León reclama su sitio como región ante un declive sin freno
La despoblación, la marcha de los jóvenes y la falta de industria tras el traumático cierre de las minas ahogan a un territorio histórico que pide mayores recursos


Julio Lago, economista leonés y hasta hace un año profesor de Economía en la Universidad de León, dirigió en 2022 un estudio para tratar de calibrar el tamaño de la cuesta abajo por la que se desliza la provincia. Recogió una montaña de datos de entre los que destaca solo unos cuantos: en 1983, en León vivían 526.000 personas, más que en Valladolid, y casi las mismas que en Navarra o Cantabria. En 2024, León cuenta solo con 446.000 habitantes, Valladolid supera los 525.000, Cantabria roza los 600.000 y Navarra alcanza los 678.000. Aquel año, 1983, León mandaba al Congreso seis diputados; hoy solo envía cuatro. En 1983, la tasa de actividad (porcentaje de la población con un empleo activo, esto es, que no son parados, jubilados o estudiantes) de la provincia se situaba entre la media de España; hoy se hunde en los últimos puestos. De las nueve provincias de Castilla y León, ya de por sí envejecidas, León es la más envejecida. Con el cierre de las minas se perdieron más de 20.000 empleos, sin contar los indirectos. Lago enarbola papeles y gráficos y números, pero luego añade algo que muestra mejor la herida abierta por la que se desangra su tierra: “La inmensa mayoría de mis alumnos más brillantes se han ido fuera”.
Hace dos semanas, más de 20.000 personas (55.000 según los organizadores) salieron a la calle a protestar bajo el lema “más soluciones y menos cuentos”. La manifestación se llenó de banderas leonesas y de gritos a favor de una autonomía exclusivamente leonesa. Enrique Reguero, secretario regional de UGT, recuerda que la convocatoria, organizada por los sindicatos, no tenía como objetivo reivindicar expresamente el leonesismo, sino alertar contra los nefastos indicadores macroeconómicos de la región, estos que se sabe de memoria el profesor Lago, e instar a las autoridades a trazar un plan encaminado a romper el círculo vicioso que a la vez es un cepo social: cada vez hay menos población, luego cada vez hay menos diputados, luego cada vez hay menos influencia, con lo que cada vez hay menos oportunidades, con lo que cada vez hay menos población…
En una tertulia desarrollada en una librería —en León se celebran muchas tertulias semanales— un grupo de amigos jubilados (antiguos senadores, maestras, ingenieros, abogadas) desgrana los problemas que aquejan a la provincia: el caciquismo, el envejecimiento (“esto es un geriátrico”), el abandono, el cierre de las minas, la falta de atención de las autoridades autonómicas… para luego recordar que casi todos sus hijos, todos con estudios superiores, ejemplos de la moderna clase ilustrada leonesa, están fuera: en Nueva York, en Burgos, en Madrid, en Bilbao, en Francia…
Ramiro Pinto, de 63 años, es escritor y entusiasta activista político. En su juventud, fue uno de los últimos en salir de Riaño, obligado por la Guardia Civil, tras hacerse fuerte en los tejados de las casas del pueblo en un desesperado intento de evitar la construcción del pantano. En uno de esos tejados se enteró de que iba a ser padre por primera vez. Hoy tiene cinco hijos: y solo uno, el mayor, vive en León. El segundo reside en Madrid y es realizador de televisión; la tercera es ingeniera informática en Múnich; la cuarta, matemática, trabaja en Ámsterdam y la quinta ha estudiado Historia de la Música y ha emigrado a México.
Hay quien recuerda en la ciudad que los dos astronautas españoles elegidos recientemente por la Agencia Espacial Europea (ESA) para un viaje a la luna nacieron en León y estudiaron en la escuela pública leonesa, como ejemplo de lo lejos que están dispuestos a irse los de esta zona para encontrar un trabajo acorde con sus aspiraciones.
El economista Lago no escogió 1983 como fecha de arranque de su estudio al azar. Fue el año en que se instauró la comunidad autónoma de Castilla y León. A juicio de este especialista, desde entonces se han estado distrayendo fondos de León hacia otras provincias. “Hay una partida presupuestaria anual en la que se consigna lo que corresponderá cada año a cada provincia. Ahí, León no sale mal parada. Pero eso solo constituye el 55% del presupuesto. El resto, el 45% está sin provincializar. Y por ahí perdemos, porque de eso muy poco llega a León”. Según los cálculos de Lago, cada año, desde 2018 a 2024, León ha dejado de percibir alrededor de 600 millones de euros en cada ejercicio. “En los años anteriores a 2018, las pérdidas fueron en torno a 300 o 350 millones de euros al año. Todo esto sumado es la diferencia entre una economía que impulsa el desarrollo y otra que da simplemente para subsistir. Así se explica que Burgos y Valladolid vayan para arriba y nosotros para abajo”. Por eso Lago es partidario de una autonomía leonesa propia. Y recuerda que no está solo: en 2022, la empresa 40dB. hizo una encuesta en la que el 60% de la población leonesa se mostró partidaria de desgajarse de Castilla y León.

