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Alarma, resistencia y un toque de humor: ocho intelectuales españoles ante la ‘era Trump-Musk’

Pensadores de disciplinas y tradiciones diversas reflexionan sobre su papel ante la pérdida acelerada de certezas democráticas

Elon Musk y Donald Trump
Elon Musk, su hijo X Æ A-12 y el presidente Donald Trump en el Despacho Oval, esta semana.Kevin Lamarque (REUTERS)
Ángel Munárriz

“Se olvida lo lenta que es la construcción y lo rápida que es la destrucción: Hitler solo estuvo en el poder 12 años”, advierte Santiago Alba Rico (Madrid, 64 años). De los entrevistados para este artículo, es el que menos paños calientes pone al diagnóstico de la situación global. Afirma que el regreso al poder de Donald Trump, “colofón de un proceso de desdemocratización”, supone “un peligro sin precedentes” en 80 años. “Socialista en lo económico, liberal en lo político y antineoliberal en lo social”, el escritor admite que la situación es de tal gravedad que hoy se conformaría —“ojalá”— con “un poco de socialdemocracia en lo económico, un poco de democracia en lo político y un poco de humanismo en lo social”.

¿Está entonces desmoralizado? Aunque —con un punto de humor—, el ensayista admite que se desmoraliza “tres veces al día”, presenta el “derrotismo” como un vicio que es obligado sortear para un intelectual, como también lo es el de “compensar la incertidumbre con grandes palabras y alineamientos binarios”. Pese a que sus artículos son a menudo muy leídos y discutidos, Alba Rico es modesto al tasar su influencia: “Si definimos al ‘intelectual’ por la capacidad de intervención en la opinión pública, casi cualquier youtuber de extrema derecha merece más ese rubro. No hay un Duguin, un Surkov, un Curtis Yarvin en la izquierda. Ni siquiera un Jiménez Losantos. Nuestra mejor baza es, al parecer, David Broncano. Así que, como modestísima voz en la esfera pública, me siento más bien culpable e impotente“.

Las reflexiones de Alba Rico están entre las recabadas por EL PAÍS al preguntar a ocho intelectuales españoles cómo afrontan este contexto mundial inquietante, desafiante para quien se dedica al trabajo de pensar y divulgar. ¿Qué contexto? Trump ha regresado con un proyecto de tintes autoritarios a la sala de mandos de EE UU. De su mano va Elon Musk, resuelto a desplazar hacia la extrema derecha los ejes del debate público en todo Occidente, convencido de que hay que superar las estrecheces del Estado de derecho para liberar toda la fuerza del tecnonegocio. Y hay más: la creciente impunidad de la violación del derecho internacional, la revolución de la inteligencia artificial, el retroceso de la importancia de los hechos, la crisis climática, la ininteligibilidad de un mundo acelerado.

Los entrevistados reflexionan acerca todo ello y de la tarea de entenderlo y contarlo.

Javier Gomá: sin grupo. Así sintetiza Gomá (Bilbao, 59 años) su desafío como filósofo en la conversación pública: es obligado resistirse a toda costa a los bandos. “Con independencia de la actualidad, pertenece a la naturaleza del poder politizarlo todo, también a los intelectuales, y crear dos bandos: el amigo y el enemigo. Así divide a la gente en dos grupos: los que ayudan a obtener el poder y los que no ayudan o estorban. Veo por todas partes intelectuales que se dejan integrar en uno de esos dos grupos”, explica el autor de Universal concreto y director de la Fundación Juan March, que no ciñe su reflexión a Trump y como intelectual se considera “un especialista en ideas generales” que debe evitar ligazones “partidistas” de “corto plazo” y “aceptar solo un compromiso —político en el buen sentido— a largo plazo”.

Una vez delineada la actitud, tocará hablar de un mundo en el que, para Gomá, el fenómeno determinante es la “pérdida del carácter normativo” de la izquierda, que “abandonó parcialmente los ideales ilustrados y universales y adoptó los de la identidad, permitiendo a la derecha, normalmente gestora, armarse ideológicamente y plantear una guerra cultural”. En la otra cara de la moneda, Gomá observa la erosión que en la democracia provoca parte de esa “nueva derecha político-cultural” que está aprovechando el declive izquierdista. Una derecha cuyos líderes —añade— “son aplaudidos cuando rompen las reglas y triunfan comportándose como energúmenos”.

Ignacio Peyró: lo útil y lo honesto coinciden. ¿Cree que se exagera la amenaza que para la democracia suponen Trump, Musk y el auge de la extrema derecha? Peyró (Madrid, 44 años) es conciso: “Nuestro papel es ser alarmistas. En este caso hay además motivos poderosos”. En otras respuestas el escritor se mostrará menos inclinado a conceder que vivimos tiempos tan excepcionales: “Descreo de pensarnos en la cima de los tiempos. ¿No era el mundo complejo y cambiante en 1825 o 1925?”.

