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Tumbado en la habitación con las emergencias sintonizadas

El hotel Palau de Girona alberga a 22 profesionales sanitarios que necesitan estar cerca de sus hospitales y aislarse de la familia

Cristian Segura
La técnico de enfermería Joana Martínez en su habitación del Hotel Palau de Girona.
La técnico de enfermería Joana Martínez en su habitación del Hotel Palau de Girona.Toni Ferragut

La técnica de enfermería Joana Martínez se jubiló el pasado diciembre. Dos meses más tarde, la crisis del coronavirus forzó, como una sacudida, su retorno a la actividad laboral. La semana pasada realizaba turnos de noche en el hospital Santa Caterina de Girona, centro en el que trabajó desde 1974 hasta 2019. “En enero me pidieron si podía reincorporarme. Podía haber dicho que no, pero este hospital es mi segunda casa”. Tras jornadas de diez horas al pie del cañón, Martínez intenta relajarse escribiendo poesía, leyendo y hablando por teléfono con la familia desde una habitación del hotel Palau de Girona, en Sant Julià de Ramis. Su domicilio se encuentra en Salt, a tan solo 7 kilómetros del hotel en el que está residiendo aislada junto a otros 21 miembros del personal sanitario de la provincia. Martínez se siente “lenta y cansada”, y remarca que le gustaría abrazar a sus hijos y a sus compañeras: “Echo de menos abrazar a la gente, sin reservas”.

El Palau es uno de los dos hoteles y apartamentos turísticos en la demarcación de la ciudad de Girona que se han puesto a disposición de los profesionales sanitarios. El pago de las nóminas y la gestión de las reservas corren a cargo del Departamento de Salud, explica Joan Blanco, gerente del Palau. Su oficio como hotelero durante la pandemia es extraño, afirma, porque se ciñe al mantenimiento, la limpieza y la alimentación. Blanco ha observado desde la recepción cómo ha evolucionado la crisis: por la movilidad de los médicos de apoyo, que se desplazan a allí donde faltan manos, por las bajas que se van sumando o por el material de protección de los sanitarios, que ha ido mejorando desde aquellos primeros días en los que improvisaban trajes de aislamiento con bolsas de plástico.

La plantilla del hotel en activo es solo la fundamental y sigue las indicaciones de las autoridades sanitarias: los baños y las toallas se limpian cada día y las sábanas, cada dos. Las mesas en el comedor deben ser individuales y con una separación de dos metros. El comedor es el único lugar donde pueden coincidir los huéspedes del Palau. “Es donde hablamos de nuestra experiencia. Los positivos aquí sobre todo se dan en los equipos de ambulancias. Es deprimente”, dice María Elva Demarchi, técnica de radiología del Hospital Josep Trueta. Delmarchi calcula que realiza siete veces más actuaciones de radiología que antes de la pandemia. “Es engorroso porque todas las intervenciones son portátiles y porque cada paciente requiere mucho tiempo de preparación con las medidas de protección”. Demarchi asegura que en el hotel ha encontrado un remanso de tranquilidad. Dejó su domicilio porque su marido es persona de alto riesgo y cada noche volvía sufriendo por si se había seguido adecuadamente todas las pautas de seguridad. “Aquí nos arreglan la habitación, nos hacen la comida. Si no llegamos a los turnos de almuerzo o de cena, nos preparan bocadillos y fruta. Solo tenemos que descansar”.

El comedor es el único lugar del Hotel Palau donde coinciden los sanitarios.
El comedor es el único lugar del Hotel Palau donde coinciden los sanitarios.©Toni Ferragut (EL PAÍS)

Demarchi, de origen argentino, a punto de jubilarse, aprovecha para leer –ahora está con Tierra firme, de Matilde Asensi– y para ver algo de televisión, aunque poca, añade, porque está saturada de información sobre el coronavirus. Desde su ventana puede ver una pancarta que han colgado unos vecinos con la que le agradecen su esfuerzo. Solo este cartel y una ambulancia estacionada en la calle indican que el hotel sirve de estación médica. Ferran Vidal conduce una ambulancia medicalizada del Sistema de Emergencias Médicas (SEM) que hasta la semana pasada tuvo el hotel como base porque en la central de Girona no había espacio. El equipo, de apoyo extra para el traslado de pacientes entre unidades de cuidados intensivos, lo componen un técnico, un médico y un enfermero. En las dependencias del Palau esperaban durante las doce horas de guardia, con la radio de emergencias conectada, sus voces enlatadas como constante banda sonora. Pueden encargarles un traslado en Girona como en la provincia de Barcelona. Vidal seguía desde su habitación los informativos, hablaba con la familia y resumía por teléfono la vida que lleva durante estas semanas. “Estoy como en dos realidades paralelas: la que veo en los hospitales y en la ambulancia, y la del confinamiento cuando paso por casa y veo a los míos”. Lo más increíble, apuntaba Vidal, es como se han acostumbrado a cosas antes inusuales, como atender a paciente intubados. “Transportamos a enfermos en posición decúbito prono, es decir, intubados y boca abajo. Un médico me dijo que esto se lo enseñaron en la facultad, pero que nunca lo había visto”.

El Palau se ubica en un rincón discreto en los confines de un municipio que es periferia de la ciudad. Wendy Ríos recorre cada día, ida y vuelta, los dos kilómetros que hay entre el hotel y el hospital sociosanitario Mutuam. Ríos es enfermera y llegó a España hace tres meses procedente de Italia. La caminata le ayuda a ganar fuerza para afrontar una experiencia que nunca había imaginado, ni siquiera cuando en Perú lidió con un brote de cólera. Su mujer también es enfermera y está en observación por un posible positivo de la covid-19. Ella sustituye estos días a una compañera que cayó enferma. En la habitación mira la televisión y estudia catalán. Con sus vecinos de hotel no hablan de nada que no sea el trabajo porque es una lucha que marca sus vidas y en la que resisten, según Ríos, por vocación.

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Sobre la firma

Cristian Segura
Escribe en EL PAÍS desde 2014. Licenciado en Periodismo y diplomado en Filosofía, ha ejercido su profesión desde 1998. Fue corresponsal del diario 'Avui' en Berlín y en Pekín. Desde 2022 cubre la guerra en Ucrania como enviado especial. Es autor de tres libros de no ficción y de dos novelas. En 2011 recibió el premio Josep Pla de narrativa.

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