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Las aguas del interior atraen cada vez más público con escasos medios de socorrismo

La falta de recursos de emergencia o señalización y el exceso de confianza provocan un aumento de los ahogamientos en playas fluviales y embalses

Un grupo de bañistas se refrescan en el embalse de Ricobayo, en Zamora, el pasado 20 de agosto.
Un grupo de bañistas se refrescan en el embalse de Ricobayo, en Zamora, el pasado 20 de agosto.Emilio Fraile
Juan Navarro

Botellas de gazpacho, neveras portátiles, partidas de cartas, hinchables con forma de patito de bañera, sombrillas, aperitivos, bañadores, gente volcada al sol y crema protectora. El mar, a cientos de kilómetros. El agua, a unos metros. La playa del embalse de Ricobayo (Zamora) atrae cada verano a miles de veraneantes de interior deseosos de un refrigerio sin hacinarse en los litorales. En las playas, el peligro, con socorristas avizores, resulta perceptible: oleajes, corrientes y resacas. Pero esos servicios de salvamento o zonas acotadas rara vez se encuentran en pantanos, playas fluviales, lagos o pozas, con un público creciente y habitualmente sobrado de confianza. Los ahogamientos en estos espacios acuáticos crecen por el aumento de usuarios, desprevenidos y sin recursos de emergencias accesibles. La Federación Española de Salvamento y Socorrismo solicita el compromiso de las instituciones para mejorar las prestaciones en los lugares clave donde constan grandes afluencias verano tras verano en un modelo de turismo al alza.

La única advertencia del embalse de Ricobayo consiste en un cartel junto al aparcamiento. “Peligro por ahogamiento. Desnivel muy brusco”, alerta el rótulo, previo a la rampa hacia la arena. Los merenderos a la sombra se abarrotan de familias charlando sobre la música de José Luis Perales, con alguno leyendo mientras hace la digestión y los demás jugando a la escoba, el pasado 20 de agosto. Una pareja de jubilados bota un kayak y rema embalse adentro, con varios kilómetros de superficie apacible. Trini Matellán y Saray Martín, de 37 y 31 años, huyen frecuentemente del secano hacia embalses como este, que visitan por primera vez, habituales del también zamorano de Villardeciervos o Cional. “Nunca hemos visto socorristas en los pantanos, el peligro de este es que de repente dejas de hacer pie y cubre mucho”, afirma Matellán. “Hay más gente que otros años, antes veníamos muy poquitos”, añade Martín.

Basta con ojear las redes sociales para encontrarse con ofertas de rutas por ríos o cauces para el baño veraniego sin tener que viajar hasta el mar, ubicaciones antes reservadas para los lugareños y aquellos a quienes estos confiaran su secreto. La masificación turística llega a las aguas interiores una vez conquistadas las costeras. Los asturianos Raúl Crespo y Mónica González, de 55 y 52 años, bromean: “Como el oleaje y las corrientes del Cantábrico no hay nada”. Y achacan los fallecimientos a “despistes o no tomar precauciones”. Sheila Fernández y Víctor Llorente, de 34 y 36, acuden con su hija pequeña para huir del calor. Ellos suelen preferir el norte, con el mar más revoltoso que el apacible Mediterráneo, más parecido en oleaje al embalse. Cuando Cantabria no ofrece buenas temperaturas, se escapan a puntos como este. Llorente recuerda un reciente ejemplo, vividos por ellos mismos en la playa cántabra de Somo, hace unos días: “Una mujer sufrió un infarto y había muchos medios, socorristas… pero murió igualmente. Aquí hay que tener cuidado porque no hay nada”.

Cartel de peligro en una de las playas del embalse de Ricobayo.
Cartel de peligro en una de las playas del embalse de Ricobayo.Emilio Fraile

Alberto García, director de la Federación Española de Salvamento y Socorrismo (FESS), apunta a tres claves como causas del problema: el aumento del turismo de interior, los excesos de confianza del usuario y la ausencia de recursos de seguridad. “Las zonas de interior, a diferencia de las costas, no tienen la señalización que debieran tener, no están acotadas ni tienen apenas elementos de seguridad”, lamenta García sobre esas pozas, acequias, ríos, pantanos o cascadas tan cotizadas en los meses de calor. Las estadísticas de la FESS ubican a Andalucía, Galicia, Comunidad Valenciana, Canarias y Cataluña como las líderes en ahogamientos en 2024, seguidas por las al menos 19 muertes en Castilla y León, 11 en Castilla-La Mancha o nueve en Aragón, comunidades sin costa. Las playas del litoral copan la mayoría de los fallecimientos nacionales, pero los ríos, embalses y pantanos, balsas de riego, lagos o pozos rebasan con diferencia los casos en piscinas.

El riesgo acecha, y si se producen ahogamientos en “vasos estancados, acotados, con condiciones de agua, normativas o socorristas”, como las piscinas, los volátiles como los espacios naturales entrañan más peligro. Porque, pese a la apariencia tranquila, suponen un carrusel de riesgos: algas, lodos, aguas turbias y corrientes por los cambios de temperatura, algo desconocido por mucha parte del público. También los saltos al agua desde rocas o canoas, con casi 40 grados en el exterior y muchos menos bajo la superficie. “Esto genera shocks por los cambios bruscos y genera paradas cardiorrespiratorias, van a morir ahogados porque apenas hay seguridad, lo deseable sería tener vigilancia”, advierte García, pidiendo responsabilidades a las Administraciones locales o nacionales para dar valor a estos puntos y concienciar a la población. “Acotémosla y pongamos medidas, pongamos socorristas para que el turista sepa donde refrescarse”, sugiere el experto ante la “falta de conciencia social” allí donde siempre ha habido río o pantanos y “la gente se ha bañado siempre y nunca ha pasado nada”.

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Hasta que pasa, como acredita el reguero de noticias sobre accidentes o defunciones de jóvenes y mayores en entornos como los citados. Las lluvias torrenciales, al alza, arrastran árboles u objetos pesados capaces de modificar el entorno y comprometer al bañista. De fondo, “Instagram ha hecho mucho daño”, con la dictadura del vídeo y el pavoneo para grabarse saltando desde lo alto o adentrándose donde no se debe para chulear. Además, estos emplazamientos en parajes naturales y sin servicios médicos cercanos implican que, ante eventualidades como problemas cardíacos o accidentes graves repentinos, haya muchas menos opciones de supervivencia al requerir mucho más tiempo la llegada de personal especializado, no siempre factible por las características orográficas de algunas pozas o ríos.

Además, particularmente en embalses como el de Ricobayo, la posibilidad de adentrarse demasiado en las canoas, embarcaciones o veleros y que, sin conocerlo, se abran las compuertas y la persona sea arrastrada por el potente movimiento de aguas acentúa los riesgos. Hace unas semanas, también en Zamora, en el embalse de La Almendra, los bomberos de la Diputación tuvieron que rescatar a una mujer aguas adentro, con su marido en tierra, al borde de un ataque de ansiedad. La señora se había quedado dormida sobre una colchoneta y la corriente y el viento la alejaron de la orilla. Por suerte para ella, no hubo desembalse.

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Sobre la firma

Juan Navarro
Colaborador de EL PAÍS en Castilla y León, Asturias y Cantabria desde 2019. Aprendió en esRadio, La Moncloa, en comunicación corporativa, buscándose la vida y pisando calle. Graduado en Periodismo en la Universidad de Valladolid, máster en Periodismo Multimedia de la Universidad Complutense de Madrid y Máster de Periodismo EL PAÍS.
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