El barrio de las 3.000 viviendas: el “trastero” de Sevilla que cada año está peor
Un tiroteo con armas de guerra en octubre volvió a ponerle en el foco: el Polígono Sur sigue siendo una zona marginal de la ciudad debido a las plantaciones de marihuana, la impunidad y la merma de la conciencia vecinal
La profesora Remedios Carmona ejerció durante más de 20 años en el colegio Andalucía, situado en las Tres Mil Viviendas. Y recuerda todavía lo que les pidió hace bastante tiempo a sus colegas del instituto al recomendarles una buena alumna, proveniente de una familia pobre del barrio, que iba a pasar al año siguiente a bachillerato y que tenía muchas posibilidades de completar el bachiller. La niña no era brillante pero sí muy tenaz, muy aplicada. Ni su padre ni su madre habían terminado el graduado escolar. No había libros en su casa. Todo jugaba en su contra en ese barrio, y sin embargo, había sacado curso tras curso con buenas notas. La profesora Remedios sabía lo frágil que era lo que tenían entre manos ―el futuro de una adolescente― y que bastaba un paso en falso para que todo se desmoronase. Todo iba a seguir jugando en contra de esa niña. “Por eso a mis compañeros del instituto les dije solo una cosa: ‘Cuidadla”.
La barriada de las Tres Mil Viviendas es solo una parte del denominado Polígono Sur, una zona pobre y, en buena manera, excluida de Sevilla. Se extiende a lo largo de 150 hectáreas encajonadas, por un lado, entre la vía del tren, y una autopista sin salidas. Su población oscila entre 30.000 y 35.000 personas, aunque no hay datos fiables. Su ubicación un tanto aislada le hace funcionar un poco como una isla dentro de la propia ciudad. Emilio Calderón, histórico párroco en el Polígono Sur durante más de 50 años, tiene otra palabra para definir la ubicación del barrio: “Un trastero. Todas las casas del mundo tienen un trastero donde se guardan lo que no sabes dónde meter. Las Tres Mil Viviendas son el trastero de Sevilla. Así lo han querido siempre las administraciones: así tienes todo eso controlado.”
Sus habitantes matizan: el Polígono Sur es una zona humilde de la ciudad pero no enteramente homogénea: hay zonas muy deterioradas y otras no tanto; hay clanes familiares que viven de la droga, usureros que prestan dinero a un interés del 100% y que acaban quedándose con los pisos de la gente deudora; hay verdaderas plantaciones de marihuana alojadas en pisos que a veces hacen saltar los generadores de luz y dejan a oscuras toda una manzana; pero también hay ―y son mayoría― personas que se levantan por la mañana, cogen el autobús o el coche y van a trabajar a una obra a las afueras, a la venta ambulante a un puesto del mercadillo o a limpiar a una casa en Sevilla. Basta acercarse cualquier mañana a la parada del autobús. Al distrito le sucede lo que a la niña de las buenas notas: el futuro es a la vez frágil y difícil y basta un resbalón económico para que lo ganado en convivencia y en logros sociales se esfume. De hecho, y según todos los vecinos, todos los trabajadores sociales que acuden ahí cada día o todos los profesores que dan clase en centros de ese barrio consultados para este reportaje, la zona está peor que hace una decena de años y cada día que pasa baja un peldaño. La Gran Recesión que sacudió el mundo en 2008 llegó también a las 3.000 viviendas. Cada cierto tiempo algo se encarga de recordarlo: el último ejemplo fue un vídeo anónimo grabado el pasado 12 de octubre en el que se escuchaba un tiroteo de armas de guerra disparadas al aire desde el corazón del barrio. Los disparos fueron efectuados supuestamente por un integrante de un clan de la droga con la intención de amedrentar o amenazar a los miembros de otro clan enemigo.
En la peor zona, en la calle de Martínez Montañés, tres vecinos que llevan desde el origen del barrio, en los años 60, acceden a describir su día a día a condición de que su nombre no figure en ningún lado. “No me atrevo porque luego me llaman chivata y perra y me tiran piedras a la ventana”, explica una de ellas. El otro añade: “Esto está dejado de la mano de Dios, y peor en los últimos años, mucho peor. Tanto que como me toque la lotería me voy y ni cierro la puerta”. Hablan menos de inseguridad que de una convivencia degradada: denuncian que hay vecinos que utilizan la calle como el salón de su casa, que ponen música con bafles a todo volumen hasta las cinco o las seis de la mañana, que se celebran carreras ilegales y peligrosas de coches o de motos, y muchas fiestas, y que no es rara la mañana en la que por toda la calle flota un aroma dulzón a la marihuana recién cortada. “Cuando recolectan o cambian la tierra de la marihuana de las plantaciones de los pisos tiran el mantillo a la calle metido en bolsas de basura, al lado del contendedor. Un día cogí un poco y ¡no veas cómo me creció la hierbabuena!”. Los tres aseguran que llamar a la policía para denunciar la música alta o cualquier otra infracción más o menos leve pero molesta es un ejercicio inútil. “No vienen”. Los tres oyeron el tiroteo del vídeo, pero, acostumbrados al jaleo, pensaron que eran cohetes de una fiesta de cumpleaños o de una fiesta de pedida.
