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Entrevista íntegra con el rey Juan Carlos: “Hubo tres golpes el 23-F. Armada me traicionó”

Las memorias de Juan Carlos son el acontecimiento editorial del otoño. Esperadas y temidas en España, se publican bajo el título de ‘Reconciliación’ primero en exclusiva en Francia. En España saldrán a principios de diciembre. El exmonarca recibió a un periodista de ‘Le Figaro Magazine’ en Abu Dabi

(Traducción íntegra del reportaje con entrevista al rey Juan Carlos publicado por ‘Le Figaro Magazine’)

Desde el centro de Abu Dabi hasta la pequeña isla de Nuraï se tarda media hora, diez minutos de los cuales se recorren en barco. Una lancha rápida surca las tranquilas aguas alejándose de las costas habitadas. Atracamos en un discreto puerto deportivo. Una tranquilidad llena de sol envuelve este paisaje de arena fina, donde altos juncos y abundantes arbustos protegen de la vista las villas recién construidas. Un vehículo eléctrico nos lleva hasta la casa del rey, puesta a disposición por el jefe de los Emiratos Árabes Unidos, Mohammed Ben Zayed. El vestíbulo da a la piscina rodeada de olivos centenarios importados de España. A lo lejos, el mar en calma. Más allá aún, Irán.

Es en este extraño lugar de veraneo donde nos encontramos con el célebre rey escondido. A sus 87 años, está sentado al final de una gran mesa de piedra sobre la que hay libros, revistas y expedientes. Juan Carlos I muestra en su rostro las marcas del paso del tiempo, pero sus ojos sonríen y tiene la bonhomía de un príncipe acostumbrado a la errancia y a los cambios repentinos.

Si le cuesta levantarse tras varias operaciones de rodilla y cadera, no lo demuestra. “En España, todo el mundo actúa como si fuera a terminar sus días aquí”, suspira un allegado. Sin embargo, está decidido a no rendirse. Ni ante el paso del tiempo, ni ante el juicio de sus contemporáneos. “Cada mañana, dejo al viejo fuera”, afirma, citando al nonagenario Clint Eastwood, como él todavía ágil. Pero también él mismo está “fuera”, lejos del país que ama. Nuevo rey Lear, abandonado por los suyos, gran hombre despedido tras haber servido bien y haber renunciado a sí mismo.

Ha traído algunos objetos a esta residencia emiratí cada vez menos provisional. En el salón hay un gran cuadro suyo vestido de civil, en tonos beige y blanco, firmado por Hernán Cortés Moreno; una figura temblorosa, al estilo de Giacometti, del escultor Lorenzo Quinn, hijo del actor, representa a un hombre al borde de un precipicio. “Me gusta lo que dice sobre la vida”, comenta. En cambio, sus siete perros se quedaron con su esposa. Su compañero es un loro mudo cuya cresta, una vez desplegada, se tiñe de los colores rojo y amarillo de España. Este loro que no repite ninguna palabra y este rey que ya no es rey lloran la pérdida de una patria lejana.

Desde que abandonó España en 2020, Juan Carlos apenas ha visto a su esposa, la reina Sofía, ni a su hijo, y muy poco a sus nietos, salvo a uno de ellos, que se ha reunido con él y ahora vive en Abu Dabi. Así son las cosas. La Casa Real lo mantiene a raya: este rey emérito dice demasiado lo que piensa. Es el causante de los escándalos, el que se disputan los paparazzi, el que el Gobierno de Pedro Sánchez utiliza para desacreditar una monarquía que sueña con abolir.

Su hijo, a la defensiva, ensombrecido por la experiencia del poder y los malos modales del primer ministro, no quiere debilitar la popularidad de su reinado, que ha reconstruido con esfuerzo, pero que sigue siendo precaria. Todo eso es cierto, pero ¿por qué irse tan lejos? “Para ayudar a mi hijo, busqué un lugar donde los periodistas de mi país no pudieran encontrarme fácilmente”, nos dice. Porque la dirección del lugar se mantiene en secreto. “¡La última vez que vino un periodista español, las autoridades locales lo metieron en la cárcel! Tuve que intervenir para sacarlo”, cuenta. No deja de sorprender que este aislamiento sea tan riguroso.