En la manifestación del pasado domingo 15 de febrero participó destacadamente el alcalde, José Antonio Diez, del PSOE, un verso suelto del partido enfrentado a toda la cúpula, desde Pedro Sánchez al ministro y exalcalde de Valladolid Óscar Puente. Diez llegó a la alcaldía en 2019, gracias a un pacto con Unión del Pueblo Leonés (UPL), y desde el principio se declaró leonesista como solución a su ciudad y su provincia. Una historia ilustra bien esto último: al poco de llegar a la alcaldía, Diez se enteró de que en un almacén municipal languidecía desde hacía años una estatua encargada por el área de saneamiento. Bajó a verla: “Y me encantó. Y no solo decidí ponerla inmediatamente, sino que decidí ponerla enfrente del Ayuntamiento, en uno de los lugares más visitados de León”. La escultura presenta a un león de bronce —inspirado en los de las Cortes— saliendo de una alcantarilla, con medio cuerpo fuera. Los autores no la concibieron con significado político. Pero el ojo astuto del alcalde sí que se lo vio. De ahí la orden de colocarla en el corazón mismo de la ciudad para multiplicar su potencia de símbolo: un león sacando por fin la cabezota del hoyo, deseoso de resurgir. La popularidad de la estatua resulta incuestionable: hay pocos leoneses que no tengan una foto con ella. No todos ven en ella lo mismo que el alcalde; pero muchos sí.
Diez, para justificar la pretensión de una comunidad autonómica leonesa, apela en primer lugar a los siglos de historia que sustentan esta tierra, al reino medieval de León. Pero, además, recuerda otro punto rabiosamente contemporáneo y, a su juicio, definitivo: “Si durante estos 40 años hubiera habido una comunidad autónoma vertebradora, si no hubiera habido un déficit de recursos, de demografía, de infraestructuras, si no nos sintiéramos aislados, pues no estaría tan justificado el leonesismo ni hubiera habido ese auge”. El alcalde sabe que lograr esa autonomía es difícil (hace falta una mayoría absoluta en el Congreso) pero añade que “no es imposible”. Y agrega: “Nuestro futuro es que nuestros hijos no se marchen. No entiendo el miedo a que hagamos esto, no entiendo el rechazo. Nos dicen que si nos vamos de Castilla nos vamos a morir de hambre. Y yo digo: déjame intentarlo. Esto no tiene que ver con el independentismo, nosotros queremos ser parte de España, lo que pasa es que este marco territorial nos lleva a la decadencia. El cierre de las minas fue la puntilla. Ahora mismo, hay 15.000 leoneses viviendo en Valladolid”.
El jueves pasado, tres chicas jóvenes salían de la facultad de Ingeniería Mecánica de León. Ninguna fue a la manifestación del domingo. Ninguna se sentía especialmente concernida por el leonesismo del alcalde. Una de ellas, Lucía Martínez, de 22 años, aseguraba además que quiere quedarse a vivir en León y que probablemente lo logre: “No está complicado terminar la carrera, hacer un máster y terminar de profesor de instituto. Hay plazas”. Eso sí: renunciará a un trabajo de ingeniero. Después añadió algo que dejó pensativas a las tres: “Es cierto que entre nosotros, cuando hablamos de esto, hay un poco la sensación de que quedarse aquí es un poco un fracaso”.

Luis Mariano Santos, secretario general de Unión del Pueblo Leonés y procurador en el parlamento autonómico, sostiene que una autonomía leonesa (con la incorporación de Salamanca y Zamora si ellas lo desean) no es solo una reivindicación histórica, sino “un caso de supervivencia económica”. “Perdemos cada año 5.000 habitantes. El 50% de la industria de la comunidad autónoma se lo reparten Valladolid y Burgos”. Y añade un ejemplo sintomático: “En Valladolid está hasta la Federación regional de Montañismo, cuando allí no hay ni una sola montaña”. Santos, como cualquier leonés, también habla del cierre de las minas de carbón como el desencadenante económico del declive de la región, como la primera ficha del dominó de la decadencia. Sabe de qué habla, porque es alcalde de Cistierna, enclavada en el extremo noreste de la región, al pie de los Picos de Europa, en la cuenca minera del valle de Sabero. El pueblo tiene ahora 3.000 habitantes. Llegó a tener más del doble. En la plaza hay dos bares. Llegó a tener nueve. Mário Teixeira, minero jubilado que llegó desde Portugal cuando tenía 16 años, recuerda aquellos días de mediados de los años 70 en los que en Cistierna corría el dinero, cuando “los mineros, tal y como lo ganaban, lo gastaban”, o cuando en un derrumbe quedó atrapado y cómo al salir tras ser rescatado temblaba de miedo y de nervios como una hoja: “Jamás he visto temblar tanto a un hombre”.
