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El misterio de la escultura que apareció en el monte tras dos décadas desaparecida

La obra ‘Araba’, del escultor Néstor Basterretxea, luce de nuevo en Araia sin que se hayan esclarecido las incógnitas sobre su paradero en los últimos años

Gorka Basterretxea posa en Araia junto a la escultura 'Araba', obra de su padre Nestor Basterretxea.
Gorka Basterretxea posa en Araia junto a la escultura 'Araba', obra de su padre Nestor Basterretxea.FERNANDO DOMINGO-ALDAMA

Dice que van dos vascos por el monte buscando setas y uno de ellos pega un respingo y le dice al otro: “Oye, Iñaki, que me he encontrado un rolex”. Y el otro le responde: “Pero Patxi, ¿a qué estamos? ¿a setas o a rolex?”. Como en el chiste, Aritz Albisu había salido a por setas y no se encontró un rolex pero como si lo hubiera hecho. Descubrió tirada en el monte una escultura de Néstor Basterretxea, uno de los principales escultores vascos del siglo XX. Más valioso que un rolex.

Albisu sacó varias fotos a aquella figura abstracta de bronce de unos 40 kilos y una de esas fotos terminó en el móvil de Txelo Auzmendi, la alcaldesa de Asparrena (1.641 habitantes), el municipio alavés que se extiende bajo la montaña en la que había aparecido la escultura. La obra tenía toda la pinta de ser ‘Araba’, aquella escultura que había desaparecido hacía más de dos décadas sin dejar rastro. Néstor Basterretxea hacía unos años que había fallecido pero la alcaldesa conocía a Gorka, uno de sus hijos, y le mandó un mensaje de whatsapp con la imagen.

-¿Te suena que esta pueda ser la réplica de la escultura de Néstor que estuvo en el Aratz?

-Sí, es esa. Manda cojones. ¿Dónde está? —le escribió de vuelta Gorka.

Eran las diez y veintidós de la noche del 29 de mayo de 2021 y la familia Basterretxea había recibido noticias de la escultura perdida. “¿Dónde está?”, preguntaba Gorka Basterretxea. La escultura estaba muy cerca, a apenas varios centenares de metros montaña abajo del lugar del que había desaparecido unos 20 años antes. La obra había sido colocada en su día en la cumbre del monte Aratz, un mastodonte con apariencia de volcán, reconocible por su txapela blanquecina de roca caliza que emerge entre bosques de haya. El Aratz es la más alta de las montañas de la sierra de Altzania que separa Álava de Gipuzkoa y se adentra en Navarra, una cordillera de leyendas y caminos extraviados por los que cruzaban en la Edad Media embajadores venecianos y patriarcas de Alejandría evitando los pasos más peligrosos del sur, los mismos caminos que ahora recorre el atleta Killian Jornet desde Zegama al Aizkorri entre los vítores de miles de amantes de las carreras de montaña. Escribió Madame D’Aulnoy en 1679 que estos eran montes donde “desde todos los rincones contesta el eco”. En uno de esos rincones había aparecido una escultura de uno de los artistas más preciados de la cultura vasca y que junto a Chillida y Oteiza formaban parte de la vanguardia escultórica que había marcado el pasado siglo.

Con la confirmación de que la escultura era la desaparecida Araba, lo siguiente fue organizar una operación de rescate con Albisu de guía. Llegaron hasta el lugar, metieron la escultura en un saco de patatas (muy alavés todo) y aprovecharon dos sospechosos tubos de metal que habían aparecido junto a la escultura para bajarla, como un santo en una procesión a hombros entre cuatro personas, hasta el pueblo de Araia, la cabecera del municipio de Asparrena. La escultura estaba de vuelta.

Casi cuatro años después de aquel hallazgo, Gorka Basterretxea acaricia con las manos las imperfecciones de la escultura que, tras ser restaurada, tiene nuevo hogar desde el pasado noviembre en una zona ajardinada al aire libre en Araia. “Las huellas forman parte de la historia de esta pieza a la que le sucede lo que le ha sucedido: se coloca y a los dos años desaparece y vuelve a aparecer veinte años después en un barranco. Al tirarla por el barranco sufrió golpes, pero decidimos dejar esas huellas como parte de la historia de la pieza, le da una carga de emoción”, explica Basterretxea. La pieza mira hacia la cumbre de la montaña de la que fue arrancada. “Allí, donde está la nube”, señala la alcaldesa Txelo Auzmendi. “Desde aquí se ve el Aratz y nos pareció un lugar estratégico como conexión con el sitio de origen, además es un lugar por el que pasa todo el que quiera entrar en Araia”, añade.

