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Noja se prepara para el aluvión del verano: “Esto es la España vaciada menos de julio a septiembre”

El municipio cántabro es el que más viviendas de uso esporádico tiene en España pero pasa la mayoría del año sin apenas movimiento

Cuando no es temporada alta, el municipio de Noja permanece prácticamente vacío.
Cuando no es temporada alta, el municipio de Noja permanece prácticamente vacío.Juan Navarro
Juan Navarro

Se oye el rumor del mar al final de la calle. Ningún estorbo sonoro lo interrumpe: ni coches buscando desesperadamente aparcamiento, ni música de locales comerciales, ni niños aporreando el cubo de la playa a modo de tamborrada, ni jóvenes con altavoces para expresarle a la playa sus gustos musicales, ni familias charlando animosamente de qué esperan de esta jornada de vacaciones. Noja (Cantabria, 3.000 habitantes) vive la mayoría del año bajo la calma chicha, chichísima, en un sinfín de persianas bajadas, desértica e inactiva zona azul y persianas metálicas bajadas en el grueso de los negocios. Queda poco para que el municipio español con más viviendas de uso esporádico, según el INE, cumpla su estatus con honores y atraiga a unas 80.000 o 100.000 personas que desbordan la hostelería a cambio de rentas para tirar todo el año, si el cuerpo lo permite.

Cualquier soleado fin de semana de primavera, lejos ya del pleno invierno, evidencia la tremenda estacionalidad residencial en el municipio, pues un 47,7% de los domicilios se usa esporádicamente, según datos del Instituto Nacional de Estadística (INE). Esta tabla recopila casos como los del Pirineo o zonas puramente costeras, solo habitadas plenamente durante sus respectivas temporadas altas. Hasta entonces, los pasos de cebra se convierten en meras pintadas en el asfalto: se puede cruzar por donde quiera uno sin miedo a que un conductor estresado se te lleve por delante. Bien lo disfruta José María Urien, de 78 años, mientras pasea con la familia algo más abrigado que lo correspondiente en julio o agosto. “Esto es la España vaciada menos de julio a septiembre”, sentencia, con él y sus allegados como ejemplo: viven en Mondragón (Gipuzkoa) y poseen en Noja una segunda residencia donde acudir los fines de semana o cuando, una vez jubilado, le viene en gana. El jaleo estival se lo deja para sus hijos y sobrinos, felices herederos del apartamento, pues él y su esposa se escapan al pueblo de Salamanca de donde procede ella, mucho más tranquilo pero con vidilla.

La hostelería se despereza a partir de Semana Santa, cuando la climatología amaina y algún viajero se deja caer por las terrazas los sábados y domingos. El gerente del bar El Trastolillo, hiperactivo en verano, mira a la nada en la única silla ocupada de la terraza, con vistas a las persianas tapiando las ventanas del vecindario. En algunos bloques apenas hay una cristalera despojada de esa protección entre 48 pisos. Alrededor, aún permanecen cerrados un negocio de baratijas, una molona tienda de ropa y un hórreo convertido en garito de moda y reunión cuando la juventud conquista el pueblo. Él se basta, con creces, para satisfacer las demandas de los escasos visitantes; cuando llega el calor tiene que contratar a su hija y ambos se desloman para cumplir los encargos. “Además hemos tenido mala suerte por el Athletic de Bilbao porque ya hemos perdido dos fines de semana, el de la final de Copa del Rey y cuando sacaron la Gabarra”, argumenta el camarero, como otros colegas de un gremio donde no sobran los ingresos primaverales, pues la mayoría de foráneos proceden de Euskadi o Bizkaia.

“Nos vemos en la temporada 2024. Gracias”, reza un cartel en una tienda de toda clase de artículos para pasar unos días de descanso. Un bar de cócteles parece ligeramente más animado, aunque con más sillas metálicas vacías que cubiertas. El jefe, Miguel Ángel Cubillas, de 45 años, busca trabajadores entre junio y septiembre, con muchos andaluces o murcianos a la caza de un empleo temporal. “Es inviable económicamente abrir antes, habría más gastos que clientela”, explica, cogiendo fuerzas para la época estival y esas jornadas eternas con acento vasco y ocasionalmente castellano entre los consumidores. Una vez irrumpe el otoño, toca revisar los números y calibrar qué margen disponen para aguantar la inactividad turística.

La hostelería no tiene prácticamente clientes hasta la llegada de las vacaciones de verano.
La hostelería no tiene prácticamente clientes hasta la llegada de las vacaciones de verano.Juan Navarro
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Cubillas valora el buen funcionamiento de los servicios municipales durante el frenesí veraniego, que muchos esfuerzos lleva a la alcaldesa, Mireia Maza (PP). “Tenemos organizado todo el año con temas culturales y deportivos, sabemos la coyuntura de Noja desde que nacemos pero se maneja con planificación y organización, policía, socorristas adjudicados, acondicionamiento de las playas…”, enumera la regidora, si bien no todo depende de ellos: la Policía Local depende de la población, unos 3.000 censados, pese a los tres meses disparados. “Tenemos 17 policías y tienen que echar muchas horas y dan hasta donde dan aunque la Guardia Civil colabora y nos da mucho respaldo”, destaca Maza, mientras el resto de prestaciones públicas funcionan para impedir basuras desbordadas o el colapso de Noja. Las consultas telefónicas de vecinos “no llaman estrepitosamente la atención”, simplemente a más vecinos, más dudas.

Las playas del Ris o del Trengandín, rebosantes en cuanto asome el periodo vacacional, acogen a un puñado de domingueros, familias con niños necesitados de desfogarse y paseantes de perros sin recibir miradas de odio de quienes vuelcan apaciblemente sobre el arenal. Unos cuantos surfistas cabalgan el mar Cantábrico, suave pero demasiado frío, además del viento intenso, como para animarse al chapuzón.

Sonia Ruiz, de 48 años, aguarda compradores tras el mostrador de su frutería-ultramarinos en una de las calles principales rumbo a la playa, rodeada de bloques residenciales sin apenas trasiego. “Cada año va peor, voy muy justa y en verano la gente gasta menos”, observa la cántabra, con la fruta como principal producto requerido por los forasteros. Ella lleva 11 años al frente del negocio, fantasmagórico entre septiembre hasta marzo y gradualmente más concurrido a medida que el verano se insinúa en el calendario. Entonces llegan las “pechadas” de trabajo, pues ella no contrata a nadie porque la caja registradora no permite semejantes lujos. No siempre salen números negros que le permitan vacaciones cuando cae la temporada alta y debe conformarse con reposar en esa Noja donde habita los 12 meses gracias al esfuerzo descomunal para que se va preparando con más necesidad que ilusión: “Si hace falta echar 15 horas… se echan”.

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Sobre la firma

Juan Navarro
Colaborador de EL PAÍS en Castilla y León, Asturias y Cantabria desde 2019. Aprendió en esRadio, La Moncloa, en comunicación corporativa, buscándose la vida y pisando calle. Graduado en Periodismo en la Universidad de Valladolid, máster en Periodismo Multimedia de la Universidad Complutense de Madrid y Máster de Periodismo EL PAÍS.
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