El triunfo comunal de la adaptación hinduista en un pueblo de Zamora
Una comunidad hindú afincada en un pueblito zamorano celebra la acogida de los vecinos y los nuevos servicios gracias al aumento de población


La pequeña y mofletuda Shankari engulle naranja y kiwi sin saber que ha roto 15 años de hambruna de natalidad en Brandilanes (Zamora, 80 habitantes). Su nombre significa “proveedora de dicha”, según la religión hinduista, y bendiciones ha traído a este pequeño pueblo de la frontera zamorana con Portugal, donde el último alumbramiento fue Lucía, hoy quinceañera. La nena lidera la nueva generación brandilaneja, encarnada por los crecientes hijos de los miembros de una comunidad hinduista instalada en el municipio en busca de la abundante paz y tranquilidad para el retiro y la reflexión. La fe ha traído unos 40 habitantes para Brandilanes y alrededores, pues las familias se asientan en la zona, compran o alquilan vivienda, trabajan y disfrutan de la acogida local, felices con los nuevos moradores de una tierra a la baja hasta la irrupción de los adeptos de Shiva.
La bebé desayuna en una casa con cinco habitaciones, dos baños, patio, chimenea y una doble banda sonora: el cloqueo de las gallinas del vecino y los mantras canturreados por unos altavoces. La familia paga por ella 300 euros mensuales, lo mismo que por una habitación en Barcelona antaño y gracias al descuento del propietario, que era amigo. La argentina Maite Garate, de 35 años, vigila a su hija mientras se prepara un mate, patria bebible aún a miles de kilómetros. La mujer llegó a Brandilanes con su esposo Agustín hace tres años, atraída por la comunidad hinduista asentada en las afueras del pueblo. Pronto decidieron instalarse y residir en el núcleo, con vivienda propia, para formar una familia. “Todo el mundo se marcha de aquí, ¿y vosotros os venís?”, se extrañaban los nativos, mientras barceloneses, argentinos, vascos y gente de toda procedencia se decidía por Zamora guiados por su espiritualidad. Ellos abrieron la senda y la acogida vecinal ha ensanchado el camino de la resurrección. “Nos quieren mucho y Shankari tiene muchos tíos y abuelos”, celebra la madre, con un ejemplo: Rosa Campesino, de 65 años, hace ronda por las traseras de las casas y pregunta a diario qué tal va todo. Hace unas semanas Garate sufrió conjuntivitis y, además de atenderla, mimó a la bebé y la sacó de paseo con el carrito.

Irene Jimeno, de 44 años, acaba de llevar a doña Joaquina a la peluquería de Fonfría. La anciana se intenta valer sola, con una cuidadora, pero a veces necesita transporte y qué menos que socorrerla. “Son un encanto, un pueblo muy abierto y encantador, nos han acogido súper estupendamente”, aplaude la forastera, feliz pese a los contrastes: aquí, tierra de matanza hogareña del cerdo, quizá sorprendiera al principio el vegetarianismo de los foráneos, “pero son súper respetuosos y no nos juzgan aunque no lo entiendan mucho”.
Varios hombres se afanan en la obra de una vieja casa que han derruido para construir una nueva.
-¡Hola! ¿Agustín?
-”Soy sho”, responde un cálido acento patagónico. Agustín Zabala, de 34 años, batalla con la grúa y los materiales mientras explica su aterrizaje en Brandilanes: “Vinimos expresamente desde Argentina por la comunidad, nos daba igual Zamora que la India”. Una vez en España, todo maravillas, salvo lo habitacional: ellos han tenido suerte, pero varios compañeros hubieron de asentarse en otros pueblos porque la gente “tiene recelo a alquilar”. En el pueblo, como tantos en zonas despobladas, hay muchas casas cerradas y en declive pese a existir demanda. Otro trabajador, Pedro Martín, de 57 años, ensalza con un argumento impepinable: “Son buena gente, te lo digo yo que soy el jefe de obra”. A una terraza abierta se asoma una anciana, bata de rigor, ojos vivos y con la histórica capacidad de los mayores del lugar para darle una pátina triste, incluso a las buenas noticias: “Yo estoy contenta con ellos, para lo que me queda aquí estoy contenta con todo. El médico viene un día a la semana, y gracias. Antes ninguna”.
El alcalde de Fonfría, de quien depende Brandilanes, Sergio López (PP), celebra los fichajes hinduistas como fuente de futuro para la despoblada comarca. “Son unas 40 personas, la mayoría empadronadas en Brandilanes, pero también alguno en Fonfría, Ceadea o Moveros, que son de nuestro ayuntamiento, y otros como Samir de los Caños o Alcañices. Aportan mucha normalidad, ellos hacen sus actividades y la verdad que muy bien. Se han superado las 50 cartillas sanitarias en Brandilanes, con lo que el médico va todas las semanas en lugar de ir cada 15 días”. Eso sí, vale millones en lo rural, tan falto de sanidad como de carreteras decentes para ir a los centros de salud.
El cariño avala la iniciativa, considera Mireia Fresno, de 46 años y parte del ashram zamorano, donde respecto a la visita de diciembre de 2022 ahora tiene una amplia huerta, un establo se ha reconvertido en biblioteca y hay un espacio para los retiros, con capacidad para 90 almas. Como en la comunidad caben unos 50, el resto recala en casas rurales “encantadas” con la clientela. “Los del pueblo nos han ayudado con los tractores para arar las tierras, nos traen paja cuando les sobra, el abono es de una granja ecológica de ovejas o esquejes de manzanos o ciruelos”, indica la mujer, pendiente de ampliar las instalaciones para acoger a más fieles y, por ende, más censados.

Por eso la animosa Rosa Campesino valora el reflote del pueblo merced a ese vecindario no tan distinto. “¡Maite, buenos días!”, exclama al entrar alegremente en la casa de su vecina. Al lado se asoma Isidro Mielgo, de 65 años, al escuchar el bullicio desde su corral. “Son muy mala gente”, afirma con rostro serio, pero se abalanza sobre el bolígrafo al ver que sus palabras han calado. “¡No pongas eso, hombre!”, exclama. Mielgo está encantado y cuando los argentinos regresan a su país le mandan fotos al móvil de cómo están los niños mientras ellos les hacen recados con el bibliobús. “En otro pueblo no les hubieran atendido tan bien”, asegura, bromeando con que durante las fiestas patronales “se ve que no son tan de fiestas” pero sí de participar en cualquier evento: lo mismo concursan en un concurso de postres y lo ganan con “menuda tarta de chocolate que hicieron” como colaboran en la limpieza del entorno de la carretera: “¡Cogimos siete bolsas llenas!”. Una isla de cobertura móvil permite escuchar el conocido como Blues de Brandilanes, una canción compuesta tanto melódicamente como en rap para glosar el cariño recibido.
“Si quieres paz, hay mucho monte para caminar”, “En Brandilanes yo soy muy feliz, y es así”, suena la canción para disfrute de los locales, particularmente con un verso: “Con los vecinos te vas a reír, no me busques en mi casa, estoy en la de Manolín”.

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