José Serrano, un trabajador social en la veterana asociación vecinal Entre Amigos, una verdadera institución en las Tres Mil Viviendas, resume todo esto en una palabra: “Impunidad: aquí rige una impunidad que no existe en ningún otro lugar de Sevilla, aquí se tiene la sensación de que se puede hacer lo que le dé a uno la gana. Y eso perjudica a quien pretende llevar una vida más o menos normal. Aquí están los que se adaptan a la exclusión y medran en ella, y los que no. Y estos últimos son las víctimas”. Cuenta que no es raro que la cerradura de la puerta de un portal se rompa y nadie haga nada por arreglarla, o que nadie se moleste si la luz de la escalera se funde, y todo el mundo tira del móvil para alumbrarse por la noche. “Esto hace que se crea que las cosas no pueden mejorar. Y los niños se crían en eso”, indica.
El barrio dispone desde hace más 20 años de una figura singular y característica, el comisionado para el Polígono Sur, una institución que tiene su sede en el barrio y que, aunque carece de presupuesto y de competencias, sirve de nexo entre los vecinos y las distintas administraciones. Jaime Bretón, antiguo concejal del PP del Ayuntamiento de Sevilla, es quien ocupa este cargo desde hace cinco años y medio. Conoce bien la historia de la zona que pisa: “En los años sesenta era una barriada normal, de gente trabajadora, pero en las décadas posteriores se trasladó a mucha población procedente de chabolas de distintos sitios de Sevilla. Ese fue el primer error: no debía de haberse juntado tantas personas marginadas en un mismo sitio…”. Como el resto de los habitantes de las Tres Mil Viviendas, es consciente de que el barrio, en los últimos años, se ha deteriorado. Aporta una razón concreta: Las plantaciones de marihuana en los pisos han aumentado en los últimos siete u ocho años. “Pero no está dejado de la mano de Dios: Hay de hecho mayor presencia de servicios públicos que en otras muchas zonas de Sevilla”. Y enumera: “En el Polígono Sur hay 17 centros educativos, dos centros de salud, tres instalaciones deportivas, un centro cívico, un gran centro cultural denominado Factoría Cultural, un centro de mayores, una residencia universitaria, un centro andaluz de emprendimiento, entre otras cosas, sin contar con varias fundaciones y varias asociaciones de vecinos. La Caixa, sin ir más lejos, invierte en proyectos sociales en el barrio más de un millón de euros al año, es una de las zonas de Andalucía donde las fundaciones privadas invierten más dinero”. ¿Y entonces? ¿Por qué no despega? ¿Por qué va peor? “Porque todas estas actividades compiten con un competidor peligroso que da mal ejemplo: la droga”, responde Bretón, que agrega: “Un piso con plantaciones de marihuana puede reportar a quien se lo alquila a las mafias, por habitaciones o entero, y pueden sacar de 2.000 a 4.000 euros al mes”. Por el barrio circula la historia del hombre que ha alquilado todas las habitaciones de su casa a los clanes de la droga y duerme en el único rincón libre del salón, donde ha puesto un sofá. A juicio de Bretón, se necesita un endurecimiento del código penal para castigar con más dureza este tipo de plantaciones, que hoy por hoy conlleva una pena de seis meses. El comisionado asegura que en la zona de Las Vegas, la más deteriorada del barrio, hay manzanas enteras en las que los pisos con marihuana representan el 80% de las viviendas. “Y ese 20% que resta se ve obligado a convivir en eso”. “Eso” significa, cuando menos, los cortes de luz por sobrecarga, no tener agua caliente y la necesidad de habitar un bloque de pisos donde quien manda es el jefe del clan de la droga”.
Bretón considera, con todo, que lo esencial es que ese núcleo del barrio lleno de plantaciones de marihuana “no se extienda como una mancha de aceite por el resto del Polígono Sur”. Por eso propone una medida drástica: “Que algunos de esos bloques de pisos, que ahora están llenos de plantaciones, se derriben, dejando el espacio libre para un parque”. Un portavoz de la consejería de Fomento y Ordenación del Territorio, que es de quien, en última instancia, dependen estas viviendas públicas asegura que “se ha puesto en marcha un equipo de trabajo junto con el Ayuntamiento para la mejora y regeneración de zonas vulnerables”, sin especificar más. Este periódico intentó, sin éxito, recabar la versión del Ayuntamiento.