¿Por qué no se permite a su esposa visitarlo? ¿Por qué la princesa de Asturias, heredera al trono, no puede verlo? ¿Y por qué el embajador de España se niega a darle la mano? El régimen de alejamiento, deseado por su hijo y agravado por el Gobierno, parece muy exagerado, aunque él lo acepta con fatalismo. Por supuesto, Juan Carlos ha pagado el precio de una serie de escándalos que le afectaban y que han debilitado la monarquía. Pero hoy recuerda que ha sido absuelto en todos los casos que en su momento le habían convertido en paria en su propio país. Las acusaciones de comisiones en una cuenta suiza o de acoso no han llegado a ninguna parte.

Queda una expedición de caza en Botsuana, por la que se ha disculpado en varias ocasiones, y el dinero donado por el rey de Arabia Saudí. Lo explica en este libro. Se trata de 100 millones de dólares, una generosidad de un rey hacia otro. Una suma que debía ponerse al servicio de la corona española, cuyos modestos recursos ascienden a una asignación de 8 millones de euros al año. A modo de comparación, sus primos ingleses reciben del Gobierno 100 millones de libras cada año.

Aunque haya sido desterrado al sur, Juan Carlos no ha perdido el norte; hoy alza la voz con un libro que es la novela real de un monarca que nació entre otros príncipes europeos destronados por una Europa convulsa: sus amigos de Italia, Grecia, Francia y Bulgaria, todos reunidos entre primos cerca de Estoril, en Portugal. Es, en tecnicolor, el lado Gala, ¡Hola! y Vanity Fair. Citemos aquí su descripción de Lady Di, con quien niega haber tenido una relación: “Fría, taciturna, distante, excepto en presencia de los paparazzi”. Felipe VI, que teme este lado “sin filtros”, presionó el año pasado para convencer a su padre de que no publicara nada. Consiguió un aplazamiento de un año, con el fin de evitar las conmemoraciones del cincuentenario de la muerte de Franco, el 20 de noviembre de 1975. Por eso, el libro se publica primero en Francia. En España lo hará dentro de tres semanas.

A lo largo de este año, el Gobierno español ha orquestado el relato maniqueo del paso de la sombra a la luz cuyo principal autor se ha esfumado. Es esta ingratitud lo que enfurece a Juan Carlos. “¡La democracia no cayó del cielo!“, nos dice imitando el gesto de un prestidigitador. ”Dudé en escribir este libro, pero poco a poco me di cuenta de que los hijos y nietos de mis amigos no tenían ni idea de quién era Franco ni de la transición democrática que siguió. ¡Y eso que los años 70 no están tan lejos! Pensé que era necesario aportar el testimonio directo de lo que viví durante 39 años al servicio de mi país".

Esta vida, que de repente se ha convertido en un libro abierto, reabrirá las polémicas del siglo XX español. Los lectores antimonárquicos denunciarán la relación entre el rey y Franco. Estos profesores moralistas se negarán a ver lo que el dictador aceptó al nombrar sucesor a Juan Carlos, porque conocía sus convicciones liberales. El padre de Juan Carlos, que debería haber sucedido a Franco, enseñó a su hijo que había que aceptar la realidad y arreglárselas en lugar de manejar grandes ideas abstractas y principios morales. También le enseñó que todo ello estaba al servicio de una única causa: la democracia. “Debes hablar y escuchar a quienes no están de acuerdo contigo: es lo único que me dijo y me repitió”, nos recuerda, mirándonos a los ojos.

En unas páginas magníficas, Juan Carlos narra su descubrimiento de España desde un internado familiar, a la edad de 10 años, y su relación casi filial con Franco. Repasa todos los detalles de una transición que, desde el principio, debía pasar página al franquismo. Y, por supuesto, se detiene largamente en el intento de golpe de Estado de 1981 perpetrado por los nostálgicos del franquismo. Escribió este libro en francés, después de haberlo intentado con dos plumas españolas. Convenció a Laurence Debray para que se embarcara en esta aventura. Le había gustado su libro titulado Mon roi déchu (Mi rey caído), que ya ofrecía una visión acertada de su larga y novelesca vida. Estas memorias son la continuación exhaustiva de aquel libro.

