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Una máquina electoral llamada PP de Galicia

Asistir a un funeral o montar las fiestas del pueblo son parte de una exitosa estrategia que se apoya en los alcaldes y las parroquias. Una maquinaria que encadena cinco mayorías absolutas y es admirada por la derecha del resto de España

Alberto Núñez Feijóo celebra la reelección de Alfonso Rueda como presidente de la Xunta de Galicia, el martes en la sede de la calle Génova en Madrid
Alberto Núñez Feijóo celebra la reelección de Alfonso Rueda como presidente de la Xunta de Galicia, el martes en la sede de la calle Génova en MadridClaudio Alvarez
Jacobo García

Todavía faltaban seis días para que los gallegos acudieran a votar, pero en el despacho de un alto cargo del Partido Popular de Pontevedra ya había un mapa de Galicia en el que se detallaba, municipio a municipio, el número de votos que obtendría en cada uno: Bueu, 3.000 votos; A Estrada, 6.500; Lalín, 7.500; Vilanova, 3.700 votos... Una cifra que se corregía cada día sin necesidad de encuestadoras ni empresas demoscópicas, sino a golpe de teléfono. Cuando el domingo por la noche Alfonso Rueda celebró ante los suyos su mayoría absoluta, los datos que aparecieron en la pantalla del centro de cómputo de la Xunta eran prácticamente iguales a los anotados en aquel mapa. “La oposición no entienden por qué siempre pierden y culpa de nuestra victoria a la maquinaria electoral del PP, pues sí, y está muy motivada”, dijo un exultante Rueda al día siguiente. Rueda recogía los frutos de una maquinaria imbatible que lleva décadas perfeccionándose y que cuenta con dos columnas vertebrales: el campo y la ciudad. Y dos momentos de actuación: la campaña electoral y el día de votación.

La jornada electoral comenzó soleada y resacosa. Media Galicia echaba el cierre al carnaval y la jornada de votación estaba ahí esperando. El goteo de votantes comenzó lento. A las 12 de la mañana había menos gente en las urnas, pero a media tarde el comité electoral hizo un anuncio que corrió como la pólvora de teléfono en teléfono: la participación era seis puntos más alta que en 2016. En provincias como Lugo el aumento era de hasta de ocho puntos, provocando el entusiasmó en la izquierda, que consideraba imprescindible la movilización como primer paso para el cambio. Finalmente, la participación subió casi 9 puntos (sin el voto exterior) respecto a 2020, pero los votantes que se acumulaban en las urnas no venía de donde esperaban sino del bando contrario. El Partido Popular y su rodillo electoral estaban funcionando a pleno rendimiento y precisamente en Lugo, donde más gente acudió a votar, fue donde el PP más subió.

“La clave son los alcaldes”, señala una fuente cercana a Rueda que participó activamente en la organización de la campaña. Padrón en mano, junto a cada colegio, un operador del partido está pendiente de cada voto. “María, ¿necesita que la vaya a buscar? Herminia, ¿vendrá usted por aquí? Anselmo, voy a pasar con el coche cerca de su casa, ¿quiere que pase y le traiga hasta el colegio?”, ejemplifica este alto cargo del PP sobre cómo funciona esa apabullante maquinaria. Para ejecutar esa operación, el PP cuenta con un ejército de casi 10.000 apoderados e interventores que operan como agentes electorales antes y durante la votación, a los que se suman 1.700 concejales. “El poder en Galicia está ahí, en los Ayuntamientos y las parroquias. Ten en cuenta que somos los únicos capaces de presentar candidato en todos los concellos”, añade. “El día de votación se recoge lo que se ha sembrado. Ni siquiera hace falta padrón electoral, porque los alcaldes conocen a cada vecino. Tienen una agenda que va más allá de la jornada laboral. Prácticamente todos los fines de semana acuden a algún acto social. La comunión de los Barreiro, el funeral de los Concheiro... Solo un marciano no entiende la importancia de un funeral en Galicia”.

