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OPINIÓN
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La rectificación de Esquerra

Los republicanos rechazan quedar prisioneros del rupturismo al que pretenden arrastrarles Torra y Junts per Catalunya

El portavoz de ERC, Gabriel Rufián, durante su intervención en el pleno de control al Gobierno .
El portavoz de ERC, Gabriel Rufián, durante su intervención en el pleno de control al Gobierno .europa press / eduardo parra
Enric Company

Las ruidosas caceroladas con bandera española en el madrileño barrio de Salamanca han devuelto a Esquerra Republicana de Catalunya (ERC) al redil de la mayoría parlamentaria que sostiene al Gobierno de Pedro Sánchez, de la que incautamente se alejó el 21 de mayo en la votación de la quinta prórroga del estado de alarma por la epidemia del coronavirus.

Han sido dos semanas de furia, durante las cuales los enemigos del Gobierno de izquierdas se han lanzado a explotar la fragilidad mostrada por la informal coalición de la investidura de Sánchez. Las derechas han interpretado estos días en España lo que podría ser el ensayo general con casi todo para derribar un Gobierno progresista a los cinco meses de su formación. Desde la réplica española al golpe de Estado judicial modelo Brasil, con demandas ante el Tribunal Supremo presentadas por Vox y sus entornos ultraderechistas, hasta propuestas de gobiernos alternativos, ya sean de concentración o técnicos (sin Pablo Iglesias, por supuesto), o un Ejecutivo PSOE-PP presidido por Nadia Calviño.

La furiosa arremetida contra el ministro del Interior, Fernando Grande-Marlaska, a propósito de la destitución del coronel Diego Pérez de los Cobos, puso en la escena de este asalto a personajes que recordaban una pieza de Valle-Inclán: sobre el fondo trágico de una epidemia letal, la Guardia Civil, una jueza emparentada con ella y el machismo que acusa de criminales al Gobierno progresista y a las manifestantes del 8 de marzo, el Día de la Mujer. Apocalíptico.

A la vista de este panorama, al partido de Oriol Junqueras le ha faltado tiempo para corregir el error. Esquerra había dejado al Gobierno de Sánchez en manos del grupo parlamentario de Inés Arrimadas y del PNV, como si eso pudiera ser uno de tantos regates de táctica política, sin percatarse de que los tigres olerían la sangre del ciervo herido. Resultó que fue como abrir la veda. Y rectificó.

Así ha sido como a la joven generación que está al cargo de ERC le ha tocado aprender otro par de lecciones de realismo, a sumar a las que lleva encajadas no sin dolor en los últimos tres años. Disponer de la llave de la mayoría parlamentaria en España ofrece grandes oportunidades, ciertamente, pero conlleva también ineludibles responsabilidades, y una de ellas es que el garante de la estabilidad parlamentaria de un gobierno no puede desentenderse de ella sin pagar el precio del descrédito absoluto. Esta es una lección que para algunos puede parecer muy elemental, pero para la cultura política de los republicanos no lo es tanto. La suya es una cultura del sentimentalismo romántico surgida del “nosaltres sols!” propia de los nacionalismos de hace un siglo, contagiada por el totoresisme, la cultura del todo o nada, una antigua constante de la psicología catalana que aparece de vez en cuando, como sucedió, para no ir más lejos, en octubre de 2017. Es, además, un partido con viejas resonancias libertarias, asambleario, al que le está costando mucho aceptarse a sí mismo como garante de un Gobierno de España mientras tiene a sus líderes en la cárcel o refugiados en Ginebra.

La otra lección la ha verbalizado el propio coordinador del partido, Pere Aragonès, y va de algo que debería ser muy caro para los republicanos. Se trata de su particular independencia política como partido. Lo que otros definen como la autonomía del proyecto. Se resume en la frase, dada como respuesta a las presiones del presidente Quim Torra y de Junts per Catalunya, sobre el papel de los republicanos en el Congreso de los Diputados en la prórroga del estado de alarma: “No aceptaré que me digan qué debe votar ERC”.

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No es un asunto menor, pues en última instancia se refiere al papel que el catalanismo y sus partidos quieren jugar en España. En la presente coyuntura, la derecha nacionalista ha decidido jugar a la contra, arrastrada por la inercia de octubre de 2017 y sus consecuencias penales para lo que fue el Gobierno de Carles Puigdemont. Esquerra, en cambio, intenta no quedar prisionera de ese desgraciado pasado reciente y ha apostado por volver al intervencionismo apoyando al bloque progresista español.

Quim Torra, Junts per Catalunya y el nuevo independentismo neoliberal quieren atar a ERC a su deriva rupturista. La necesitan para dar una mínima credibilidad a la búsqueda de un nuevo intento independentista. La contradicción entre ambas posiciones es un obstáculo insalvable para el actual Gobierno de la Generalitat, que el propio Torra dio por agotado el 29 de enero. La emergencia sanitaria le ha dado unos meses más de vida. Pero eso se acabará pronto.

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