Sin embargo, un rey no debería tener que dar explicaciones para justificarse. Dios y la tradición deberían bastar. ¡Qué le vamos a hacer! Juan Carlos, rey demócrata, no hace nada como los demás. ¿Acaso no renunció al franquismo y los plenos poderes que le habían sido otorgados? ¿No abdicó en favor de su hijo en 2014, cuando nada lo autorizaba en la Constitución, y menos aún en los usos y costumbres? “¡No se hace! Un rey muere con las botas puestas”, le objetó la reina de Inglaterra, su prima, a la que él apodaba Lilibet. “Se ha hecho en los Países Bajos”, respondió él. Y ahora se atreve a escribir un libro. Es otra transgresión. Antes de él, ningún rey lo había hecho. Hablamos aquí de los reyes que reinaron y que tuvieron influencia. Ciertamente, hubo el rey de Bohemia y emperador germánico Carlos IV, que dejó en el siglo XIV conmovedoras confesiones en latín; o su antepasado Luis XIV, que escribió notas a su hijo para que aprendiera “el oficio de rey”. Pero ninguno de estos textos estaba dirigido a los súbditos del reino.

A pesar de los servicios prestados a su país, Juan Carlos hace tiempo que es consciente de las disputas internas de los españoles: la disputa entre las nacionalidades vasca y catalana; la disputa entre las líneas legítimas (carlistas y borbones); la disputa entre el comunismo español y la falangista Falange. “Somos frágiles porque no hemos sido una monarquía constitucional durante mucho tiempo”, añade.

Los Borbones de España han sido frágiles desde el principio. Designados sucesores tras la extinción de los Habsburgo, reinaron desde 1700 hasta 1808. Derrocados por Napoleón, regresaron en 1814 y fueron expulsados por una primera guerra civil en 1868. De vuelta en 1875, fueron expulsados de nuevo en 1931 por la nueva República. Antes de regresar una vez más en 1975 con Juan Carlos y luego con su hijo Felipe. Es cierto que, durante el franquismo, España conservó la denominación de reino, según la voluntad del dictador. Todo el empeño del rey fue alejarse en el momento oportuno de las costas del franquismo. “Tenía una brújula, pero no tenía un plan”, resume este gran amante de la vela.

Pero, ¿para qué sirve realmente un rey en estos tiempos indiferentes a las costumbres y tradiciones? Para equilibrar y moderar, responde Juan Carlos. De hecho, ha sabido hablar con todo el mundo, desde la extrema derecha hasta la extrema izquierda. Incluidos aquellos que han tenido o siguen teniendo, en ocasiones, las manos manchadas de sangre. La política no es para almas sensibles, sino para lectores de Unamuno: hay que tener un sentido trágico de la vida. “Fidel Castro decía de mí a la prensa española: ‘¡Tenéis el mejor rey del mundo!”, comenta divertido. Nos sorprende esta capacidad de adaptación. Él nos responde: “Mi carácter me hace ver a las personas desde un punto de vista humano, no solo político. Para mi país era útil ser siempre un canal de comunicación e intercambio”.

Prueba de ello es el relato, ya conocido, pero aquí completo y en primera persona, de su primer contacto con Santiago Carrillo, líder del Partido Comunista Español, que había participado en la Guerra Civil. He aquí un resumen: “Conocí a Ceausescu durante las celebraciones del 2.500 aniversario de la fundación del Imperio Persa, en 1971. Mantuvimos una conversación de casi tres horas porque yo quería entender lo que estaba pasando al otro lado del Muro. Me confió que Carrillo pasaba sus vacaciones de verano en Rumanía. Recordé ese detalle y pensé que Ceausescu podría ayudarme a hacerle llegar un mensaje al líder comunista”, escribe en sus memorias.

El mensaje era: “No provoquen una guerra civil tras la muerte de Franco, denme tiempo para legalizarlos”. Carrillo le respondió que aceptaba esperar. Y el 9 de abril de 1977, un Sábado Santo, el partido fue legalizado. “Señor, nos ha engañado a todos: ¡para hacerse el tonto durante tantos años hay que ser muy listo!”, le espetó Carrillo en su primer encuentro, en alusión al apodo “Juan Carlos el Breve” con el que se referían al joven rey, al que se consideraba débil mental. Tras su muerte en 2012, Juan Carlos acudió a casa de su viuda para rendirle homenaje. “Era una época en la que la izquierda, y en particular el Partido Comunista, respetaba las instituciones del Estado... Lamento que se haya perdido cierto espíritu político, al que se denomina ‘el espíritu de la Transición’, en detrimento de España y de sus intereses”, escribió el rey.