La maquinaria electoral del PP gallego es una eficaz red tejida desde la llegada de Fraga al poder en 1990. Durante 15 años se construyó una estructura alejada del elitismo que caracteriza al PP en otras partes de España, en la que se mezcla el poder de los alcaldes y la influencia de militantes y simpatizantes con clubes deportivos, organizaciones vecinales o fiestas populares, muy importantes en la Galicia rural. Desde la Feria del cocido de Lalín a la Fiesta de la empanada en Silleda. Durante la campaña, todo este trabajo se acelera: “Solo nuestra gente llega al bar de cada pueblo. Y es ahí donde se cuece todo. En muchos lugares es el único lugar donde se juntan nuestros votantes con los no convencidos”, explica esta fuente. Lo que a cualquier partido le cuesta un dineral al Partido Popular le sale prácticamente gratis.

En la competición electoral, solo una pequeña formación, Democracia Ourensana, logró colarse con un escaño en un parlamento de difícil penetración y que exige el 5% para tener representación. El PP logró, sin embargo, que este crecimiento se diera a costa del PSOE y no de sus votantes como se temía. Armando Ojea, el candidato que logró el escaño por Ourense al obtener 15.000 votos, describió a este periódico la noche del recuento lo difícil que es competir contra un monstruo electoral como el PP a medio camino entre el caciquismo y el conocimiento del terreno. “Nosotros íbamos a las plazas o al bar del pueblo a repartir nuestra propaganda, pero ellos iban puerta a puerta. Vigilaban por donde pasábamos y poco después pasaban barriendo con todo. Un alcalde me llegó a decir: ‘¿Cuántos votos quieres que te deje tener?”, recuerda Ojea sin amargura, con la extraña sensación de que así son las cosas. “Cuando vamos a los congresos del partido en alguna zona de España, al PP gallego lo miran con admiración”, reconoce esta fuente cercana al presidente de la Xunta que antes estuvo a las órdenes de Miguel Tellado, hoy portavoz del partido en el Congreso.

Una vez amarrado el voto rural y teniendo en cuenta que la mitad de los votantes viven en poblaciones de más de 70.000 habitantes, retener la Xunta era posible sin grandes caídas en las ciudades, según las cuentas del equipo de Rueda. Los populares recurrieron entonces a las cabezas de cartel: “Rajoy y Feijóo son activos del partido, pero para retener el voto urbano, Ayuso funciona muy bien. Tiene mucho tirón”, explican desde el equipo de Rueda. Para los últimos días de la campaña, entró en funcionamiento una segunda etapa: envíos de SMS anunciando más dinero para los sanitarios, cheques para los mariscadores, bonos para los jóvenes y un récord de anuncios y actos que provocaron el reproche de la Junta Electoral. En paralelo, comenzó una campaña en redes donde se afinaban los ataques con dos ideas: imposición del gallego y vincular a la candidata del BNG, Ana Pontón, con Arnaldo Otegi.

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Aunque las encuestas de Rueda le daban entre 39 y 40 escaños, en la recta final ningún sondeo lo garantizaba y los nervios afloraban. Los populares cometieron entonces el error de la amnistía en el famoso off the record y surgió la zozobra. El equipo de Rueda detectó una vía de agua donde menos lo esperaba: por la derecha. “Nuestra gente estaba desconcertada y detectamos un trasvase de votos a Vox”, señala la fuente popular. Rueda convocó entonces dos reuniones urgentes el martes y el miércoles, con su brazo electoral más eficaz: sus más de 300 alcaldes y voceros municipales. A todos ellos le transmitió una única idea: “Tranquilos, he hecho esto antes. Está todo controlado”. Y así fue: Bueu, 3.028 votos; A Estrada, 6.431; Lalín, 7.400; Vilanova, 3.722 votos... Las cifras oficiales y las anotadas en el mapa de la cúpula popular solo se diferenciaban en un puñado de votos. Dos días después comenzaron también las protestas de los tractores en Galicia. Efectivamente, estaba todo controlado.

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Sobre la firma

Jacobo García
Antes de llegar a la redacción de EL PAÍS en Madrid fue corresponsal en México, Centroamérica y Caribe durante más de 20 años. Ha trabajado en El Mundo y la agencia Associated Press en Colombia. Editor Premio Gabo’17 en Innovación y Premio Gabo’21 a la mejor cobertura. Ganador True Story Award 20/21.
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