El 11-M era solo el principio
Los terroristas tenían planes y explosivos para la campaña de atentados de unos dos meses que habían preparado con objetivos en varias provincias españolas, que frustró el suicidio del comando en Leganés
El comisario antiterrorista ya tenía la certeza de que los atentados del 11-M de marzo de 2004 en Madrid habían sido obra de islamistas radicales. Y calculaba que había al menos 13 terroristas sueltos. Así que, en un respiro de aquellos días funestos, se pasó junto a su mujer por la Basílica del Cristo de Medinaceli, a 15 minutos andando de la estación de Atocha, ya cuajado de altares por los 192 muertos y 1.900 heridos de las 10 bombas que estallaron en cuatro trenes. “Fui a pedirle al cristo que no hubiera más atentados”, contaba entonces quien fue el jefe de las pesquisas, que sospechaba que los asesinos querían matar más. “El 11-M era solo el principio; el comando tenía planes para meses, o al menos un mes y medio”, cuenta Fernando Reinares, referente académico del terrorismo internacional, que acaba de publicar el libro 11-M pudo evitarse. El atentado frustrado del 2 de abril de ese año en Toledo contra un AVE Madrid-Sevilla confirmó el peor augurio. “Estos ataques son solo una pequeña muestra”, habían comunicado los propios asesinos el 13 de marzo, víspera de elecciones, en el vídeo que grabaron la misma tarde de los ataques para asumir la matanza de Madrid en nombre de Al Qaeda.
La noche del 11-M la policía ya tenía datos claros para asegurar la autoría islamista del atentado: había sido hallada en Alcalá de Henares la Renault Kangoo con restos de explosivos y una cinta coránica; en la sede del diario londinense Al Quds Al-Arabi se había recibido una carta en la que un grupo ligado a Al Qaeda se atribuía el atentado y había sido desactivada la llamada mochila de Vallecas, con una tarjeta telefónica que acabó conduciendo a la tienda de teléfonos de Jamal Zougam en Lavapiés y explosivos que condujeron a José Emilio Suárez Trashorras en Avilés (Asturias). Pero el Gobierno de José María Aznar seguía empecinado en la autoría de ETA.
Las calles de España se llenaron al día siguiente de los atentados con millones de personas, a pesar de la certeza policial de que los terroristas seguían libres y no eran etarras. “La manifestación del día 12 fue una imprudencia colosal. Ese tipo de cosas se podían hacer con ETA, no con el yihadismo”, afirma Reinares, quien también recuerda la preocupación generalizada de los mandos policiales por la seguridad de esa marcha de Madrid.
El miedo a que los terroristas no hubieran culminado sus planes quedó claro al día siguiente en la cinta de reivindicación dejada en una papelera junto a la mezquita de la M-30 de Madrid, en la que “Abú Dojana al Afgani como portavoz del ala militar de los partidarios de Al Qaeda en Europa”, identificado luego como Youssef Belhadj, decía: “Estos ataques son solo una pequeña muestra y un aviso que os hacemos como parte de nuestro plan de yihad”.
La amenaza y el temor del comisario se confirmaron el 2 de abril de 2004, cuando un trabajador de Renfe descubrió un artefacto de 12 kilos de Goma 2 ECO (el explosivo de los trenes del 11-M) en las vías de la línea Madrid-Sevilla a su paso por Mocejón (Toledo), conectado a un cable eléctrico de 136 metros. Le faltaba un mecanismo iniciador. Casi 1.600 personas iban en los seis trenes que estaban circulando cuando fue descubierto el artefacto, sobre las 11.00.En esas muchas fechas se relataron dos incidentes en las vías del AVE a Cataluña (uno el 30 de marzo, junto a la vía Madrid-Lleida, cerca de Mercamadrid), que fueron investigados en relación con el 11-M.