Un portavoz de la subdelegación del Gobierno asegura que tras el tiroteo de octubre se ha intensificado la presencia policial en la zona, con una operación denominada Vulcano, que este año se ha incautado el doble de kilos de marihuana que el año pasado y el tripe de cocaína. Pero añade: “El problema no es solo policial: es urbanístico, económico y social, si lo fiamos todo a la policía, no funcionará”. A la hora de controlar los pisos-plantaciones se enfrentan a un problema burocrático: para poder entrar en uno de ellos, a pesar de los indicios, necesitan contactar antes con el titular de la vivienda y esto, en el caso de determinadas zonas de las Tres Mil Viviendas, es un laberinto. En muchas zonas las viviendas son públicas, pero desde hace decenas de años se ha producido tal mercadeo ilegal de casas que pasan de mano en mano sin papeles de por medio que rastrear al verdadero titular del piso es una misión imposible.
“Los mejores profesores de Sevilla”
Hay otro problema más sutil. Un vecino joven, que ha nacido en las Tres Mil Viviendas, que se siente orgulloso de su barrio, que trabaja como monitor social en la Asociación Entre Amigos y que prefiere también guardar el anonimato, lo describe así: “Antes había más sentimiento de barrio, de pertenencia a un vecindario. En las noches de invierno se hacían fogatas en la calle, pero a ellas iban todos los vecinos, que compartían anís y mantecados. Así lo recuerdo yo de chico hace 20 o 25 años. Ahora, yo hago mi fogata para mis amigos y para mí, y el otro hace la suya. Y la gente pone la música del móvil”. La pérdida de la conciencia vecinal no es exclusiva del Polígono Sur, es algo extensible a otros muchos barrios de España, pero aquí arrastra peores consecuencias porque la población es más frágil y se necesitan unos a otros.
No todo está peor: por regla general, los habitantes de este barrio se sienten más seguros que hace 20 años, siempre y cuando se cuiden de pisar determinadas manzanas por la noche. “Los profesores ―y lo sé yo que he estado en muchos colegios, de aquí y de fuera― son los mejores de Sevilla, porque no solo son profesores, sino maestros”, dice el joven del barrio. A pesar de eso, el índice de fracaso escolar sigue rondando el 60% y el absentismo en primaria, el 26%, una cifra desorbitada. Ángela Molina, directora del encomiable colegio público Andalucía, situado en el corazón más herido de las Tres Mil Viviendas y premiado por sus iniciativas educativas, como la de fomento de la lectura en 2023, considera que, además de la crisis económica, la pandemia marcó un antes y un después: “Costó después que los padres llevaran a los hijos al colegio, y aún no hemos recuperado los índices de absentismo previos al covid”. Molina está convencida de que la educación es la clave: “Si no, no llevaría aquí 20 años”. Pero añade que el sistema educativo no basta: “Hay que hacer un seguimiento a las familias, se necesitan más mediadores sociales, más atención de todos, si un niño se acuesta a las seis de la mañana porque no le dejan dormir, ¿cómo va a ir a clase? Si no tiene agua caliente porque no tiene luz, ¿cómo va a ir a clase? Hace falta que se cumplan las normas municipales, hace falta un atendimiento especial y mantenido en el tiempo…”.
Aunque el camión de la basura pasa regularmente (incluso con un despliegue especial para llevarse los bolsones llenos del mantillo de la marihuana), el barrio siempre está sucio porque desde muchas viviendas se arrojan los desperdicios directamente a la calle. Hace unos años, las manzanas destinadas a alojar tiendas tenían comercios de todo. Hoy muchos locales están vacíos. Las familias integradas con estabilidad laboral que podrían servir de ejemplo a las demás acaban abandonando el barrio. El vecino joven que habla de las Tres Mil Viviendas con orgullo, que defiende las cosas buenas de la zona y a sus profesores, también admite que cuando tenga hijos se irá a otra parte de Sevilla aunque ese día se muera de pena. Pero ha decidido que su familia “no se eduque en este ambiente, porque es peligroso y puede acabar mal”.
Hay otra manera de salir sin moverse del sitio. Aunque es más difícil y requiere tiempo, paciencia y atención. Y un poco de suerte. La profesora Remedios, que aún jubilada sigue acudiendo al barrio a menudo, a la que saludan todos en la calle, cuenta con orgullo y esperanza que aquella niña estudiosa y cabezota terminó el bachillerato. “Y ahora está estudiando Derecho”.
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