesario controlar los accesos y limitar los aforos.
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