El escritor Ignacio Peyró.
El escritor Ignacio Peyró.Antonio Masiello (EL PAIS)

Como intelectual, trata de ponerse a salvo del “activismo” y no “tirar de fondo armario ideológico”, lo cual no significa que no tenga ideología. En sus palabras, es “un conservador de [Edmund] Burke que a veces debe conformarse con serlo de [Michael] Oakeshott”, es decir, que pasa de “un conservadurismo ideológico y reformista a otro que reduce sus esperanzas a que las cosas no vayan a peor”. Sus referencias sobre cómo hay que influir en la sociedad son el citado Burke, Raymond Aron y Ortega y Gasset. Y cierra así su reflexión sobre cómo conseguir que se oiga su voz en medio del ruido reinante: “Lo más útil —y no solo lo más honesto—que uno puede hacer para que le oigan es hacer las cosas bien”.

Nuria Alabao: evitar el “malmenorismo”. Con la “democracia liberal” en entredicho, el “peligro” es “caer en el malmenorismo y acabar reafirmando lo existente”, expone la antropóloga feminista Alabao (Valencia, 48 años), miembro del consejo editorial de la revista Zona de estrategia. “Si, por miedo a la extrema derecha, renunciamos a la aspiración a una democracia radical, dejamos libre a las derechas radicales todo el espacio de la crítica al sistema”, añade. “Por ejemplo, la denuncia de la xenofobia ultraderechista no debe tapar la crítica al modelo de fronteras de la UE, incluido el papel de la socialdemocracia. Y el análisis de cómo lo woke está siendo usado como chivo expiatorio debe incluir una revisión de las estrategias progresistas que caen en lo identitario, y que a veces renuncian a hablar de clase o de redistribución”, explica Alabao, coautora del ensayo Familia, raza y nación en tiempos de posfascismo.

Procedente del “tecnoutopismo” que empapó el 15M, ahora lamenta que las redes sociales se hayan convertido en su mayoría en “espacios hostiles”, pero desdramatiza: “Se exagera mucho su influencia, quizás porque las personas de clase media pasamos mucho tiempo en ellas. Pero no renuncio al potencial emancipador de la tecnología, asumiendo sus limitaciones, aunque hay que hacer más política cara a cara”.

Daniel Innerarity: entender el miedo. Reciente ganador del premio Eugenio Trías por Una teoría crítica de la inteligencia artificial (Galaxia Gutenberg), Innerarity (Bilbao, 65 años) se impone reglas en su tarea como filósofo. La primera, “no confundir los malos de la democracia con los males de la democracia”. “Trump es un epifenómeno de algo más amplio. Quiero entender qué lo ha llevado al poder y analizar si la democracia lo resistirá”. La segunda regla, ligada a la primera, es “entender el miedo”. “La gente no está necesariamente loca, ni es estúpida. No hay que mirarla con arrogancia ni condescendencia, tampoco patologizarla, ni soltarle la típica regañina de la izquierda. Hay que descifrar ese triple miedo al reemplazo: el de algunos hombres a perder su posición de poder en favor de las mujeres; el de perder puestos de trabajo por la inteligencia artificial y la robotización; y el que suscita la inmigración”. “Entender el miedo no es justificarlo, y jamás al hacerlo debemos alentarlo. Quienes socavan la democracia quieren que tengamos miedo”, aclara.

El filósofo Daniel Innerarity.
El filósofo Daniel Innerarity.Gianluca Battista

Afirma que su “responsabilidad es mayor” en un momento de “auge del antiintelectualismo”, fenómeno que el trumpismo ha desatado en EE UU y que ya asoma en España. Hay una dispersión de los lugares de producción y difusión del conocimiento que es, de entrada, una ganancia democrática, pero que genera confusión. Estamos en un momento, resume, en el que “Iker Jiménez tiene más influencia que un catedrático de Astrofísica”. Con la actualidad al rojo vivo, cree que debe hablar —en artículos, libros, entrevistas— de asuntos candentes, “pero sin competir en likes ni buscar aplausos”. “Mi misión es evaluar si los presupuestos del debate son correctos, no entrar a la discusión de última hora. Hacemos un mejor servicio a la sociedad si, en vez de posicionarnos, como suele decirse, en una determinada discusión, examinamos los términos en los que se ha planteado esa discusión”.

Jorge Riechmann: el ejemplo de Manuel Sacristán. “¿Que si vivimos un momento excepcional?”. Riechmann (Madrid, 62 años) incluso se extraña ante la pregunta. “Es aún más excepcional de lo que se dice. No solo por la llegada de Trump y su gente, sino por el avance del antifeminismo y, sobre todo, por la crisis ecosocial“, responde el polifacético escritor, autor del clásicos del ecologismo como El socialismo puede llegar solo en bicicleta.

