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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La cultura menospreciada

Al ministro de Cultura, José Manuel Rodríguez Uribes, frente a las medidas que otros ministros tomaban para paliar los efectos de la pandemia, solo se le ocurrió decir que primero venía la vida y después el arte

Rodríguez Uribes responde a la cúpula del arte contemporáneo
El ministro de Cultura y Deporte, José Manuel Rodríguez Uribes, durante la rueda de prensa posterior a la reunión del Consejo de Ministros, este martes.EFE/ Moncloa / Borja Puig De La Bellacasa
Victoria Combalia

Hace unos pocos días se armó un escándalo en el mundo de la cultura por las declaraciones del hasta entonces poco visible ministro de Cultura, José Manuel Rodríguez Uribes, en el que frente a las medidas que otros ministros tomaban para paliar los efectos de la pandemia, solo se le ocurrió decir que primero venía la vida y después el arte. Sin embargo, si la pandemia mata, la situación dramática de los agentes de la cultura durante y después de esta pandemia también matará… de hambre. Si ya sus condiciones eran precarias antes de la infección, ahora serán dramáticas. Entonces, el Ministro aprobó el 5 de mayo unas medidas económicas urgentes para el sector cultural. Anunció líneas de crédito a las empresas culturales pero añadió que la liquidez aún no había llegado. Como siempre suele pasar, son los sectores de las artes escénicas y el audiovisual los que reciben más ayudas. En el de las artes visuales habrá ayudas a las galerías, artistas, críticos y comisarios, afirmó, pero aún sin ninguna cantidad especificada. Más tarde se habló de una ayuda de un millón de euros para compra de arte contemporáneo, lo cual es poco para todo un país. Me pregunto qué harán los artistas plásticos que no tienen una galería o los diseñadores gráficos. En Francia, ya se han lanzado multitud de ideas como la anulación de los alquileres de los talleres, compra directa de arte y un gran programa de encargos públicos.

Pero lo que a mí me chocó más de aquella comparecencia fue la frase de la ministra de Hacienda, María Jesús Montero, que parecía destinada a tapar la metedura de pata de su colega: “La cultura es libertad y la libertad es democracia”, afirmó con mucha vehemencia, como si con esta proclama más propia de una pancarta en una manifestación que una verdadera definición de la cultura se hubiera resuelto el problema. No me desagrada este gobierno frente a otras alternativas actuales, pero me volvió a dar la sensación de que la cultura es lo último que les preocupa, y que no parecen ni comprenderla, ni disfrutarla ni mucho menos apoyarla. ¿No ha ido nuestra ministra a un concierto en donde se conmoviera o exaltara? ¿No ha visto una película cuyo desenlace moral la hiciera reflexionar sobre su propio comportamiento? ¿No ha leído algún libro en el que, como afirmaba el otro día una entrevistada, “una sola frase puede cambiarte la vida”?

Estos días ha habido en las redes sociales muchos juegos y cadenas para que hacer llegar y compartir libros o poemas. Solo participé en el de los libros porque no me gustan este tipo de entretenimientos, pero tratándose de literatura, dije que sí: tenías que poner diez libros que te hubieran impresionado o gustado mucho a lo largo de tu vida, excluyendo las obras maestras como la Iliada, El Quijote y demás.

Puse Solitud, de Víctor Català (Caterina Albert), porque lo que yo pensaba que era un drama rural era en realidad la búsqueda de identidad de Mila, su protagonista, inmersa en un matrimonio decepcionante. Su ascensión a la ermita por una montaña que se convierte también en protagonista del libro es en realidad un viaje interior al final del cual, en la bajada, decidirá ser ella misma, sola pero independiente.

Puse la magnífica autobiografía de Arthur Koestler en la que describe el paso de su militancia comunista y su fe ciega en la Revolución de 1917 hasta que en un viaje a Rusia comprueba las hambrunas, la burocracia y la represión del nuevo Estado. Su cuadro es vivo y patético y se añade a la decepción de todos aquellos intelectuales que viajaron en los años treinta y se desencantaron de un ideal que en la realidad cotidiana era ilusorio.

Puse los cuentos de Dorothy Parker, aquella periodista de lengua afilada que en estos breves relatos expresa, con una sutileza inaudita, la incomunicación de las parejas o la búsqueda desesperada del amor.

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Y puse la Educación sentimental de Flaubert porque sintetizaba de forma magistral los cambios en el París de la segunda mitad del siglo XIX y la vida de un joven de provincias que va a labrarse una carrera en la capital. Es el final de las aspiraciones románticas y el inicio de una nueva burguesía, con su vida espiritualmente mediocre, sus ambiciones materiales, su hipocresía y su especulación. La novela fue considerada como una de las mejores de su siglo y George Sand, que escribió un artículo sobre el texto, escribió: “¿Qué prueba este libro? Prueba que este estado social ha llegado a su descomposición y que habrá que cambiarlo radicalmente”. Palabras que podrían haber sido escritas en estos momentos.

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