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En ferri a Italia para sortear el veto aéreo

La Generalitat pide “evitar las entradas de más riesgo”, en referencia a los barcos procedentes de este país europeo

Pasajeros italianos de la compañía Grimaldi Lines en el puerto de Barcelona.
Pasajeros italianos de la compañía Grimaldi Lines en el puerto de Barcelona.Carles Ribas

La noticia los pilló por sorpresa. Decenas de viajeros recibieron en los últimos días correos de empresas en los que se les informaba sobre la cancelación de sus vuelos para regresar a Italia. Ryanair, Alitalia o Vueling fueron algunas de las compañías que anularon sus trayectos, desde Barcelona, por las restricciones aéreas decretadas en Europa por la crisis del coronavirus. La única opción de muchos fue comprar un billete de ferri desde la capital catalana a Civitavecchia, en la provincia de Roma. Cientos de personas llegaron este miércoles por la tarde al puerto de la ciudad con la esperanza de volver a sus casas, pero con la incertidumbre de qué les esperará al llegar a su país.

Las organizaciones ecologistas y ciudadanas agrupadas en la plataforma Zeroport han pedido a través de las redes sociales “explicaciones sobre la falta de restricciones en los puertos [en referencia a los de Palma de Mallorca o Barcelona] para enfrentar la crisis climática”. Desde Palma, la Plataforma contra los megacruceros ha denunciado la llegada, este miércoles, de un crucero procedente de Italia con 3.000 personas. En Barcelona, preguntado por esta cuestión, el presidente de la Generalitat, Quim Torra, se ha mostrado partidario de “evitar las entradas de más riesgo” y de “alinear una respuesta europea” a la crisis originada por el coronavirus. “Ojalá se tomen medidas de prevención, mandamos un abrazo fraternal a los italianos, este es un tema donde toda Europa está implicada, las soluciones deben ser europeas”, ha concluido.

Davide Dali, de 20 años, explica que el martes, como a tantos otros miles de viajeros, le cancelaron su vuelo a Roma. El joven italiano señala que buscaron otras opciones como viajar en autocar, pero que los trayectos también fueron anulados. Este miércoles por la mañana optó por comprar un billete de ferri. “El tren hacía escala en París y costaba 600 euros. Existía el riesgo que nos pusieran en cuarentena al pasar por un tercer país. No quisimos arriesgar”, comenta. La situación se repite. Martina Garofalo, de 23 años, llegó el jueves pasado a Barcelona con su amiga Patty Baioca, de 21 años. Ambas aseguran que el martes perdieron su vuelo porque les hicieron más controles de lo normal y no llegaron con tiempo. Cambiaron sus billetes para ayer miércoles y a las pocas horas recibieron un mensaje con la cancelación.

Muchos llegaron a Barcelona en avión, pero no pudieron volver desde el aeropuerto del Prat. Algunos se desplazaron al Consulado italiano de la capital catalana donde no les prestaron ninguna ayuda útil, según cuentan. Enzo Beneluce fue uno de ellos. Residente en Nápoles, viajó a España con sus tres hijos y su esposa para celebrar sus 50 años. Menciona que solo los atendieron por teléfono y que ellos tuvieron que pagar “hasta las fotocopias” de un permiso que les dieron para poder desplazarse entre las regiones de su país, por las medidas anunciadas por el coronavirus.

El restaurante de la terminal portuaria es la única válvula de escape de los viajeros, quienes desembolsaron hasta 100 euros por el trayecto. Otras personas fuman y esperan en la entrada. “Ya no tenemos mascarillas”, le dice un empleado a un pasajero en el bar. Otros jóvenes italianos conversan en la fila mientras piden unas bebidas: “Basta con que uno tenga el virus y nos jodemos todos en el barco”. Las pizzas margarita y los bocatas de prosciutto se venden como bollos. A unos pasos, un individuo se acerca al punto de venta para hablar con una de las trabajadoras.

–¿Cuándo sale el ferri?

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–¿Y mañana?

–Mañana no se sabe…

Erasmus de vuelta a casa

La noche cae y el ferry no llega. A los pasajeros les regalan unos vales para intercambiarlos por comida o agua, debido al retraso de la nave. Cuando atraca, el punto de control de equipaje se atiborra. La gente comienza a salir con mascarillas esquivando a los que quieren subir. El perfil de los que llegan es diferente de los que salen. Familias, jóvenes que estudiaban en el extranjero o turistas de todo el mundo. La mexicana Paola López, de 26 años, realiza un viaje por Europa con dos personas. Londres, Ámsterdam y París fueron los destinos que disfrutó antes de Roma, ciudad de la que ya no pudo salir en avión. “Lo único que queremos es llegar a Ciudad de México”, asevera la mujer, que describe que no les hicieron ningún control al bajar.

Un grupo de jóvenes espera en la entrada de la terminal. Todos estudiaban desde septiembre un erasmus en la Universidad La Sapienza de Roma. Elisabeth Gómez, de 20 años, declara que volvió a España debido a la presión de sus padres. “Tampoco podíamos hacer mucha cosa allá”, detalla. La mallorquina precisa que terminará el curso de forma virtual. Algunos de sus compañeros se tendrán que desplazar a otras comunidades como el País Vasco o Valencia. Los recién llegados buscan en sus móviles dónde hospedarse. Mientras tanto, los taxis no paran de recoger clientes y llegan más italianos con el anhelo de volver a sus hogares. El ferri de hoy sale, mañana ya se verá.

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