A su juicio, la misión de un intelectual es superar la “mirada intramuros”, que ignora la gran pregunta de hoy: “¿Vamos a disponer de un planeta habitable?”. Eso en cuanto al qué. En cuanto al cómo, Riechmann ve obligado “implicarse desde abajo en los movimientos sociales”. En su caso, lo hace participando en múltiples causas, por ejemplo en las movilizaciones contra el turismo masivo. Y con un ejemplo a seguir: Manuel Sacristán, introductor del ecomarxismo en España, de cuyo nacimiento se cumplen cien años. “Fue capaz de hacer todo lo necesario hoy en la tarea intelectual: conjugar pensamiento y práctica y formular una propuesta de sentido con visión de conjunto”, repasa Riechmann, que cita también como pensadores ejemplares, por su “esfuerzo divulgador”, al ecólogo Fernando Valladares o a la antropóloga Yayo Herrero.

María Ángeles Durán: mirar cerca. “Si no creyera que mi trabajo tiene una dimensión política, no seguiría escribiendo, dando entrevistas y conferencias, acostándome de madrugada trabajando”, explica Durán (Madrid, 82 años), que aguarda la publicación del estudio colectivo España 2025, en el que ha participado, y de un artículo propio, Género y economía en España. Ganadora del Premio Nacional de Sociología y Ciencia Política, se muestra más “fascinada” que “catastrofista” por la actual “convulsión global”, sobre todo por la disrupción de la inteligencia artificial, aunque expresa una “gran decepción” por el “triunfo de la mentira” de Trump y el ascenso de sus seguidores en Europa. Y declara una singular preocupación por que las sociedades —en EE UU o en España— se dividan en dos mitades, cada una de las cuales convencida de que la otra miente.

La socióloga María Ángeles Durán.
La socióloga María Ángeles Durán.VICTOR SAINZ

No obstante, grandes problemas generales al margen, Durán tiene claro que su foco está en lo más cercano. “Si solo miramos al cielo, no vemos lo que tenemos aquí al lado. Todo ese gran discurso de la democracia en riesgo puede distraer de problemas próximos esenciales“, afirma, poniendo como ejemplo la precariedad del trabajo de los cuidados —tantas veces desempeñado por mujeres, con frecuencia inmigrantes— y la escasa dotación de las ayudas a la dependencia.

Miguel Ángel del Arco Blanco: aparcar el sectarismo. “Un poco asustado”, Del Arco (Granada, 46 años) se plantó el miércoles en un aula de sexto de primaria de un colegio de su cuidad para hablar de la diferencia entre dictadura y democracia. “No sabía si la cosa iba a enganchar, pero sí enganchó”, celebra. Con una trayectoria jalonada de premios y miembro de la comisión científica del 50º aniversario de la muerte de Franco, Del Arco sintió un alivio por el buen curso de su charla para chavales que solo es explicable por su “profunda inquietud” ante lo que ve “un momento delicado para la democracia” que lo obliga a implicarse más que nunca en actividades divulgativas. “Se están rompiendo consensos que creíamos irrompibles. No solo sobre democracia, también sobre historia, inmigración o impuestos, incluso sobre lo que es la verdad y sobre el papel de la ciencia. No es momento de replegarse. Hay que divulgar conocimiento histórico“, afirma.

La preocupación del historiador se despliega en dos niveles: uno, global y con Trump en el punto de mira, por una ofensiva que puede llevar a la democracia —no solo en EE UU— “al límite de la resistencia”; otro, local, porque ve cundir en España un blanqueamiento del franquismo. Consciente de los límites de cualquier aportación individual, pero sintiéndose obligado a brindarla, Del Arco —que lleva un cuarto de siglo participando en el movimiento memorialista y en septiembre publicará La hambruna de Franco— aplica siempre la misma fórmula: “Convencer, argumentar, conciliar. No es fácil. Hay mucho sectarismo. A veces digo algo tan obvio como que la derecha es necesaria para la memoria democrática y oigo resoplidos de desaprobación. Tenemos que enterrar, y quienes escribimos y divulgamos los primeros, la tendencia al sectarismo”.

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Sobre la firma

Ángel Munárriz
Ángel Munárriz (Cortes de la Frontera, Málaga, 1980) es periodista de la sección de Nacional de EL PAÍS. Empezó su trayectoria en El Correo de Andalucía y ha pasado por medios como Público e Infolibre, donde fue director de investigación. Colabora en el programa Hora 25, de la SER, y es autor de 'Iglesia SA', un ensayo sobre dinero y poder.
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