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El hombre de las mil batas

Un empresario textil ha articulado una red de empresas por toda España que fabrica 23.000 equipos de protección al día

Abel Ortiz muestras una de las batas que ha logrado fabricar la cadena de empresas que ha creado.
Abel Ortiz muestras una de las batas que ha logrado fabricar la cadena de empresas que ha creado.CRISTÓBAL CASTRO
Dani Cordero

El 21 de marzo el coronavirus ya llevaba semanas haciendo estragos en España. Había superado las mil muertes, tenía saturadas las unidades de cuidados intensivos y las administraciones habían entrado en una carrera desesperada para proveerse de material sanitario a precios hasta entonces desconocidos. Aquel sábado Abel Ortiz recibió una llamada. Era la madre de un amigo de su hijo, médico en el hospital Germans Trias i Pujol de Badalona.

—¿Vosotros no nos podéis hacer batas sanitarias?

Si aquella doctora desesperada buscó ayuda en Ortiz fue porque sabía que es el responsable de una empresa textil. El empresario guarda una imagen de aquel momento: profesionales sanitarios luchando en plena emergencia sanitaria embutidos en cualquier material mínimamente impermeable. Pero también fue franco en su respuesta. Su empresa no fabrica prendas, solo confecciona el tejido que después utilizan los grandes de la moda. Pero, por si acaso, pidió algunas unidades de batas para intentar hacer algún prototipo con el tejido existente en la empresa.

Tras colgar empezó a pensar en la situación y en sus clientes confeccionadores. El sector textil era un páramo. Habían cerrado talleres tras la declaración del estado de alarma, sumidos bajo una marea de regulaciones temporales de empleo. Hizo una llamada. Y logró que la industria de la confección ubicada en el polígono de Montigalà, en Badalona, se pusiera a trabajar en unos primeros patrones de equipos de protección individuales (EPI). Tras diversas pruebas, una semana después —“en tiempo récord”, asegura— tenía una primera versión de la bata, de la que envió cerca de un millar de unidades al hospital para que la testaran. El Instituto Catalán de la Salut le remitió el primer albarán el 30 de marzo.

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El lunes siguiente, preparados para repartir, toparon con otro problema. No sabían dónde encontrar bolsas de plástico para ensobrar cada bata. Ni cajas de cartón para transportarlas. Tampoco camiones para distribuirlas. “Aquel lunes fue un drama, teníamos todo el material y no había manera de moverlo”, explica sobre el inicio de la hibernación económica, que limitaba la actividad a servicios considerados esenciales para luchar contra la pandemia. “Además, se cerró el país y los proveedores desaparecieron”, comenta. Ortiz está convencido de que, en la que suena a enésima crisis del textil, ese sector industrial ha logrado levantar la cabeza y demostrar que tiene capacidad para sobrevivir. “Hemos hecho un producto en España y sostenible, porque estas batas resisten hasta 75 lavados a una temperatura de 60 grados centígrados”, defiende, crítico con materiales de usar y tirar.

Pese a las trabas, la producción se puso en marcha y la demanda iba superando por etapas la capacidad de producción habilitada por Ortiz. Al clúster de Badalona se le sumó otro en Sant Adrià y continuaron los talleres de confección de Sabadell, Terrassa y Granollers, todos en Barcelona. Hoy se fabrican sus batas en 13 ciudades, incluidas Valencia, Sevilla y Jaén. Hay casi 145 empresas y 1.500 trabajadores implicados, de cuyas manos salen cada día 23.000 equipos EPI que tienen un coste de unos ocho euros.

“Hemos entregado un millón de batas desde que empezamos y lo hemos hecho solo por ayudar”, dice. Afirma que solo espera que los ingresos generados puedan cubrir los gastos. Muchas empresas han pasado de estar en ERTE a no parar de trabajar ni un solo día e incluso han tenido que pedir créditos para invertir en maquinaria con la que no contaban para asumir una fabricación que cree que ha llegado para quedarse. Las llamadas comienzan a llegar ahora de Francia, Italia y el Reino Unido:¿Nos podéis vender batas?

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Sobre la firma

Dani Cordero
Es integrante de la redacción de EL PAÍS en Barcelona, donde ha desempeñado diferentes roles durante más de diez años. Licenciado en Periodismo por la Universidad Ramon Llull, ha cursado el programa de desarrollo directivo del IESE y ha pasado por las redacciones de 'Ara', 'Público', 'El Mundo' y 'Expansión'. 

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