La Transición, con mayúscula, se desarrolló en un clima de extrema tensión, en el que las partes implicadas optaron en todo momento por el compromiso antes que por la desintegración del país. El fallido golpe de Estado del 23 de febrero de 1981 fue seguido un año más tarde por la elección del socialista Felipe González y la normalización definitiva de la democracia española. Las páginas que describen en detalle este episodio del 23 de febrero tratan de disipar las acusaciones de doble juego del rey con respecto a los golpistas.

A este respecto, relata una cena en el Elíseo, con motivo de la entrada en la Academia Francesa de su gran amigo Mario Vargas Llosa en 2023. También se encuentra allí el novelista Javier Cercas, autor del libro Anatomía de un instante, que narra las pocas horas durante las cuales España contuvo la respiración. Cercas sugiere que el rey simpatizaba con el intento de los generales rebeldes. Como si, en el último momento, hubiera querido volver a la época de la dictadura. “Le dije: ‘¿Cómo puedes creer que yo estaba involucrado?”. En estas páginas, Juan Carlos relata con precisión la traición de uno de sus amigos más cercanos, el general Armada. “No hubo un golpe, sino tres golpes. El golpe de Tejero, el de Armada y el de los políticos cercanos al franquismo. Alfonso Armada estuvo 17 años a mi lado. Le quería mucho y me traicionó. Convenció a los generales de que hablaba en mi nombre”.

Esto no impide que Juan Carlos trace un retrato muy matizado de Franco, sin caer en un relato simplista. “¿Por qué mentir si fue él quien me convirtió en rey y, en realidad, lo hizo para crear un régimen más abierto?”, insiste cuando le señalamos que su relato escandalizará a los españoles, a quienes se les ha enseñado que Franco era comparable a Mussolini o incluso a Hitler. La historia de esta relación ambigua se plasma magistralmente en estas páginas que se leen de un tirón. Juan Carlos resume entonces la sensación de vértigo que sintió cuando, a los 37 años, se convirtió en monarca absoluto de su país. “Durante dos años, tuve todos los poderes. El poder de indultar o refrendar la pena de muerte. No tuve que hacerlo, gracias a Dios, porque en aquella época, si hubiera dicho que no, los generales me habrían derrocado”, observa durante nuestra entrevista para describir, una vez más, su equilibrio entre los extremistas de ambos bandos.

Pero hay otra realidad que no se percibe bien desde el lado francés de los Pirineos: la violencia del terrorismo vasco, que no dejó de desestabilizar a la sociedad española. El primero en subestimar su gravedad fue Valéry Giscard d’Estaing. “No nos ayudaba mucho”, nos confirma Juan Carlos. En aquella época, los terroristas se refugiaban en el lado francés. Al joven rey de España tampoco le gustaba el complejo de superioridad de VGE. “¡Era tan arrogante!”, exclama. “Un día vino a mi casa, en La Zarzuela. Vio los cuadros de mi abuelo y mi tío, con el collar del Toisón de Oro, la más alta condecoración española. Me dijo: ‘Yo también tengo derecho a tenerlo, soy descendiente de Luis XV’. ¡Y al final no lo consiguió! Prefiero dársela, mucho más tarde, a Nicolas Sarkozy, en agradecimiento por la ayuda decisiva que prestó a España en la lucha contra los terroristas de ETA”, nos confiesa Juan Carlos sobre el expresidente, actualmente en prisión.

Directo, libre, sin falsa modestia ni falsa pudor, así es el rey de España. Rey en el exilio, pero cuyas palabras sin duda provocarán indignación o exasperación en su país: “Me van a atacar, tengo que comprar un escudo”, sonríe. Ha sido el reconciliador de su pueblo. Espera que su libro exorcice “nuestros demonios, que están volviendo”.

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