Aitor Esteban, un apaciguador en tiempos de polarización
El diputado vasco se va del Congreso reconocido por casi todos para reanimar a un PNV repleto de incertidumbres

Aquel joven bilbaíno en el comienzo de la veintena se había ganado fama por la vehemencia de sus discursos en las asambleas del partido. “Tenía mucho pronto, no se arredraba y defendía sus ideas con firmeza”, recuerda su compañero Iñigo Iturrate. Hay incluso quien pinta al que era secretario general de EGI (Euzko Gaztedi Indarra, Fuerza y Juventud Vasca, los cachorros del PNV) como “muy radical, muy independentista”. “¿Y quién no, a esa edad y en esa época?”, relativizan sus amigos.
Aquel enérgico orador de las asambleas peneuvistas de los ochenta, en una Euskadi que engrasaba su nueva autonomía bajo un clima cargado de tensión y violencia, se llamaba Luis Aitor Esteban Bravo, cumplirá 63 años en junio y acaba de despedirse del Congreso reconocido como un gran parlamentario y una anomalía en tiempos de polarización. Nadie en los últimos años había concitado tantos elogios de rivales políticos y periodistas. También del PP, pese a los choques con sus actuales dirigentes y el alicaído aplauso que le dedicaron Alberto Núñez Feijóo y Cuca Gamarra mientras la mayoría del hemiciclo lo ovacionaba. Solo Vox quedó al margen, aunque ahí el rechazo es mutuo. Ya en un debate electoral en 2019, Esteban negó el saludo a Iván Espinosa de los Monteros, entonces portavoz de un partido que aboga por ilegalizar el suyo. Y en la última campaña proclamó: “Con el fascismo, nada de nada. Ni con quien se ayuda de él”.
Un veterano militante del PNV que ostentó destacadas responsabilidades atribuye a su histórico presidente Xabier Arzalluz una reflexión: “No se puede hacer política en Euskadi sin pasar por Madrid. Allí te das cuenta de la realidad que no se ve aquí desde el txoko”. Esteban lo ha cumplido muchísimo más que Arzalluz, dos años y medio diputado en Cortes. Él ha estado 21, 12 de ellos como portavoz, solo superado por los 18 de otro histórico, Iñaki Anasagasti. “Es en Madrid donde se ha hecho personaje”, corrobora Mikel Legarda, compañero de escaño. Y en una situación privilegiada: la fragmentación política ha hecho al PNV más decisivo que nunca para la gobernabilidad.
Con ese bagaje, tras un movimiento que tuvo mucho de imprevisto, Esteban asumirá la presidencia de un PNV que conserva intacto su poder en Euskadi y su influencia en Madrid, pero aquejado de algunas tribulaciones: una militancia a la baja, envejecida y un tanto apática frente a un adversario por la hegemonía nacionalista, EH Bildu, con el viento a favor de las nuevas generaciones. Llega tras un proceso un tanto extraño, por la retirada de quien en principio buscaba la reelección, su viejo amigo Andoni Ortuzar, amenazado por un voto de castigo y una división como no se había visto en mucho tiempo. El trance ha dejado heridas, como las dejó a finales de 2023 la decisión de Ortuzar de jubilar al lehendakari Iñigo Urkullu. Pero la discreción es marca de la casa y no se ha podido oír ni un reproche público.
El veinteañero de verbo impetuoso que despuntaba en las asambleas marcó desde el principio una impronta: “Hay dos cosas que lo definen: es muy buena persona y un auténtico animal político”, afirma Iturrate, compañero y amigo desde esa época. Iturrate, hoy director del palacio Euskalduna de Bilbao, recuerda como la víspera del Aberri Eguna (Día de la Patria vasca) de 1985, amigos y militantes de EGI se reunieron a comer en casa de un familiar. Era el sábado de Pascua y, tras el almuerzo, los jóvenes se fueron de fiesta. Esteban se borró: “Se encerró en una habitación a preparar el discurso que tenía que dar en el mitin del día siguiente junto a Arzalluz”.
“Aitor es un producto 100% PNV”, apostilla Iturrate. Se afilió al partido con 16 años, en plena Transición. Y se casó con otra militante bilbaína, Itxaso Atutxa, hija de Javier Atutxa, El Capitán, presidente del partido en Bizkaia. Itxaso, con quien tiene dos hijos, ha sido la mujer con más poder en una organización muy masculina tras desempeñar durante 11 años el mismo cargo que su padre. Lo abandonó en noviembre pasado dentro de la renovación impulsada por Ortuzar antes de que le alcanzase a él mismo.
El padre de Aitor también se afilió al PNV, aunque después de él. “Pero fue quien me transmitió lo que era Euskadi y la historia de nuestros referentes de guerra y exilio”, explica Esteban. También con quien aprendió euskera, que no se hablaba en casa, guiándose por una gramática. Su madre era soriana, de Cañamaque, un pueblo que hoy tiene 27 habitantes y donde Esteban conserva propiedades a las que acude asiduamente.
El padre le inculcó una de sus pasiones, el rugby, que jugó de joven y que ha usado a veces como metáfora en sus intervenciones parlamentarias. La otra brotó de él. Siempre cuenta que en los westerns su simpatía se inclinaba por los indios. Tanto le prendió que pasa temporadas en reservas de Estados Unidos, chapurrea lakota, una lengua sioux, colecciona libros y objetos de esas tribus e impartió antropología de los pueblos indígenas en la misma Universidad de Deusto donde se doctoró y también enseñó Derecho Constitucional.
