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Urkullu: el lehendakari que dio un giro al PNV

El presidente relevado por los nacionalistas vascos para las próximas autonómicas puso en primer plano las preocupaciones socio-económicas sobre las cuestiones identitarias y contribuyó a tranquilizar a una Euskadi hastiada por el terrorismo y la confrontación

El lehendakari Iñigo Urkullu en una imagen de archivo.
El lehendakari Iñigo Urkullu en una imagen de archivo.L. Rico
Luis R. Aizpeolea

Que Iñigo Urkullu no se presentaba por cuarta vez como candidato a lehendakari era una hipótesis que se manejaba en los medios nacionalistas vascos desde las elecciones municipales y forales de mayo y las generales de julio ante la importante caída de voto de los peneuvistas —cerca de 90.000 papeletas— y el paralelo ascenso de EH-Bildu que, en ambos comicios, casi igualó al nacionalismo tradicional. Lo que ha sorprendido ha sido el adelanto de los acontecimientos con la notificación de la dirección del PNV al lehendakari de su relevo antes de que este se pronunciara. Una notificación vinculada a la percepción de la dirección del PNV de que el lehendakari no descartaba volver a presentarse por su notable despliegue político durante el verano. Una propuesta de calado como la celebración de una convención constitucional para reformar el modelo de Estado en la próxima legislatura del Gobierno de coalición PSOE-Sumar, publicada por este diario, sería impropia de quien se iba a ir en la primavera que es cuando se celebrarán los comicios vascos, previsiblemente en marzo.

La clave de este movimiento radica en la preocupación de la dirección del PNV por el desgaste que está sufriendo el Gobierno vasco, personificado en la figura del lehendakari. El Gobierno vasco PNV-PSE ha mostrado en la última legislatura vasca un serio deterioro en los servicios públicos, particularmente en la antes prestigiosa sanidad pública, Osakidetza, unido a un fuerte acoso, especialmente de la central sindical, ELA-STV, de ideario nacionalista. La manifestación política de ese deterioro se ha mostrado con mucha celeridad. Así, en las anteriores elecciones vascas, las de 2020, el PNV superaba en 10 escaños a la segunda fuerza, EH-Bildu, 31 frente a 21 escaños. En tres años, EH-Bildu prácticamente ha igualado al PNV en votos en los comicios municipales, forales y generales y las encuestas para las elecciones vascas de la próxima primavera se aproximan a estos parámetros.

Andoni Ortuzar (izquierda), la presidenta del PNV en Bizkaia, Itxaso Atutxa, y el coordinador general del EH Bildu, Arnaldo Otegi, escuchan a Iñigo Urkullu desde el palco de invitados del Parlamento vasco, el pasado septiembre.
Andoni Ortuzar (izquierda), la presidenta del PNV en Bizkaia, Itxaso Atutxa, y el coordinador general del EH Bildu, Arnaldo Otegi, escuchan a Iñigo Urkullu desde el palco de invitados del Parlamento vasco, el pasado septiembre.ADRIAN RUIZ HIERRO (EFE)

El PNV tiene, además, un serio problema no solo con el voto juvenil, incluso con el de las edades medianas. Los dirigentes del PNV llevan tiempo especulando con la necesidad de relanzar una imagen de modernidad y juventud y no descartan que por primera vez su candidata a lehendakari sea una mujer. Y el primer obstáculo para una imagen de modernidad sería un lehendakari que aspirase por cuarta vez a presidir el Gobierno vasco. Ese sería el problema. No tanto la edad —Urkullu tiene 62 años— ni tampoco la orientación política. Nadie está pensando en las filas peneuvistas en regresar a la etapa del soberanismo unilateral del lehendakari Ibarretxe. La impronta que ha marcado Urkullu en el Gobierno vasco —acompañado hasta ahora del presidente del PNV, Andoni Ortuzar— ha venido para quedarse.

Urkullu fue elegido lehendakari pocos meses después del cese del terrorismo etarra. Le tocó lidiar con las consecuencias del terrorismo, que inició su antecesor en Ajuria Enea, el socialista Patxi López. Lideró con el apoyo del PNV y PSE el reconocimiento a las víctimas, el establecimiento de una paz con memoria, incluida la autocrítica por la pasada falta de empatía de las instituciones vascas. Colaboró en el desarme de ETA. Puso en primer plano las preocupaciones socio-económicas de la ciudadanía sobre las cuestiones identitarias y contribuyó a tranquilizar a una Euskadi hastiada por el terrorismo y la confrontación política.

Distendió sus relaciones con el Gobierno central. Primero con Mariano Rajoy, al que apoyó sus últimos Presupuestos, y luego con Pedro Sánchez, tras apoyar su moción de censura a Rajoy por la condena al PP por corrupción. También trató de mediar entre el presidente Rajoy y el de la Generalitat, Carles Puigdemont, para evitar la intervención de la autonomía catalana por el Estado. Fracasó en su intento. Pero también marcó distancias con el procés catalán. Evitó que se contagiara en Euskadi, pese a los intentos de EH-Bildu. Fue muy claro al señalar: “En un mundo globalizado, la independencia es prácticamente imposible. Es un concepto del siglo XIX”. Sin Urkullu, el PNV se mantendrá en esos parámetros. Adelantó a EH-Bildu en pragmatismo político y ahora trata de competir en modernidad.

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