En los pueblos cercanos, más pequeños, el desplome social y económico aún es más patente. Visitar la zona es un cursillo acelerado de cómo una comarca se viene abajo año tras año y se desdibuja por entero. En Sotillos de Sabero, en los años 80, los años de producción minera, llegó a haber más de 300 habitantes. Hoy, un vecino, antiguo picador, los cuenta amargamente uno a uno señalando las casas habitadas: “Debemos de quedar unos veinte”.
Cerca está el pozo Herrera II. Cerró en 1991. En su día trabajaban 1.000 mineros diariamente, en oleadas de tres turnos ininterrumpidos. Hoy es una nave fantasmal llena de cristales rotos, techos inestables, agujeros en el suelo y cadenas enormes de acero que cuelgan absurdamente del tejado. Las instalaciones se quedaron en pie a la espera de empresas que quisieran instalarse. Solo llegó un pequeño taller de maquinaria. En el interior de lo que fueron en su tiempo las pujantes oficinas del pozo los agricultores de la zona almacenan la semana pasada balas de alpaca y aparcaban el tractor para que no se mojara por la lluvia. Y eso es todo.
Víctor del Reguero, editor y escritor, estudioso del mundo de la minería, natural de Villablino, otro pueblo minero, en la comarca de Laciana, recuerda que su pueblo llegó a tener 15.000 habitantes y que ahora sólo tiene 8.000. Que hay amigos suyos que se niegan a salir mucho a la calle para no hablar siempre de lo mismo: de lo mal que está todo. Que los primeros cierres, ocurridos a principios de los años 90, vinieron con buenas pensiones pero que los últimos, en 2018, se produjeron en plena crisis y con una sensación de sálvese quien pueda, y que más que cierres fueron una liquidación. Y añade que el colapso económico de las cuencas mineras se irradia a toda la región, incluida la capital. Los pozos abandonados de Sabero se transforman, a la larga, en la profusión de tiendas cerradas con un cartel de “se alquila” en la ciudad de León. Del Reguero no es leonesista. “Pero no hace falta serlo para darse cuenta de que las cosas están mal”. Le gustaría ser más optimista, pero para describir el sentir de su comarca y de sus vecinos, pronuncia una frase demoledora: “La sociedad de allí ha asumido la derrota como destino”.

Valladolid considera injustas las críticas centralistas
Las guerrillas locales salpican al PP y PSOE por la cuestión de la autonomía leonesa. El portavoz de la Junta, Carlos Fernández Carriedo, apeló a “trabajar juntos” tras las movilizaciones en esta provincia. El PP apenas se pronuncia pero anónimamente admite la complejidad de gestionar ese sentir. El vallisoletano Francisco Igea, exvicepresidente por Ciudadanos, plantea un referéndum en León y cree que rechazarían el ‘Lexit’. Fuentes del PSOE reconocen que el factor León dificulta ciertos “debates internos” y que el próximo congreso provincial alimenta el rentable discurso contra Valladolid. Además, acusan al PP de no fomentar la unión más allá del encaje estatutario y la cruda realidad: un territorio mayor que Portugal, con 2.248 municipios, envejecido y más pulsión provincialista que autonómica.
El exvicepresidente vallisoletano José Antonio de Santiago (PP) cree “injusto” el supuesto centralismo achacado a Valladolid. En tiempos preautonómicos “nadie creía en la comunidad” y, mientras en Burgos renegaban, el exalcalde pucelano Tomás Rodríguez Bolaños (PSOE) “estuvo listo” y cedió terrenos para instalar la Junta, hoy foco de poder: “Se veía con extrañeza por no tener funciones, cuando crecieron las competencias aumentaron las envidias”.
El catedrático de Derecho y exconsejero de Educación Fernando Rey cree que la Junta “intenta gobernar de modo centrípeto pero no avanza porque son nueve provincias mal cosidas” Y añade: “El sentimiento de agravio no mata a nadie, pero es una llamada de atención”.
Con todo, las denuncias de centralismo irritan a los pucelanos. Y al revés: las obras que se acometen en Valladolid se miran con lupa ―y con cierta inquina― desde el resto de la comunidad autónoma, especialmente desde León. La última polémica, la nueva estación de tren de Valladolid, cuyo proyecto fue presentado el lunes 24 de febrero por el ministro de Transportes Óscar Puente. La obra requerirá una inversión de 253 millones de euros y una obra de 37 meses. El ministro se puso la venda antes de la herida: “En algún lugar de la comunidad dirán que como el ministro es de Valladolid… Esta estación no se va a hacer porque yo sea ministro de Transportes”. Luego precisó que la obra estaba prevista desde 2019.
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