Antes de ingresar en la universidad de los jesuitas, estudió en un colegio religioso, el Corazón de María, y luego en el instituto público Central de Bilbao. Ya en política, fue uno de los que se llamaron jobubis, jóvenes burukides (dirigentes peneuvistas) vizcaínos entre los que figuraba Urkullu, que escalaron puestos en el partido y lo consolidaron en posiciones más pragmáticas tras la aventura soberanista fallida del Plan Ibarretxe. Solo Esteban permanece ya en primera línea.
Sin llegar a la treintena, entró en la Diputación de Bizkaia, donde presidió las Juntas Generales, el equivalente a la asamblea. “Ya era profesor en Deusto y estaba muy preparado, así que convencí a nuestros socios del PSOE para que lo aceptasen en el consejo de gobierno con voz pero sin voto”, rememora José Alberto Pradera, presidente del organismo. Desembarcó en el Congreso en 2004 y uno de sus primeros afanes fue apuntarse a un servicio de clases de idiomas, donde coincidió con otra novata, la socialista catalana Meritxell Batet. “Se le notaba un apasionado de las lenguas”, cuenta la que luego sería presidenta de la Cámara, a quien mandaba mensajes en catalán. Su dominio lingüístico abarca inglés, francés, alemán y algo de árabe.
Tras asumir la portavocía en 2012, empezó a brillar como orador y como negociador. “Habla con mucho sentido común y ahora cada vez es más difícil escuchar discursos de ese tipo”, valora el portavoz socialista, Patxi López.”Lleva el ADN de la política vasca: no nos gustan el insulto ni la bronca”. “Tiene un gran sentido de la institucionalidad, algo que se está perdiendo de modo galopante”, remacha Batet. Gabriel Rufián confiesa que recibió de él muchos consejos y hasta alguna regañina. “Alguna vez no me ha gustado nada lo que ha dicho, pero siempre me gusta cómo lo dice”, añade el portavoz de ERC, quien se sonríe al apuntar que aún le quedan rescoldos de aquel furor juvenil: “Es un poco cascarrabias”. “Pero tiene mecha corta”, acota un compañero.
La portavocía del PNV conlleva además “hacer de lobista de Euskadi en Madrid”, subraya un diputado vasco de otro partido. “Él ha trabajado mucho donde no se ve, en despachos de ministerios y de empresas”. En despachos, en restaurantes, en hoteles, en llamadas a cualquier hora del día y de la noche… A menudo acompañado de Ortuzar. Y en citas no siempre discretas: una de las últimas veces, los pillaron en un restaurante gallego adonde los había llevado el ministro Félix Bolaños tras las quejas de los vascos por la funcional comida de La Moncloa. “Nunca te pide la luna, pero en lo que te pide es un martillo pilón”, ilustra el titular de Presidencia y Justicia. Legarda corrobora: “Es un negociador duro, pero sabe la línea que no hay que traspasar”.

La caída de Rajoy
Su momento más comprometido se produjo en 2018, cuando el PNV apoyó la moción de censura contra Mariano Rajoy, días después de pactar los Presupuestos. Para el PP fue casi una traición. “Un shock”, resume el entonces portavoz popular, Rafael Hernando, quien, pese a todo, lo disculpa: “Se vio superado, fue más cosa del partido que suya. Es un gran parlamentario y una excelente persona”. Aquello tampoco rompió la relación con Rajoy, a quien se había medido en recordados duelos dialécticos en la tribuna. Esteban siempre lo ha apreciado y aun hoy se intercambian mensajes en ocasiones.
El nuevo líder peneuvista suele torcer el gesto cuando alguien le sugiere que el suyo es un partido de derechas. “Lo que estamos es a favor de la empresa”, señala él, para a continuación esgrimir las políticas de servicios públicos desplegadas durante años por el Gobierno vasco. “Democracia cristiana.. que es un campo amplio”, define Legarda su ideología. Una democracia cristiana, en todo caso, que ha apoyado la ampliación del aborto, la regulación de la eutanasia o la ley trans. Algunos conocidos apuntan que su esposa ha contribuido a llevarle a posiciones progresistas en asuntos como el feminismo.
Una de las incógnitas sobre su mandato es la relación que mantendrá con la izquierda abertzale. Ortuzar había estrechado lazos personales con el líder de EH Bildu, Arnaldo Otegi, quien le acaba de dedicar una sentida despedida en un artículo en el diario Deia. Esteban ha mantenido más distancias y, ya en 2020, declaró con su habitual estilo campechano: “Bildu quiere poner el culo donde está el PNV”.
Los elogios de los partidos nacionales pueden hacer olvidar que Esteban nunca ha dejado de ser independentista. Cuando el periodista le comenta a un miembro del PNV que el discurso de su nuevo líder no le suena excesivamente nacionalista, el interlocutor reprende:
- ¡Como te oiga, te mata!
Seguramente todo se entiende mejor al recordar la suerte de declaración de principios que presidía la mesa de su despacho en el Congreso: una imagen de Nube Roja, el jefe sioux que guerreó sin desmayo y también firmó la paz.
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