El 3 de abril, horas antes del atentado suicida de Leganés, la célula envió un fax al diario Abc, obra de Serhane Ben Abdelmajid Faked, El Tunecino, (lo firma “Sarhan Fakhet”), donde este asumía en nombre del “Batallón de la Muerte de Al Qaeda en Europa“ tanto el 11-M como la bomba del AVE, y amenazaba con más “benditos ataques” si no se retiraban las tropas de Irak antes del mediodía de ese mismo día 3. “Tuvimos la posibilidad de hacer explotar los trenes que pasaron por allí la tarde del jueves pasado y la mañana del viernes, y no lo hemos hecho, ya que nuestro objetivo era solamente advertiros y anunciaros que tenemos la fuerza y la capacidad de atacaros cuando queramos y como queramos”, amenazaba El Tunecino. Es decir, tenían más planes.
Uno de los planes era hacer la campaña desde Albolote (Granada), pero prefirieron hacerlo desde Leganés, donde habían alquilado un piso para mes y medio, el tiempo de la campaña que habían diseñado los terroristas, según creen los investigadores. Antes, habían usado la guarida de Morata de Tajuña (donde habían montado las bombas), pero también habían alquilado el 6 de marzo una casa mata, con planta baja y piso superior, en Albolote, donde llegaron a estar al menos tres de los terroristas (Asrih Rifaat, Jamal Ahmidan, el Chino, y Rachid Oulad). ¿Qué habían ido a hacer a Andalucía? “Se supone que iban a instalarse para atentar contra algo relacionado con su reivindicación de Al Andalus, pero decir que iban a atentar contra la Alhambra es una especulación”, afirma Reinares. Un mando policial ya retirado recuerda que investigaron si el objetivo era la tumba de los Reyes Católicos, en la Capilla Real, junto a la catedral de Granada. Un monumento que simboliza el fin del Al Andalus y la expulsión del islam de la Península.
Los terroristas decidieron quedarse en Leganés, porque era donde vivían las familias de los rifeños de la célula y también la familia Afallah, clave en esta trama. De hecho, los posibles objetivos a los que los investigadores sí les habían dado credibilidad estaban en Madrid y sus alrededores. Tenían decenas de kilos de dinamita y se calcula que 1,5 millones de euros de fondos. Pero el 3 de abril por la noche, siete miembros clave del comando rodeados por la policía en Leganés se volaron por los aires, asesinando al subinspector de los GEO Francisco Javier Torronteras. Los investigadores pudieron recoger de los escombros documentos que dejaban más que clara la amenaza del Tunecino (“convertiremos vuestro país en un infierno y que haremos fluir vuestra sangre como ríos”).
Lo que tenían más trabajado era el centro judío de Hoyo de Manzanares, conocido como La Masada, en el que está uno de los principales cementerios en Madrid para esta comunidad, donde iban a esperar a que hubiera algún tipo de concentración o celebración, o incluso un campamento infantil. Habían avistado también objetivos en Ávila (se habían fijado en la Hospedería de la Sinagoga, la “antika snoga Belforad”) y Segovia (con una gran judería y un cementerio hebreo). También tenían bastante fichado un colegio británico de élite en el barrio de La Moraleja (Alcobendas), el Brains. Igualmente, habían reunido información de las oficinas de la Agencia Española de Cooperación Internacional.
Años después se supo que la Embajada de Estados Unidos en Madrid, en la calle de Serrano, había recibido en 2003 la visita de un tipo que se detuvo a observar todos los sistemas de seguridad. Era Said Berraj, uno de los presuntos cerebros del 11-M de quien no hay rastro, llamado el mensajero por dos motivos: porque fue cartero de una empresa privada y porque, supuestamente, sirvió de enlace entre altos cargos de Al Qaeda y otras organizaciones terroristas.
¿Qué significaba esa visita de Berraj? Pues que “uno de los planificadores de los atentados contra los trenes”, como lo calificaba EE UU en un cable secreto del 25 de septiembre de 2005, preparaba ya atentados en España un año antes del 11 de marzo. La muerte suicida en Leganés del núcleo duro del comando acabó con los planes... El 19 de abril de ese 2004, unos desconocidos profanaron con fuego el cuerpo del geo Torronteras, en el cementerio sur de Madrid. El último atentado del 11-M.
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