Gorka Basterretxea muestra a unos visitantes la obra 'Araba'.
Gorka Basterretxea muestra a unos visitantes la obra 'Araba'.FERNANDO DOMINGO-ALDAMA

¿Qué ocurrió con la obra de arte durante más de dos décadas? ¿Quién está detrás de su desaparición? Al principio se pensó que, tras ser derribada, la escultura había permanecido allí hasta que fue encontrada fortuitamente, pero había detalles que no encajaban. Seteros de la zona —de esos que conocen cada recodo de la sierra y mantienen en secreto como la fórmula de la Coca-Cola los lugares en los que crecen los perretxikos— no se la habían encontrado nunca. Raro. Las primeras indagaciones de los restauradores confirmaron que era poco probable que aquella pieza hubiera estado tanto tiempo a la intemperie. “Nos la encontramos sorprendentemente en muy buen estado”, comenta Azucena Prior, responsable de la empresa de restauración Artyco que se encargó de la pieza. La obra tendría que haber estado mucho más oxidada.

Y había otro detalle muy curioso. “Tuvimos que sustituir unos anclajes y al hacer una pequeña perforación extrajimos 350 mililitros de agua cristalina, agua totalmente limpia”. Demasiado limpia para llevar tanto tiempo en la montaña. La pieza había estado en algún lugar lejos de aquella cordillera y había sido ‘devuelta’ no mucho tiempo antes de su hallazgo. Hasta habían dejado al lado esos dos tubos de metal como una prueba más del retorno de la obra. ¿Alguno de los ladrones —tuvieron que ser varios para bajarla del monte— se había arrepentido después de tanto tiempo? ¿Habían sido los herederos de la persona que tenía la obra secuestrada quienes la habían dejado allí?

El origen de Araba se remonta a 1962. Néstor Basterretxea la creó en madera tallada dentro de una trilogía dedicada a Álava, Bizkaia y Gipuzkoa y en los años 90 la cedió a un proyecto llamado Lautada, que, entre otras iniciativas, pretendía crear una Colección de Arte Contemporáneo en Araia e instalar réplicas de grandes escultores en varias cumbres vascas. Se trataba de un itinerario escultórico que evocaba “el vuelo de la Dama de Anboto”, el personaje más destacado de la mitología vasca, con piezas repartidas en once montañas entre el Gorbea e Hirumugarrieta, el pico donde confluyen las fronteras de Álava, Gipuzkoa y Navarra. “Todas esas montañas que son sagradas para nosotros los vascos”, recuerda casi 30 años después el impulsor de aquel proyecto, Jesús María Alegría Pinttu, muy conocido por ser el presidente de la ONG Músicos Sin Fronteras.

Pinttu había conseguido el apoyo de varios artistas y del diputado alavés de Cultura pero también tenía sus detractores, entre otros, ecologistas que no querían obras de arte en las montañas. A finales de los 90, Araba se instaló en la cumbre del Aratz pero apenas dos años después, desapareció. “Había que aserrar aquellos hierros fijados a la roca con premeditación y alevosía”, dice Pinttu. Después de aquello, “de tanta energía y dinero personal gastado”, arrojó la toalla. “Así se frustró la historia”. Pinttu cree que aquel sabotaje fue un ataque contra el proyecto Lautada. Puso una denuncia ante la Ertzaintza pero nada más se supo. “Hay culpables y hay gente que estuvo en contra, ellos sabrán lo que hacen con su conciencia, pero la verdad es revolucionaria y el pueblo merece la verdad”.

La escultura 'Araba' transportada en un saco de patatas desde el monte Aratz hacia el municipio alavés de Araia, en una imagen cedida por el Ayuntamiento de Asparrena.
La escultura 'Araba' transportada en un saco de patatas desde el monte Aratz hacia el municipio alavés de Araia, en una imagen cedida por el Ayuntamiento de Asparrena.


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